Site icon ISLIADA: Portal de Literatura Contemporánea

Lukundoo y otros relatos extraños y terroríficos

Lukundoo y otros relatos extraños y terroríficos

Lukundoo y otros relatos extraños y terroríficos

Resumen del libro:

Edward Lucas White nació en Bergen (New Jersey) en 1866 y desde muy joven mostró una gran pasión por la Historia, especialmente la de la antigua Roma. Se graduó con honores en Lenguas Románicas en Baltimore, la ciudad en la que había vivido su gran maestro Edgar Allan Poe. Aunque escribió numerosos poemas y relatos de corte fantástico, y más tarde novelas históricas, lo cierto es que nunca logró ganarse la vida con la literatura.
Edward Lucas White compiló sus relatos en dos volúmenes: The Song of the Sirens (1919), historias ambientadas en la antigua Roma, y Lukundoo and Other Stories (1927), que reúne sus más famosos cuentos macabros, relatos que se publican ahora por primera vez en España.La presente colección se compone de diez historias de las que su autor comentó:
«Las soñé todas, y el sueño o pesadilla no necesitó apenas modificaciones para convertirse en historia».
De estas pesadillas podemos destacar Lukundoo, obra maestra incluida en numerosas antologías, que nos habla de la venganza sobrenatural de un brujo nativo sobre un blanco que le ha desafiado; Amina, ambientada en los desiertos de Oriente Medio, nos cuenta la historia de una «femme fatal» cuya naturaleza bestial prefigura las criaturas de Clive Barker; La casa de la pesadilla, una visión original sobre el tema de la mansión encantada, o La isla de la brujería, la inquietante historia de un excéntrico aristócrata amante de las aves que reina como un sátrapa oriental en una isla.
El lector aficionado disfrutará con el talento de White para crear atmósferas en apariencia intrascendentes que se deslizan inesperadamente hacia sucesos siniestros y amenazadores, siguiendo la lógica ilógica de los sueños.

PESADILLAS Y MALDICIONES

LAS MACABRAS FANTASÍAS ONÍRICAS DE EDWARD LUCAS WHITE

I

Personalmente, no me disgustan las pesadillas. Para mí, incluso cuando me despiertan en mitad de la noche empapado en sudor frío o al borde del grito, poseen el encanto de una realidad más allá de lo cotidiano, que por horrible u ominosa que pueda resultar, será siempre mucho más agradecida que la terrible banalidad de nuestra existencia diaria. Siempre he encontrado particularmente agradable el hecho de que, en italiano, el término para designar la palabra pesadilla no sea otro que incubo. Me resulta difícil no ver así en los malos sueños el bienvenido ataque vampírico de alguna entidad demoníaca —sea íncubo sea súcubo, ¿qué importa?— dispuesta a poseernos, sin darse cuenta quizás de que en esa posesión también está implícita una liberación de nuestras ataduras materiales, de nuestra aburrida vigilia con todas sus esclavitudes serviles, que supone sin duda un destino quizás peor que la muerte, pero siempre mejor que la vida. No es extraño, pues, que sean muchos los escritores de ficción fantástica y terrorífica quienes han encontrado inspiración para sus obras en el mundo de los sueños y, más específicamente, de las pesadillas. Así surgieron en buena parte, al menos según sus autores, el Frankenstein de Mary Shelley, El extraño caso del Dr. Jekylly Mr. Hyde de Stevenson y hasta el Drácula de Stoker. Igualmente, por confesión propia, sabemos que algunos de los relatos más impresionantes de Poe, Wells o Lovecraft tienen origen a su vez en pesadillas y ensoñaciones plasmadas después en tinta por sus creadores. Incluso best-sellers modernos del género, como Misery de Stephen King —siendo King, ¿cómo no tener tal pesadilla?— o la saga Crepúsculo de Stephenie Meyer proceden de sueños recurrentes, en el segundo caso también húmedos, por supuesto. Pero de entre todos estos soñadores expertos hay uno que reclama aquí nuestra atención por su singularidad, por la longeva popularidad de algunos de sus relatos —ya que no del propio autor— y por su capacidad peculiar para conservar en ellos la atmósfera onírica y la falta de lógica o solución que inevitablemente acompaña los genuinos sueños y pesadillas, poluciones de nuestro inconsciente, individual y colectivo, que nos obligan a llevar una doble vida independiente de toda ley, regla o norma impuesta por Dios, la naturaleza o el hombre. Hablamos de Edward Lucas White (1866-1934).

II

Pese a sus obvias dotes de experimentado viajero onírico, lo que difícilmente podía llegar a sospechar ni en sueños E. L. White, apreciado literato estadounidense creador de novelas históricas mayormente ambientadas en la antigua Roma, poeta y autor también de cierto número de relatos de humor y tema contemporáneo, es que en el futuro sería recordado prácticamente solo y exclusivamente como escritor de cuentos macabros, en especial gracias a una de las obras maestras del género, “Lukundoo”, indispensable en cualquier antología sobre el tema que se precie. No es un destino extraño para muchos de los escritores del periodo tardo-victoriano y la era eduardiana: W. W. Jacobs, F. Marion Crawford, Robert W. Chambers, E. F. Benson e incluso Edith Wharton han sido más reconocidos por la posteridad como hábiles constructores de historias de fantasmas, fantasías oscuras y relatos macabros que gracias a las obras de humor, historia, romance o costumbrismo que en su día les hicieran populares y hasta ricos en algunos casos. Para su desgracia, aunque algunas de sus novelas fueron también acogidas con notable éxito por crítica y público, Lucas White jamás consiguió vivir solo de la literatura, y mucho menos rentabilizar sus muchos y excelentes cuentos fantásticos que a menudo tardó años en publicar y solamente tras su muerte alcanzarían el estatus de verdaderos clásicos del género.

La vida de E. L. White resulta poco excitante y es más bien escaso lo que de ella sabemos, principalmente gracias al ya fallecido George T. Wetzel, polémico miembro del fandom de fantasía y ciencia ficción anglosajón desde la década de los 40, quien a lo largo de varios números del fanzine Fantasy Commentator publicó, a comienzos de los años 80 del pasado siglo, una serie de artículos bajo el título de Edward Lucas White: Notes for a Biography que, interrumpidos por su muerte en 1983, han servido a su vez para los datos biográficos que aporta el experto S. T. Joshi en su introducción al libro The Stuff of Dreams: The Weird Stories of Edward Lucas White (Dover, 2016). Datos que, por supuesto, siguen también en general estas breves líneas sobre el devenir terrenal de nuestro autor.

White nació el 11 de mayo de 1866 en Bergen (New Jersey), en el seno de una familia de origen francés e irlandés, instalada poco después de su nacimiento en Brooklyn. Su padre, Thomas Hurley White, fue una de las víctimas del Viernes Negro de 1869 (tan distinto de los Black Friday de hoy en día…), viéndose el matrimonio obligado a separarse temporalmente por motivos económicos y laborales. Mientras el padre permanecía en la ciudad de Nueva York en busca de trabajo, E. L. White se trasladaba con su madre a la ciudad de Coxsackie, situada en las cercanías del río Hudson. Los intentos familiares por regentar una granja al oeste del Estado de Nueva York, en Ovid, fracasaron también, y en 1874 Thomas se vio obligado a mudarse a Baltimore, donde su esposa tardaría casi cinco años en reunirse con él. Pese a que Edward fue enviado en 1877 a la Pen Lucy School de Baltimore, gran parte de su educación fue esporádica y autodidacta, producto de sus visitas y lecturas constantes en la Biblioteca del Instituto Peabody, donde, al parecer, desarrolló su pasión por la Historia y, en particular, por la historia de la antigua Roma, que habría de dar sus frutos en el futuro.

En 1884, Edward fue aceptado en la Johns Hopkins University, donde destacaría por su apasionada pertenencia al club de debate, llamando positivamente la atención ni más ni menos que del futuro presidente Woodrow Wilson. Sin embargo, la continuidad de sus estudios se vio constantemente acosada por dos fantasmas nada complacientes: la amenaza de la pobreza, que le acompañaría durante casi toda su vida, y las frecuentes migrañas que sufriría también intermitentemente a lo largo de su existencia, provocadas probablemente por el estrés y el exceso de trabajo. En junio de 1885 abandonaba la universidad para emprender, por consejo médico, un viaje a Río de Janeiro —cuya huella puede encontrarse en el relato “Alfandega 49 A”, incluido aquí— a bordo del navío Cordorus. White escribía poesía y narrativa al menos desde su adolescencia, y durante su viaje y estancia en Brasil completó una primera versión de su novela utópica Plus Ultra que, sin embargo, arrojó por la borda durante la travesía de regreso. Instalado de nuevo en Baltimore y de vuelta en la Universidad a finales de 1886, destruyó, presa de una crisis profunda, la práctica totalidad de todo lo que había escrito hasta entonces, alrededor de mil doscientas obras de diverso género y extensión. Pese a graduarse con honores en 1888 en Lenguas Románicas, de nuevo se vería obligado a abandonar la institución así como sus planes para emprender estudios de posgrado, cuando a su padre se le agotara el dinero con que le costeaba las clases, arruinando sus posibilidades de conseguir un puesto docente permanente en la Johns Hoskins. A partir de ese momento, White comenzaría una larga carrera como profesor, primero de latín en Dartmouth, en 1892, después en la Friends High School de Baltimore como maestro de instituto, querido y recordado por sus alumnos, y más tarde, en 1899, en la Boys Latin School, donde permanecería hasta 1915, tras haber contraído matrimonio en 1900 con la hermana de un compañero de colegio, Agnes Gerry, después del largo noviazgo de rigor característico de la época.

Lukundoo y otros relatos extraños y terroríficos

Sobre el autor:

Otros libros

Exit mobile version