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Marea estelar

Resumen del libro:

“Marea Estelar”, la obra maestra de ciencia ficción de David Brin publicada en 1983, catapulta a los lectores a un universo fascinante y complejo. Esta novela, segunda entrega de la serie “La Elevación de los Pupilos”, continúa la épica travesía de la nave terrestre Streaker, tripulada por neo-delfines, humanos y un neo-chimpancé.

La trama se despliega en el año 2489 cuando la Streaker descubre una flota monumental de naves espaciales pertenecientes a los Progenitores, la legendaria primera raza del universo. La obra fusiona ingeniosamente la exploración del espacio con intriga política y dilemas morales, creando una narrativa apasionante y llena de giros inesperados.

El autor, David Brin, demuestra su destreza al construir un mundo donde diversas razas alienígenas compiten por el conocimiento de los Progenitores. La trama se desenvuelve con maestría, revelando la complejidad de las relaciones entre las especies mientras la Streaker enfrenta emboscadas y luchas por mantener en secreto su descubrimiento.

“Marea Estelar” no solo es un hito en la carrera de Brin, sino también una exploración profunda de la inteligencia, la ética y la supervivencia en un cosmos vasto e inexplorado. La riqueza de detalles y la brillantez de la narrativa consolidan a Brin como un maestro de la ciencia ficción. Ganador de los premios Hugo y Nébula, este libro es un viaje inolvidable a través de las mareas del conocimiento cósmico.

“A mis propios progenitores…”

Prólogo

FRAGMENTO DEL DIARIO DE GILLIAN BASKIN

El Streaker se arrastra como un perro en tres patas.

Ayer nos arriesgamos a efectuar un salto hipermultiplicado para poner cierta distancia entre nosotros y los galácticos lanzados en nuestra persecución. La única bobina que había sobrevivido a la batalla de Morgran no ha dejado de gemir y protestar pero, finalmente, ha decidido soltarnos aquí, en el pozo de baja gravedad de una enana de población-II llamada Kthsemenee.

La Biblioteca indica un único mundo habitable en órbita: el planeta Kithrup.

Y soy indulgente al calificarlo de habitable… Tom, Hikahi y yo misma, estuvimos varias horas discutiendo con el comandante para intentar encontrar una solución alternativa pero, a fin de cuentas, Creideiki no ha podido hacer otra cosa que traernos hasta aquí.

Como médico, he de temer los insidiosos peligros que alberga el planeta; pero Kithrup es un mundo acuático y nuestra tripulación, que está casi completamente formada por delfines, necesita agua para poder moverse alrededor del navío y repararlo. Por otro lado, la riqueza de este mundo en metales pesados debería permitirnos encontrar en él las materias primas que tanto necesitamos.

Kithrup tiene, además, la ventaja de estar apartado de las rutas interestelares frecuentadas. La Biblioteca añade que es un erial desde hace mucho tiempo. Quizás a los galácticos no les pase por la cabeza la idea de venir a buscarnos.

Eso es precisamente lo que le decía a Tom ayer por la tarde cuando, a través de una portilla del salón, mirábamos crecer el disco de este planeta de equívoca belleza: una esfera azulada rodeada de nubes blancas y cuya cara oscura se vislumbraba en ciertos lugares iluminada por la rojiza luz de los volcanes y el resplandor de los relámpagos.

Le expresaba a Tom mi certidumbre de que no seríamos perseguidos y, al mismo tiempo que formulaba con seguridad aquella predicción, me sentía persuadida de que nunca podría engañar a nadie. Con una infinita tolerancia frente a mi acceso de optimismo, Tom se contentó con sonreír en silencio.

Y todo porque, naturalmente, ellos no faltarán a la cita. Sólo hay treinta y seis rutas espaciales que el Streaker podía seguir sin utilizar un punto de transferencia. El único problema reside en saber si las reparaciones de la nave terminarán a tiempo para que podamos marcharnos de aquí antes de que los galácticos nos caigan encima.

Como Tom y yo disponíamos de unas cuantas horas para nosotros mismos —las primeras en muchos días—, volvimos a nuestro camarote para hacer el amor.

Tom duerme ahora, y aprovecho su descanso para escribir estas notas. No sé si tendré ocasión de hacerlo más adelante.

El capitán Creideiki acaba de llamarnos. Desea que los dos estemos presentes en el puente, supongo que al objeto de que los fines puedan vernos y sepan así que sus tutores humanos están junto a ellos. Incluso un competente delfín espacial como Creideiki, siente de vez en cuando esa necesidad.

¡Oh, si los humanos tuviéramos la posibilidad de refugiarnos en un regazo psicológico parecido!

Ya es hora de que abandone este diario y despierte a mi cansado compañero. Pero antes voy a poner por escrito lo que Tom me dijo ayer por la noche, cuando contemplábamos los tumultuosos océanos de Kithrup.

Se volvió hacia mí, y me sonrió con esa expresión extraña que adquiere cuando un pensamiento irónico le atraviesa la mente. Luego me susurró un pequeño haikú en delfiniano ternario.

Tormentas de estrellas
Sobre el fragor de las olas…
¿Nos mojaremos, amor?

Consiguió hacerme reír. A veces pienso que Tom es medio delfín.

Marea estelar: David Brin

Sobre el autor:

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