Resumen del libro:
En el prólogo de esta novela, un hombre descubre, al cabo de los años, que su matrimonio no es válido legalmente, ocasión que aprovecha para repudiar a su mujer y casarse con otra. Trece años después, Anne Silvester, la hija de la mujer repudiada, será también víctima de una extrema peculiaridad legal: la posibilidad de haber contraído matrimonio con el prometido de su mejor amiga. Hay otro hombre en liza, al que Anne ha amado y por el cual ha sido deshonrada: el apuesto y cínico Geoffrey Delamayn. Bajo los designios de este villano, lo que comienza como una comedia de enredos se transforma paulatinamente en un horrible cuadro conyugal de traición, venganza, malos tratos, locura y asesinato. Marido y mujer pertenece al período de mayor creatividad de Wilkie Collins. Basada en circunstancias reales, encierra una atrevida denuncia de la institución del matrimonio.
Prefacio
La historia que aquí se ofrece al lector difiere en un aspecto de las historias que la han precedido, escritas por la misma mano. Esta vez, la ficción se basa en hechos y aspira a contribuir en la medida de lo posible a acelerar la reforma de ciertos abusos que se cometen desde hace demasiado tiempo entre nosotros sin que nadie les ponga freno.
En cuanto a la escandalosa situación actual de las leyes matrimoniales en el Reino Unido, no hay controversia posible. El informe de la Comisión Real, designada para examinar el funcionamiento de dichas leyes, me ha proporcionado la sólida base sobre la que he construido mi libro. En el Apéndice se encontrarán las referencias a tan alta autoridad que puedan ser necesarias para convencer al lector de que no le llevo a engaño. Sólo me queda por añadir que, mientras escribo estas líneas, el Parlamento se dispone a remediar los crueles abusos que se exponen en la historia de «Hester Dethridge». Existe por fin el proyecto de establecer legalmente en Inglaterra el derecho de una mujer a tener propiedades y a conservar sus ingresos. Aparte de esto, la Legislatura no ha hecho el menor esfuerzo, que yo sepa, por depurar las deformaciones que existen en las leyes matrimoniales de Gran Bretaña e Irlanda. Los miembros de la Comisión Real han pedido la intervención del Estado sin la menor vacilación, sin que hasta ahora hayan recibido respuesta del Parlamento.
En cuanto a la otra cuestión social que se presenta en esta obra —la cuestión de la influencia del actual furor por el ejercicio físico en la salud y la moralidad de la nueva generación de ingleses—, no niego que el tema sea espinoso y que ciertas personas se molesten por lo que he escrito al respecto.
Aunque en este caso no existe ninguna Comisión Real a la que pueda recurrir, sostengo, no obstante, que no he hecho más que remitirme a hechos claros y tangibles. En cuanto a las consecuencias físicas de la manía por el cultivo de los músculos que se ha apoderado de nosotros en los últimos años, es un hecho que las opiniones expresadas en este libro son las mismas que mantiene la profesión médica en general, con la distinguida autoridad del señor Skey a la cabeza. Y, si se discuten las pruebas médicas por estar basadas únicamente en la teoría médica, es también un hecho que la opinión de los médicos coincide con la experiencia de los padres de toda Inglaterra, que pueden confirmarlas en la práctica con los casos de sus hijos. Esta nueva forma de «excentricidad nacional» tiene sus víctimas, personas que han arruinado su salud de por vida.
En lo que concierne a las consecuencias morales, puede que tenga razón o que esté equivocado al ver una relación entre la desmesurada afición actual por la cultura física en Inglaterra y la reciente expansión de la grosería y la brutalidad entre ciertas capas de la población. Pero ¿puede negarse acaso que esa grosería y esa brutalidad existen y, más aún, que han adquirido proporciones gigantescas entre nosotros en los últimos años? Nos estamos familiarizando hasta tal punto con la violencia y los atropellos que hemos acabado reconociéndolos como ingrediente necesario de nuestro sistema social, y tildamos a los salvajes que forman parte representativa de nuestra población con el epíteto recientemente inventado de «gamberros». La atención del público se ha volcado en los sucios gamberros vestidos de bombasí. Si este autor se hubiera limitado a ellos, se habría ganado las simpatías de todos sus lectores. Pero ha sido lo bastante audaz para dirigir la atención hacia los gamberros limpios que visten buen paño, y ha de defenderse de los lectores que no se han fijado en esta variedad o que, aun habiendo reparado en ella, prefieren pasarla por alto.
Los gamberros con la piel limpia y trajes de calidad se encuentran fácilmente en diversos estamentos de la sociedad inglesa, en las clases medias y altas. Pondré unos ejemplos. No hace mucho, la rama médica se divirtió a la salida de un espectáculo público destrozando propiedades particulares, apagando los faroles de la calle y aterrorizando a ciudadanos decentes de una zona residencial de Londres. También, no hace mucho, la rama militar cometió atrocidades (en ciertos regimientos) que obligaron a intervenir a las autoridades de la Guardia Real Montada. Hace apenas unos días, la rama mercantil acosó y expulsó violentamente de la Bolsa a un eminente banquero extranjero, que había ido a visitar el lugar acompañado de uno de sus más antiguos y respetables miembros. La rama universitaria (en Oxford) abucheó al vicerrector, los profesores de las distintas facultades y los visitantes en la Conmemoración de 1869, y más tarde irrumpió en la Biblioteca de Christ Church y quemó los bustos y esculturas que encontró en ella. Todos estos atropellos son un hecho. Como es un hecho que las personas involucradas en ellos están ampliamente representadas entre los patrocinadores, y a veces entre los héroes, de los Deportes Atléticos. ¿No hay material aquí para un personaje como el de «Geoffrey Delamayn»? ¿Es un mero producto de mi imaginación la escena que se produce en la reunión atlética de «El Gallo y la Botella», en Putney? ¿No es necesario protestar, en aras de la civilización, contra el resurgimiento de la barbarie, cuando afirma ser un resurgimiento de las virtudes varoniles y encuentra la estupidez humana tan arraigada como para creérselo?
Volviendo por un momento, antes de concluir este prefacio, a la cuestión artística, espero que el lector de estas páginas descubrirá que el propósito de la historia es siempre una parte integral de la historia misma. La condición principal para el éxito de una obra de este tipo es que realidad y ficción no puedan separarse la una de la otra. Me he esforzado mucho en lograr este objetivo y confío en que mi esfuerzo no haya sido inútil.
W. C.
Junio de 1870
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