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Máquinas mortales

Máquinas mortales, novela de Philip Reeve

Resumen del libro:

Philip Reeve, autor británico nacido en 1966, es conocido por su obra literaria destinada principalmente a jóvenes y adolescentes. Su novela más destacada, “Máquinas Mortales”, publicada en 2001, ha logrado un gran reconocimiento tanto por su originalidad como por su habilidad para crear mundos distópicos fascinantes.

“Máquinas Mortales” nos sumerge en un mundo distópico post-apocalíptico donde las ciudades han evolucionado a monstruosas máquinas sobre ruedas, devorándose unas a otras en una lucha por la supervivencia. Londres, una de las ciudades móviles más imponentes, se convierte en el escenario central de la trama. La historia sigue a Tom, un joven londinense, quien se ve envuelto en una serie de eventos que lo llevarán a enfrentarse a los oscuros secretos de su propia ciudad y a conocer a Hester Shaw, una misteriosa y decidida joven con un pasado tumultuoso.

La narrativa de Reeve es ágil y llena de acción, atrapando al lector desde las primeras páginas con un ritmo frenético y giros inesperados. La relación entre Tom y Hester es el corazón de la historia, desarrollándose a lo largo de la trama de manera orgánica y compleja, añadiendo capas de profundidad emocional a la narrativa.

El mundo que Reeve ha creado es fascinante y original, una mezcla única de ciencia ficción y fantasía que desafía las convenciones del género. Las descripciones detalladas de las ciudades móviles y los paisajes desolados de la Región Exterior transportan al lector a un universo vibrante y peligroso.

La crítica social también está presente en la novela, con Reeve explorando temas como el poder, la corrupción y la naturaleza destructiva de la humanidad a través de la lente de su mundo distópico. Este enfoque añade una capa adicional de complejidad a la trama, elevando “Máquinas Mortales” por encima de ser simplemente una emocionante aventura juvenil.

En resumen, “Máquinas Mortales” es una novela imprescindible para los amantes de la ciencia ficción y la fantasía. Con su imaginativa premisa, personajes memorables y acción trepidante, Philip Reeve ha creado un universo cautivador que deja una profunda impresión en el lector.

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El Territorio de Caza

Era una tarde de primavera, oscura y desapacible, y la ciudad de Londres iba en persecución de una pequeña población minera cruzando el lecho seco del antiguo mar del Norte.

En tiempos más felices, Londres nunca se hubiera molestado por una presa tan débil. La gran ciudad-tracción había empleado antaño sus días en la caza de ciudades mayores que esta, yendo hacia el norte hasta los bordes del Desierto de Hielo y hacia el sur hasta las orillas del Mediterráneo. Pero en los últimos tiempos, cualquier tipo de presa había empezado a escasear y algunas de las ciudades mayores comenzaban ya a mirar a Londres con ojos hambrientos. Hacía ya diez años que se ocultaba a la vista de aquellas, emboscándose en un montañoso y húmedo distrito occidental que el Gremio de Historiadores afirmaba que había sido antiguamente la isla de Gran Bretaña. Durante diez años, apenas había comido nada más que pequeñas ciudades del campo y establecimientos estáticos de aquellas húmedas colinas. Ahora, por fin, el alcalde había decidido que era una buena ocasión para volver a llevar a su ciudad por encima del puente terrestre hasta el gran Territorio de Caza.

Habían recorrido poco menos que la mitad del trayecto cuando los centinelas de las altas torres de vigilancia avistaron la población minera, que mordisqueaba en las llanuras de sal a unos treinta kilómetros por delante. Para la gente de Londres, aquello parecía una señal de los dioses, e incluso el alcalde (que no creía en dioses ni en señales) pensó que era un buen comienzo del viaje hacia el este y dio la orden de darle caza.

La población minera vio el peligro y les enseñó la popa, pero las enormes cadenas del tractor de oruga que movía Londres ya comenzaban a rodar más y más velozmente. Pronto la ciudad se afanaba en la feroz persecución, una montaña de metal en movimiento que se alzaba en siete alturas como los pisos de una tarta nupcial, los niveles inferiores envueltos en el humo de los motores, las villas de opulento y fulgurante blanco de los estratos superiores y, por encima de todo, la cruz de la cúpula de la catedral de San Pablo, con sus destellos de oro, a más de seiscientos metros sobre la arruinada tierra.

* * *

Tom se encontraba limpiando las piezas de la sección de Historia Natural del Museo de Londres cuando aquello empezó. Sintió el temblor delator en el suelo de metal y elevó la vista para ver las maquetas de ballenas y delfines, que colgaban del techo de la galería, balancearse en sus cables con suaves chirridos.

No se sintió alarmado. Llevaba viviendo en Londres sus quince años y estaba acostumbrado a sus movimientos. Sabía que la ciudad estaba cambiando de rumbo y aumentando la velocidad. Un hormigueo de agitación le recorrió el cuerpo: la vieja emoción de la caza que todos los londinenses compartían. ¡Debía de haber alguna presa a la vista! Dejando sus cepillos y plumeros, tocó la pared con la mano y notó las vibraciones que llegaban en murmullos procedentes de las enormes salas de máquinas, abajo, en las Entrañas. Sí, allá estaba: el profundo bombeo de los motores auxiliares abriéndose camino, bum, bum, bum, como un gran tambor sonando en el interior de sus huesos.

La puerta del lejano extremo de la galería se abrió de golpe y Chudleigh Pomeroy irrumpió como una fiera, con su tupé torcido y su cara redonda roja de indignación.

—En el nombre de Quirke, ¿pero qué…? —profirió airado, mirando boquiabierto a las ballenas giratorias y a los pájaros disecados que se columpiaban y se agitaban en sus jaulas como si se estuvieran sacudiendo de encima su larga cautividad y se prepararan para emprender el vuelo de nuevo—. ¡Aprendiz Natsworthy! ¿Qué está sucediendo aquí?

“Máquinas mortales” de Philip Reeve

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