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Maleficios

Resumen del libro:

Maleficios, de Mijaíl Bulgákov, es una obra que sorprende por su humor negro y su mordaz crítica a la burocracia soviética de los años veinte. Se trata de una novela corta que narra las peripecias de Bartholomé Korotkov, secretario titular del Depósito Central y Principal de Materiales Fosfóricos, quien se ve inmerso en una serie de situaciones absurdas y delirantes a raíz de un desafortunado equívoco. A lo largo de la historia, el pobre Korotkov se enfrenta a un nuevo director que lo despide debido a la confusión de su apellido con la palabra “calzones”, a unos gemelos malvados que lo persiguen y cambian su identidad, y a un laberinto de oficinas donde nadie sabe quién es quién ni qué hace cada uno. Todo ello se desarrolla en un tono satírico y fantástico que evoca a los mejores trabajos de Kafka o al propio Gógol.

El autor, Bulgákov, conocido también por su célebre novela El maestro y Margarita, escribió Maleficios en 1924, pero no pudo publicarla hasta 1987 debido a la censura y represión impuestas por el régimen estalinista. La obra constituye una denuncia de la ineficacia, corrupción y arbitrariedad del sistema burocrático imperante tras la revolución, el cual transformaba la vida de los ciudadanos en una pesadilla kafkiana. Bulgákov utiliza el humor y la fantasía como armas para exponer la realidad absurda y grotesca que le tocó vivir, al tiempo que crea un personaje entrañable y cómico como Korotkov, quien encarna al hombre común atrapado en una maquinaria infernal.

Para los amantes de la literatura rusa y las novelas satíricas, Maleficios resulta una lectura sumamente recomendable. La obra combina ingenio, ironía e imaginación para crear un relato divertido y profundo a la vez. Además, ejemplifica el talento y la valentía de Bulgákov como escritor, plasmando su visión crítica y algo surrealista de la época con gran maestría narrativa.

1. El suceso del día veinte

En un tiempo en que todo el mundo saltaba de un empleo a otro, el camarada Korotkov se encontraba bastante seguro en su puesto del GLAVTSENTRBAZSPIMAT (Depósito Central y Principal de Materiales Fosfóricos), donde ocupaba el cargo de secretario titular.

Animado por su empleo en el SPIMAT, Korotkov, un rubio apacible y bondadoso, había desterrado por completo de su corazón esa idea tan extendida en este mundo cruel que se suele definir como reveses de la fortuna; por el contrario, se había inoculado con la convicción de que él, Korotkov, conservaría su plaza en el depósito hasta la total extinción de la vida sobre el globo terrestre. Pero, desgraciadamente, las cosas fueron de forma bien distinta…

El 20 de septiembre de 1921, el cajero del SPIMAT se enfundó su horrible gorro con orejeras, metió en la cartera una orden de pago anulada y abandonó el SPIMAT. Eran las once de la mañana.

El cajero regresó a las cuatro y media de la tarde, totalmente calado. Al llegar, sacudió el agua de su gorro, lo dejó en la mesa, puso la cartera encima y dijo:

—No empujen, señores.

Después revolvió en un cajón de la mesa en busca de no se sabe qué, salió de la habitación y regresó al cabo de un cuarto de hora con una gallina muerta a la que le habían retorcido el cuello. Dejó la gallina en la mesa y puso la mano derecha sobre ella. A continuación dejó caer estas palabras:

—No hay dinero.

—¿Y mañana? —preguntaron las mujeres a coro.

—Tampoco —el cajero sacudió la cabeza—; no habrá dinero mañana ni pasado mañana. No empujéis, camaradas, o volcaréis la mesa.

—¿Cómo? —exclamaron todos, y, entre ellos, el inocente Korotkov.

—¡Ciudadanos! —clamó con voz llorosa el cajero, apartando a Korotkov de un codazo—. Por favor.

—Pero ¿cómo es posible? —gritaron los allí reunidos, entre los que se destacó la voz del cómico Korotkov.

—¡Un momento! ¡Calma! —balbuceó el cajero con voz ronca.

Y, acto seguido, sacó la orden de la cartera y se la enseñó a Korotkov. Por debajo del lugar que señalaba el cajero con su sucia uña se veía escrito de través y con tinta roja:

«Páguese. El camarada Soubbotnikov: El Senado».

Y debajo, en tinta violeta:

«No hay dinero. El camarada Ivanov: Smirnov».

—¿Cómo? —exclamó Korotkov en solitario, mientras los demás, jadeantes, se apiñaban a la espalda del cajero.

—¡Por el amor de Dios! —gimió el cajero con aire abatido—. ¿Qué culpa tengo yo en todo este asunto? ¡Por favor!

Y guardó rápidamente la orden en la cartera. Después, se puso el gorro, deslizó la cartera bajo el brazo, levantó la gallina y gritó:

—¡Déjenme pasar, por favor!

Se abrió entonces una brecha en la muralla humana y el cajero desapareció por la puerta.

La secretaria encargada del registro se había puesto pálida y corrió tras él con sus altos tacones puntiagudos. Al llegar a la puerta se oyó un chasquido y la perseguidora perdió el tacón izquierdo. La secretaria se tambaleó, levantó el pie y se deshizo del zapato.

De este modo, también ella se quedó en la habitación con un pie desnudo, junto a los demás, entre los que se encontraba Korotkov.

Maleficios: Mijaíl Bulgákov

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