Resumen del libro:
Entre 1895 y 1899, Gorki escribió relatos y novelas cortas donde recogía su propia experiencia personal como vagabundo por la gélida Rusia, arrastrando una vida miserable y trabajando ocasionalmente para conseguir un mendrugo de pan con el que engañar al hambre y un harapo para burlar el frío. Las historias de vagabundos, a los que describe como seres libres que se oponen individualmente a las enormes diferencias de clases de las sociedad rusa, le fueron llevando desde el realismo hacia un romanticismo reivindicativo que marcaría en el futuro su literatura y le llevaría a apoyar abiertamente la revolución de 1917. Sara Gutiérez ha seleccionado y traducido seis de las piezas más brillantes dedicadas por Gorki a los vagabundos, algunas de ellas inéditas en español y otras que dejaron de editarse hace años.
Rusia como estado de ánimo
DÉJENME QUE, CORRIENDO ALGÚN RIESGO, les pida que se adentren en este libro dejando a un lado prejuicios e ideas heredadas. Que no piensen en Maxím Gorki como el activista que se sumó a la revuelta contra la autocracia de los Romanov, pero tampoco como el intelectual que vivió una relación de amor-odio con Lenin. Que no le evoquen como el dos veces exiliado, al sol de Capri o de Sorrento, por su oposición a la deriva de la revolución bolchevique, ni volviendo a su patria para recibir el homenaje de un régimen criminal al que sirvió de coartada sin dejar por ello de intentar, una y otra vez, salvar la vida, la hacienda y la honra de los que caían en desgracia. Que no echen mano de mapas de la URSS en los que el topónimo de su ciudad, Nizhni Novgorod, fue sustituido por Gorki, ni de las cartas intercambiadas por el escritor con Stalin o Yagoda, responsable de la policía secreta, que demuestran que no era servil y que había abandonado toda esperanza de una evolución favorable del sistema, lo cual explica que, tras su fallecimiento, el 14 de junio 1936, la duda prendiera: ¿muerte natural o víctima del poder rojo?
Eso les pido, aunque soy consciente de lo difícil que resulta leer a alguien cuya figura es, probablemente, más grande que su obra sin tener en cuenta quién y qué fue, lo que hizo y lo que dejó de hacer…
O, por apurar el grado de precisión, les pido que piensen en ese hombre cuando aún no tiene Maxím Gorki (amargo) como nombre de pluma, aunque amarga es su vida, y amargas sus experiencias. Porque es capital buscar la compañía de Los vagabundos sabiendo que la mayor y más meritoria parte de la obra del padre de los escritores soviéticos habla de la Rusia prerrevolucionaria.
Nació Alekséi Maksímovich Peshkov el 28 (16, según el calendario entonces vigente) de marzo de 1868 y con apenas cinco años, huérfano de padre, se vio obligado a instalarse en casa de sus abuelos maternos, responsables de su educación desde que su madre contrajera segundas nupcias. El abuelo tintorero trataba peor que mal al nieto, y a la edad de ocho años lo lanzó al mundo para que se ganara la vida por su cuenta.
El niño vivió aquí y allá, con familiares y extraños, trabajando de casi todo: aprendiz de zapatero, recadero para un pintor de iconos, lavaplatos en un vapor que surcaba el Volga (y cuyo cocinero le inoculó el virus de la lectura). El adolescente fue panadero, estibador, vigilante nocturno, y de puro desesperado, intentó suicidarse. Y el joven que apenas estrenaba la segunda década de su azarosa vida se convirtió en vagabundo y recorrió a pie el sur inmenso de la inmensa Rusia.
Gorki junto a Stalin en una imagen de 1931.
Rebosante de lecturas y experiencias llegó a Tiblisi, en cuya prensa local publicó Makar Chudra (1892), su primera llamada de atención. Tres años después, ya en San Petersburgo, dio a la imprenta Chelkash, una pequeña obra maestra que hizo de él un escritor reconocido.
Los relatos que Sara Gutiérrez (que ha vivido en Ucrania y Rusia y conoce no ya los secretos del idioma, sino los sentimientos que lo animan) ha traducido para Los vagabundos están fechados entre 1895 y 1899. Son el trabajo de un Gorki en estado de gracia, empapado de su país y sus paisanos. En ellos, modela su literatura con el material recogido durante los años errantes, siembra sus paisajes de figuras que se conocen en los pequeños detalles, da voz a las personas con las que ha compartido pan y camino, retrata a quienes le han acogido y alimentado o le han dado con la puerta en las narices. Por aquí desfilan gentes bien y gentes honradas (no es lo mismo, claro), los que se han apartado de la sociedad y los que han sido apartados, ladrones que actúan al amparo de la ley y ladrones por perseguidos en nombre de esa misma ley.
Gorki dibuja como el mejor sociólogo la estampa de un país dolorido y resignado, esboza un programa que aún no es político pero puede serlo: no a la crueldad, no a la servidumbre, sí al trabajo honrado y bien remunerado, sí también a la fortaleza que exhiben quienes parecen más cobardes, aquellos que han abandonado su puesto en la sociedad y recorren el mundo. La libertad para quien la trabaja, y para quien la pasea.
Esta primera etapa creativa se cierra con Dvadtsat shest i odna (Veintiséis hombres y una mujer), publicada en 1899, año del que también data su primera novela, Foma Gordayev, e hizo abrigar a muchos de sus compatriotas la esperanza de que Gorki llegaría a ser un nuevo Chéjov, un nuevo Tolstói. La historia de la literatura dice que a pesar de obras tan populares como Mat (La madre, 1906), no lo logró.
Échenle la culpa al talento, enorme pero no suficiente para alcanzar la talla de esos dos gigantes. O a las circunstancias vitales: la de Gorki no fue una existencia tranquila, propicia para la creación. Claro que, sin su vida tal y como fue, ni se explican estos vagabundos que el lector está a punto de conocer, ni esa autobiografía en tres volúmenes (Infancia, En el mundo y Mis universidades) que, para muchos, es su obra maestra.
Prepárense, pues, para un viaje. Lean con las botas puestas, y con el abrigo a mano, porque en la Rusia de Gorki hace mucho frío. Si algún personaje se lo ofrece, acepte un té, un vodka, un sitio al precario abrigo de una barca volcada o al calor de una hoguera. Déjense llevar de la mano del escritor amargo, compasivo, ruso hasta el tuétano, por ese país físico que es casi un estado de ánimo.
EVA ORÚE
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