Resumen del libro:
Lunes o martes es el único libro de cuentos que Virginia Woolf publicó en vida y es un buen puerto de entrada a su obra. En estos cuentos y bosquejos existe una narrativa que experimenta con formas clásicas, a la vez que es un recordatorio de que un cuento no solo «cuenta una historia», sino que es un extracto de la realidad. Y que esa realidad oscila entre un mundo interior y el mundo exterior, y, por lo tanto, no está hecha solo de palabras, de tramas, y de personajes principales y secundarios; sino también de una serie de momentos tan reales como oníricos, e incluso temporalmente más extensos de lo que un lunes o martes cualquiera pueden ofrecernos.
UNA VIDA PUERTAS ADENTRO
Dicen que Virginia Woolf era una mujer bastante tranquila pero con una mente infinitamente curiosa. Que era parlanchina en la presencia de compañía agradable, aunque también propensa a hundirse en el silencio y la soledad, y quedarse horas y días en su cuarto propio sin enterarse de lo que sucedía allá fuera (por ejemplo: la Segunda Guerra Mundial). Y que su escritura era consecuencia de una dialéctica personal y creativa compuesta por dos elementos: la escritura de su diario de vida y sus caminatas diarias. Estas últimas, como buena inglesa, sucedían luego de tomar el té religiosamente a las cuatro de la tarde. En sus propias palabras: «Mientras camino pienso en diferentes maneras para re-escribir mis escenas; concibo infinitas posibilidades. Así veo la vida, mientras camino por las calles, como si fuera un inmenso y opaco bloque de materialidad que debo transmitir en su equivalente de palabras».
La Virginia Woolf de Lunes o martes es una autora que escribe en su diario de vida y camina, pero que a sus 39 años todavía no se siente una escritora con todas las de la ley. Que duda de sí misma. Y que se frustra con facilidad. Porque si bien en 1915 había publicado su debut novelístico Fin de viaje (durante la Primera Guerra Mundial), y cuatro años más tarde Noche y día, Woolf consideraba ambas obras más bien tradicionales y lineales, y de ahí sus deseos de experimentar con el lenguaje, y tratar de aprehender tanto el mundo exterior (del cual se nutría la narrativa realista de la época), así como el misterioso mundo interior (en alza gracias a Freud, Proust, Joyce y los otros modernistas sospechosos de siempre).
En 1921, Virginia Woolf daba los primeros pasos hacia una nueva etapa literaria. Cada vez le interesaba menos la ficción realista que, según ella, solo se preocupaba de lo superficial; lo que Woolf buscaba era una escritura que enfatizara el flujo continuo de la conciencia y el paso del tiempo, como una serie de momentos que a veces no se pueden simplemente clasificar como días, semanas, meses, años o siglos.
Así lo explicó en su ya clásico ensayo «Ficciones Modernas», publicado en 1921:
«Examinemos una mente ordinaria durante un día ordinario. La mente recibe una miríada de impresiones triviales, fantásticas, evanescentes y hasta grabadas con la dureza del acero. Son impresiones que vienen de todos lados, como una incesante lluvia de innumerables átomos; y según la forma en que caen, así se acomodan en la vida que constituye un lunes o martes cualquiera».
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