Malone muere
Resumen del libro: "Malone muere" de Samuel Beckett
Segunda novela de la trilogía que Samuel Beckett escribiera después de la Segunda Guerra Mundial y que abre Molloy y cierra El innombrable, Malone muere mantiene en la indistinción hombres y objetos, subjetividad y exterioridad. En un universo en el que no cabe adivinar las tendencias ni descubrir el sentido no hay pecado, pero tampoco salvación: sólo queda la desesperación cósmica, el horror frente a la existencia, la imposibilidad de superar la soledad. Y ese mundo de impotencia e ignorancia se halla poblado tan sólo de caracteres inmóviles y desnudos que reconocen su existencia, atrapada en un cuerpo en ruinas, mediante el monólogo de la conciencia, cuyos confusos pensamientos y borrosas imágenes se traducen en palabras que, de forma extrañamente caleidoscópica, tratan sin esperanza de fijar la cronología y la identidad de una realidad que se les escapa.
Pronto, a pesar de todo, estaré por fin completamente muerto. El próximo mes, quizá. Será, pues, abril o mayo. Porque el año acaba de empezar, mil pequeños indicios me lo dicen. Tal vez me equivoque y deje atrás San Juan e incluso el 14 de julio, fiesta de la Libertad. Qué digo, tal como me conozco, soy capaz de vivir hasta la Transfiguración o hasta la Asunción. Pero no creo, no creo equivocarme al decir que dichas fiestas, este año, se celebrarán sin mí. Tengo esa sensación, la tengo desde hace algunos días, y espero no engañarme. Pero, ¿en qué se diferencia de aquellas que me confunden desde que existo? No, esta clase de preguntas no me preocupa; en lo que a mí respecta, ya no necesito ser original. Moriría hoy mismo, si quisiera, con sólo proponérmelo, si pudiera querer, si pudiera proponérmelo. Pero mejor dejarme morir, sin precipitar las cosas. Algo debe de haber cambiado. No quiero ya inclinarme, ni en un sentido ni en otro. Seré neutral e inerte. Me resultará fácil. Sólo hay que tener cuidado con los sobresaltos. Por otra parte, me sobresalto menos desde que estoy aquí. Evidentemente, aún siento de vez en cuando impulsos de impaciencia. Y de ellos debo defenderme ahora, durante quince días o tres semanas. Sin exagerar nada desde luego, llorando o riendo tranquilamente, sin exaltarme. Sí, por fin seré natural, sufriré todavía, después menos, sin sacar conclusiones, me escucharé menos, no seré frío ni caliente, seré tibio, moriré tibio, sin entusiasmo. No me miraré morir, eso lo falsearía. ¿Acaso me he visto vivir? ¿Acaso me he quejado alguna vez? Entonces, ¿por qué alegrarme ahora? Estoy contento, es inevitable, pero no hasta el punto de batir palmas. Siempre estuve contento, a sabiendas de que sería recompensado. Y aquí está ahora mi viejo deudor. ¿Es esto una razón para agasajarle? Ya no responderé a las preguntas. Intentaré también no formulármelas. Podrán enterrarme, no me verán ya en la superficie. Hasta entonces me contaré historias, si puedo. No serán las mismas historias de otras veces, eso es todo. Serán historias ni buenas ni malas, apacibles, no habrá en ellas fealdad ni belleza, ni fiebre. Apenas si tendrán vida, como el artista. ¿Qué digo? No importa. Espero proporcionarme mucha satisfacción, cierta satisfacción. Estoy satisfecho, eso es todo, estoy preparado, se me reembolsa, ya no siento ninguna necesidad. Dejadme decir para empezar que no perdono a nadie. Os deseo a todos una vida atroz y luego las llamas y los hielos de los infiernos y un honroso recuerdo en las execrables generaciones venideras. Basta por esta tarde.
Esta vez sé adónde voy. No es ya la noche de hace mucho, de hace poco. Ahora se trata de un juego; jugaré. Hasta hoy no supe jugar. Deseaba hacerlo, pero sabía que era imposible. Sin embargo, a menudo lo intenté. Lo alumbraba todo, miraba bien a mi alrededor, me ponía a jugar con lo que veía. Las personas y las cosas sólo piden jugar; algunos animales, también. Empezaba bien: todos venían a mí, contentos de que quisiera jugar con ellos. Si decía: «Ahora necesito un jorobado», aparecía uno en el acto, orgulloso de la hermosa joroba que justificaba su actuación. Por su mente no cruzaba la idea de que yo pudiera pedirle que se desnudara. Pero yo no tardaba en encontrarme nuevamente solo, sin luz. Por eso renuncié a querer jugar e hice míos para siempre lo informe y lo inarticulado, las hipótesis vanas, la oscuridad, el largo camino a tientas, el escondrijo. Tal es el fundamento del que desde hace casi un siglo no me he, por así decirlo, separado. Ahora esto cambiará; no quiero hacer otra cosa que jugar. No, no voy a empezar con una exageración. Pero desde ahora jugaré durante gran parte del tiempo, la mayor parte, si puedo. Pero quizá no tenga más éxito que antes. Quizá me encuentre abandonado como antes, sin juguetes, sin luz. Entonces jugaré solo, fingiré contemplarme. Me anima el hecho de haber sido capaz de concebir semejante proyecto.
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Samuel Beckett. Dramaturgo, escritor y poeta irlandés, es considerado uno de los grandes autores teatrales del siglo XX, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1969. Beckett fue fundamental en el nacimiento de la experimentación literaria y el teatro del absurdo, ejemplo de lo cual es su obra más conocida, Esperando a Godot (1952).
Nacido en una familia adinerada y muy religiosa, Beckett estudió en el Trinity College de Dublín donde se licenció en Filología antes de viajar a París para ser lector en la École Normale Superieur de París. Es allí donde conocerá al que será su mentor en el mundo de las letras, el escritor James Joyce, para quien trabajaría como asistente.
No sería hasta 1929 que Beckett publicara su primer cuento, Conjetura, al que pronto seguirían más relatos, poemas y ensayos. A partir de 1930, de vuelta en Irlanda, Beckett dejó atrás su carrera académica y comenzó una serie de viajes por Europa, sin más objetivo que vivir y escribiendo poco, de manera muy ocasional.
En 1933 se publicó su primera antología de relatos y Beckett comenzó a colaborar con diversas revistas, tanto con sus propias creaciones como con críticas literarias, con las que logró un gran reconocimiento y sentó las bases de una conciencia generacional en varios autores irlandeses.
Establecido en París a finales de los años 30, y sumido en varias crisis de tipo personal, sufrió un apuñalamiento que casi acaba con su vida. Tras el inicio de la II Guerra Mundial, Beckett se unió a la resistencia francesa, primero en París y luego en la zona rural de Vaucluse.
Terminado el conflicto, Beckett volvió a Dublín, donde se volcó en la literatura, produciendo más cuentos y novelas, tanto en inglés como en francés, destacando títulos como Molloy, Malone muere o El innombrable. Poco después se embarcaría en la escritura de Esperando a Godot, que le llevaría un año, siendo publicada con muchos esfuerzos en 1952 y estrenada en 1953. Pese a recibir malas críticas en su estreno, la obra alcanzó grandes alabanzas y es una de las obras más representadas del siglo XX.
A partir de los años 60, gozando del éxito de piezas teatrales como Final de partida o Los días felices, Beckett trabajó para la BBC y también en guiones o programas de radio. En 1969 recibió el Premio Nobel. El autor irlandés siguió trabajando, sobre todo el teatro, publicando sus últimas obras y antologías de escritos o poemas hasta bien entrados los años 80.
Samuel Beckett murió el 22 de diciembre de 1989 en París.