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Manual de zoología fantástica

Manual de zoología fantástica, relatos de Jorge Luis Borges

Resumen del libro:

El Manual de Zoología Fantástica, una obra emblemática de Jorge Luis Borges, despliega un universo singular donde las criaturas fantásticas cobran vida a través de testimonios que fusionan lo mágico con lo verosímil. Borges, reconocido por su maestría en la literatura fantástica, emplea una variedad de fuentes que abarcan desde textos bíblicos hasta los sueños de poetas y novelistas modernos para dar forma a este fascinante bestiario.

En esta obra, Borges se erige como un guía intrépido que nos conduce por un museo excepcional donde lo fantástico adquiere una autenticidad singular. A través de una prosa meticulosa, Borges integra experiencias literarias, filosóficas y teológicas para dar vida a criaturas que trascienden los límites de lo posible.

Los testimonios presentados en el Manual de Zoología Fantástica encarnan descripciones que oscilan entre lo mítico y lo verídico, sumergiendo al lector en un viaje inolvidable por el reino de lo improbable. Las figuras que poblaron los escritos de místicos, las representaciones chinas e hindúes, así como las creaciones de escritores medievales y del Renacimiento, convergen en este compendio único que desafía la imaginación.

Borges, con su pluma incisiva, transforma selecciones de animales irreales en seres tangibles y vívidos que traspasan las barreras de lo convencional. A través de su genio literario, el autor argentino nos invita a explorar un territorio donde lo imposible se torna posible, donde las fronteras entre lo real y lo fantástico se desdibujan, dejando al descubierto la vastedad de la imaginación humana.

El Manual de Zoología Fantástica emerge como una obra indispensable para los amantes de lo insólito y lo extraordinario. En sus páginas, Borges nos ofrece un festín literario donde las criaturas fantásticas no son meros espectros de la imaginación, sino entidades palpables que trascienden el tiempo y el espacio, cautivando a generaciones con su poder evocador y su capacidad para desafiar las leyes de la realidad.

Prólogo

A un chico lo llevan por primera vez al jardín zoológico. Ese chico será cualquiera de nosotros o, inversamente, nosotros hemos sido ese chico y lo hemos olvidado. En ese jardín, en ese terrible jardín, el chico ve animales vivientes que nunca ha visto; ve jaguares, buitres, bisontes y, lo que es más extraño, jirafas. Ve por primera vez la desatinada variedad del reino animal, y ese espectáculo, que podría alarmarlo u horrorizarlo, le gusta. Le gusta tanto que ir al jardín zoológico es una diversión infantil, o puede parecerlo. ¿Cómo explicar este hecho común y a la vez misterioso?

Podemos, desde luego, negarlo. Podemos pretender que los niños bruscamente llevados al jardín zoológico adolecen, veinte años después, de neurosis, y la verdad es que no hay niño que no haya descubierto el jardín zoológico y que no hay persona mayor que no sea, bien examinada, neurótica. Podemos afirmar que el niño es, por definición, un descubridor y que descubrir el camello no es más extraño que descubrir el espejo o el agua o las escaleras. Podemos afirmar que el niño confía en los padres que lo llevan a ese lugar con animales. Además, el tigre de trapo y el tigre de las figuras de la enciclopedia lo han preparado para ver sin horror al tigre de carne y hueso. Platón (si terciara en esta investigación) nos diría que el niño ya ha visto al tigre, en el mundo anterior de los arquetipos, y que ahora al verlo lo reconoce. Schopenhauer (aún más asombrosamente) diría que el niño mira sin horror a los tigres porque no ignora que él es los tigres y los tigres son él o, mejor dicho, que los tigres y él son de una misma esencia, la Voluntad.

Pasemos, ahora, del jardín zoológico de la realidad al jardín zoológico de las mitologías, al jardín cuya fauna no es de leones sino de esfinges y de grifos y de centauros. La población de este segundo jardín debería exceder a la del primero, ya que un monstruo no es otra cosa que una combinación de elementos de seres reales y que las posibilidades del arte combinatorio lindan con lo infinito. En el centauro se conjugan el caballo y el hombre, en el minotauro el toro y el hombre (Dante lo imaginó con rostro humano y cuerpo de toro) y así podríamos producir, nos parece, un número indefinido de monstruos, combinaciones de pez, de pájaro y de reptil, sin otros límites que el hastío o el asco. Ello, sin embargo, no ocurre; nuestros monstruos nacerían muertos, gracias a Dios. Flaubert ha congregado, en las últimas páginas de la Tentación, todos los monstruos medievales y clásicos y ha procurado, sus comentadores nos dicen, fabricar alguno; la cifra total no es considerable y son muy pocos los que pueden obrar sobre la imaginación de la gente. Quien recorra nuestro manual comprobará que la zoología de los sueños es más pobre que la zoología de Dios.

Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres, y así el dragón surge en distintas latitudes y edades. Es, por decirlo así, un monstruo necesario, no un monstruo efímero y casual, como la quimera o el catoblepas.

“Manual de Zoología Fantástica” por Jorge Luis Borges

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