Manuscrito Cuervo

Resumen del libro: "Manuscrito Cuervo" de Max Aub
Max Aub, escritor exiliado y figura clave de la literatura del siglo XX, construye en Manuscrito cuervo una obra única en su trayectoria. Conocido por su aguda mirada sobre la Guerra Civil Española y sus consecuencias, Aub experimenta aquí con una voz narrativa insólita y simbólica: la de un cuervo. Su estilo mordaz, lleno de ironía y profundidad, convierte esta novela en un testimonio literario excepcional sobre la vida en el exilio y la lucha por la supervivencia en tiempos de desarraigo.
La historia transcurre en el campo de concentración de Vernet d’Ariège, en Francia, donde fueron confinados miles de exiliados republicanos tras la derrota en la Guerra Civil Española. En este escenario hostil, el cuervo, testigo y cronista, observa y describe la vida de los prisioneros con un tono crítico y, a la vez, profundamente humano. Con un lenguaje afilado y un humor negro que atraviesa cada página, el autor desmonta la brutalidad del encierro y las miserias de los hombres, pero también sus gestos de solidaridad y resistencia.
A través de esta mirada animal, Aub construye una sátira feroz sobre el poder, la injusticia y la fragilidad humana. El cuervo, con su perspectiva externa, despojada de sentimentalismos, se convierte en un narrador privilegiado que revela las contradicciones del ser humano con una lucidez implacable. La novela, más allá de su anécdota central, se convierte en un ensayo disfrazado de ficción, un análisis de la condición humana que oscila entre la tragedia y la farsa.
Manuscrito cuervo es una obra de enorme valor literario e histórico. No solo es un retrato descarnado del exilio republicano, sino también una pieza de ingenio narrativo que desafía las convenciones del realismo. Max Aub, con su estilo inconfundible, logra una obra tan profunda como sarcástica, tan dolorosa como fascinante. Un libro imprescindible para comprender el exilio español y la capacidad del ser humano para sobrellevar incluso las situaciones más adversas.
De mi método, y algunas generalidades
SOY UN CUERVO perfectamente serio. Tengo en mucho decir las cosas como son y no como desearía que fuesen, achaque de tantos y mal para todos. Al cuervo, cuervo y a la urraca, urraca.
Me propongo estudiar aquí una casta primitiva, netamente inferior, que la casualidad me ha dado a conocer.
¿Para qué, dirán mis lectores, estudiar lo mediocre, lo inferior, habiendo tanto en qué forjar nuestra superioridad?
Por varias razones: para evitar que la ilustre raza cuerva caiga en los mismos defectos y para ver si en ese mundo embrionario hay algo que pueda servir para la mejor comprensión del universo corvino, ya que, si no nos podemos quejar de nuestro espacio vital ni de nuestra evidente superioridad sobre las demás especies, ignoramos de dónde venimos.
Existen todavía sabios (aún últimamente el ilustre cuervo X471-B4) que sostienen que descendemos del hombre; como se verá, aunque yo no comparta en ningún momento esa teoría, en una vida como la de los hombres, tan primaria, tan sin estructurar, quizá podamos colegir los rastros de una organización social que pudo ser parecida a la nuestra, hace muchos siglos. Por otra parte, no entra en mi intento abordar cuestiones tan abstrusas y me limitaré a aportar datos exactos y fehacientes acerca de ese conglomerado extraño y primitivo en el que, hasta nuestros días, nos hemos fijado tan poco.
Hablar corvinamente de los hombres es pisar un terreno virgen, o casi, de los anales de la tierra. Algún ilustre antepasado nuestro tuvo relaciones, no muy cordiales por cierto, con algunos fabulistas: especie de embajadores que, sin mayor resultado, intentaron enviarnos esos bípedos.
El respeto que nos tienen, ya que no se atreven siquiera a disparar sus armas contra nosotros, ha fortalecido este sentimiento de indiferencia que nuestro pueblo manifiesta hacia tal especie. Las universidades corvinas se han orientado hacia otros estudios, sin duda más interesantes para nuestra cultura y nadie será tan atrevido que las tache por ello.
Sin embargo, yo no tenía por qué desaprovechar la ocasión que se me ofrecía. Educado desde mi más tierna infancia entre estos extraños seres —por motivos que no tengo por qué elucidar—, he llegado a tener un cierto conocimiento de su modo y manera de vivir. Todo cuanto describa o cuente ha sido visto y observado por mis ojos, escrito al día en mis fichas. Nada he dejado a la fantasía —esa enemiga de la política— ni a la imaginación —esa enemiga de la cultura.
Todos los hechos aquí traídos a cuenta no lo son por mi voluntad, sino porque así sucedieron. He rechazado todos los relatos que me pudieran parecer sospechosos aunque el informador me mereciera crédito. He procurado seguir el procedimiento más riguroso posible.
Hubiese podido dar más amenidad al relato a costa de lo auténtico, mas para mí la exactitud, las papeletas, el método, es mi propia razón de ser. Se es erudito, o no se es nada.
No siendo este libro para el vulgo, por lo tanto:
A) Diré poco referente al exterior y apariencia de los hombres. (La clase de animales que más se les aproxima —y al que conocemos un poco mejor— es la de las lombrices; y no solo porque ambos carecen de alas).
B) El punto más delicado, el que se presta a más desorientación, es la absoluta falta de lógica en sus reacciones espirituales, tal como el irracionalismo es el signo fundamental de su estructura social.
C) Parecen obrar con arreglo a impulsos y leyes bastante idénticas a las que dicta nuestra razón, pero si se estudian a fondo, veremos que no es más que apariencia. Su mentalidad primitiva no alcanza a comprender los, para ellos, misterios de la organización social y aun los fenómenos naturales, lo que les lleva de la mano a los más extraños ritos, a las más inesperadas ceremonias.
D) Su falta de fuerza e iniciativa personal les lleva a vivir en grandes manadas, e imitar a los caracoles en cuanto se refiere a la vivienda, dándose el extraño caso —muestra evidente de su retraso mental— de que aun necesitándolas no las lleven a cuestas.
E) Su falta de plumaje, la carencia de alas y pico, el extraño crecimiento de esos órganos atrofiados que llaman brazos (ya que ni siquiera los necesitan para arrastrarse sino en contadas ocasiones, como no sea en sus primeros pasos, con lo que la teoría de mi ilustre colega 86H6K referente a que los hombres pierden sentido a la medida de sus años parece verosímil) fomenta en ellos un general sentimiento de odio entre sí, como si el imposible vuelo les empujara —por neto sentimiento de inferioridad— a usar los brazos para luchar unos contra otros.
Mi interés por los hombres se debe a que es tal vez, y a pesar de todo, el animal que más enseñanzas sacó de nuestra perfecta organización. Lejos quedó, debido al poco desarrollo de su inteligencia, pero de todos modos algo alcanzó: come de todo —hierbas, insectos, animalillos vivos y muertos—. Adoptó, en parte, la monogamia y el gusto por los objetos brillantes. Solo en un aspecto llegó a tanto o más: en guardar pertrechos para el mal tiempo, por medio de método que merece estudiarse para ver si nos conviene adoptarlo (que nada es despreciable, y de todo se puede uno aprovechar). Llámanlo —quién sabe por qué— bancos.
Conceptúo difícil que un cuervo acepte a medias, sin rechistar, lo que aquí voy a exponer. Pero tengo ya, por mis anteriores comunicaciones académicas, suficientemente cimentado el renombre de mi austeridad y de mi virtud, para que las afirmaciones contenidas en la comunicación que tengo el honor de presentar sean aceptadas como fiel reflejo de la realidad humana.
…
Max Aub. (París 1903 - México D.F. 1972). Escritor español de origen francés. Toda su obra la escribe en español, cultivando diferentes géneros: narrativa, teatro y poesía. Siendo un niño, su familia —padre alemán y madre francesa— se traslada a España por motivos de trabajo y en medio de la I Primera Guerra Mundial se establece en Valencia, donde Max cursa el bachillerato. Recibe una educación muy rica y cosmopolita y desde niño destaca por su facilidad para aprender idiomas. Al terminar sus estudios recorre el país como viajante de comercio y al cumplir los veinte años decide adoptar la nacionalidad española. Es famosa la frase de Max Aub: «se es de donde se hace el bachillerato».
En los años 20 es afín a la estética vanguardista y gracias a su trabajo como viajante asiste a tertulias de Barcelona de los vanguardistas de la época. Durante esta época empieza a escribir teatro experimental: El desconfiado prodigioso, Una botella, El celoso y su enamorada, Espejo de avaricia y Narciso.
De ideas socialistas, durante la guerra civil se compromete con la República y colabora con André Malraux en la película Sierra de Teruel (Espoir). Al terminar la contienda se exilia a París, pero preparando su marcha a México le detienen y es recluido en diferentes campos de concentración de Francia y del norte de África. Gracias a la ayuda del escritor John Dos Passos, tras tres años de encarcelamiento consigue embarcar para México.
Se gana la vida gracias al periodismo, escribiendo en los diarios Nacional y Excelsior, y también en el cine ejerciendo de autor, coautor, director, traductor de guiones cinematográficos y profesor de la Academia de Cinematografía. En 1944 es nombrado secretario de la Comisión Nacional de Cinematografía. Durante estos años escribe San Juan y Morir por cerrar los ojos y estrena su obra de teatro La vida conyugal con gran éxito.
Desde mediados de los 50 viaja por Estados Unidos y Europa pero sin poder entrar en España, desarrollando activamente en estos años su actividad literaria, periodística y cineasta. En 1969 por fin se le permite entrar en España y recupera parte de su biblioteca personal, que estaba en la Universidad de Valencia.
A su vuelta a México sigue con sus estudios de la figura de Luis Buñuel; posteriormente participa como jurado en el festival de Cannes, da conferencias por todo el mundo y, tras otro viaje a España, muere en 1972 en México.
Desde 1987 se entregan los Premios Internacionales de Cuento Max Aub, otorgados por la Fundación que lleva su nombre.