Viajes Extraordinarios
Los quinientos millones de la Begun
Resumen del libro: "Los quinientos millones de la Begun" de Julio Verne
En Los quinientos millones de la Begun, Julio Verne, siempre visionario, aborda una tensión latente entre el progreso y el riesgo que acompaña a la tecnología. Dentro de la obra destaca su habilidad para transformar situaciones cotidianas y científicas en aventuras maravillosas, presentando una trama en la que se explora hasta dónde puede llegar la ambición humana y la sed de poder cuando se dispone de recursos y conocimientos. El dinero, en este caso, llega inesperadamente: la fortuna de un príncipe indio fallecido, que heredan dos hombres radicalmente distintos en sus ideales y en su visión de cómo utilizar la riqueza para construir un mejor mundo. Esta herencia se convierte en la semilla de una narrativa donde el idealismo y el fanatismo chocan con una crudeza pocas veces vista en la literatura de Verne.
La historia sigue a dos protagonistas antagónicos: el doctor francés Sarrasin y el ingeniero alemán Schultze. Sarrasin, un humanista comprometido, utiliza su parte de la fortuna para fundar una ciudad utópica, Francia-Ville, donde la ciencia y la tecnología están al servicio de la paz y el bienestar social. Por su lado, Schultze, misántropo y obsesionado con el poder bélico, destina su parte de la herencia a crear Stahlstadt, una ciudad industrial de carácter militarista. Esta dualidad entre las ciudades simboliza la dicotomía entre el uso constructivo y destructivo de la tecnología, reflejando las ansiedades de Verne sobre un futuro donde los avances científicos podrían volverse en contra de la humanidad.
A medida que avanza la trama, Verne juega con la idea de la ciudad como un laberinto en el que los personajes se ven atrapados y obligados a enfrentar sus propios valores y temores. El joven Marcel Bruckmann, amigo y protegido de Sarrasin, asume el rol de héroe en esta lucha, infiltrándose en la amenazante Stahlstadt para impedir los planes de destrucción de Schultze. Esta empresa desafiante, que implica peligros constantes y una travesía por un espacio hostil, evoca antiguos mitos de pruebas iniciáticas, pero está construida bajo una estética realista, marcando uno de los momentos más oscuros y complejos de la obra de Verne.
El autor, uno de los precursores de la literatura de ciencia ficción, utiliza esta historia para cuestionar la moralidad del desarrollo científico. Julio Verne (1828-1905) es conocido por su habilidad para anticipar descubrimientos y dilemas futuros, y en Los quinientos millones de la Begun plantea una reflexión profética sobre los usos éticos de la tecnología. Su narrativa no solo entretiene, sino que invita al lector a considerar el impacto del progreso en el destino de las sociedades, convirtiéndose en un referente de cómo los ideales humanistas pueden ser corrompidos por el afán de poder.
Esta novela se inscribe en el ciclo de los Viajes extraordinarios, en el que Verne crea un universo que fusiona realidad y ficción, optimismo y desencanto. En ella, la visión de la ciencia como herramienta para el bien común empieza a tambalearse ante la evidencia de su potencial destructivo, anticipando una de las preocupaciones clave de la modernidad: el temor de que los avances científicos, lejos de llevar a un mundo ideal, puedan acabar en un escenario de destrucción y deshumanización.
1. En el que aparece el señor Sharp
«Estos periódicos ingleses están verdaderamente bien hechos», se dijo el buen doctor, a la vez que se arrellanaba cómodamente en el gran sillón de cuero.
El doctor Sarrasin había practicado durante toda su vida esa forma de distracción que es el monólogo.
Era un hombre de cincuenta años, de finas facciones, con unos ojos vivos y limpios tras las gafas con montura de acero. Su fisonomía era a la vez grave y amable. Era uno de esos individuos que obligan a decirse a primera vista: «Éste es un buen hombre».
A esa hora matinal, el doctor se hallaba ya recién afeitado y con corbata blanca, sin que ni su aspecto ni su atuendo denunciaran afectación alguna.
Sobre la alfombra y los muebles de la habitación del hotel de Brighton en que se alojaba se hallaban extendidos el Times, el Daily Telegraph y el Daily News. Aunque apenas hubieran dado las diez, el doctor había tenido ya tiempo para dar una vuelta por la ciudad, visitar un hospital, regresar al hotel y leer en los principales diarios de Londres el informe in extenso de la memoria que había presentado en la antevíspera al gran Congreso internacional de Higiene, sobre un «cuentaglóbulos sanguíneos» del que era inventor.
Ante él, una bandeja, cubierta por una servilleta blanca, contenía una chuleta, una taza de té humeante y unas tostadas con mantequilla, de esas que hacen tan maravillosamente las cocineras inglesas, gracias a los panecillos especiales que les procuran los panaderos.
«Sí», se repetía, «estos diarios del Reino Unido están verdaderamente bien hechos; hay que reconocerlo… El discurso del vicepresidente, la respuesta del doctor Cicogna, de Nápoles, el texto de mi memoria, todo está tomado al vuelo, apresado, fotografiado».
«Toma la palabra el doctor Sarrasin. El ilustre asociado se expresa en francés». «Ruego a mis auditores me excusen por permitirme esta libertad, pero estoy seguro de que son más capaces de comprender mi lengua que yo de hablar la suya…». «¡Cinco columnas de texto…! No sé qué reseña es la mejor, si la del Times o la del Telegraph… No cabe mayor precisión ni exactitud».
En tales reflexiones se hallaba sumido el doctor Sarrasin, cuando el maestro de ceremonias —pues no sería posible asignar un título menor a un personaje tan correctamente vestido de negro— llamó a la puerta y preguntó si el «monsiú» estaba visible.
«Monsiú» es la apelación general que los ingleses se creen obligados a aplicar indistintamente a todos los franceses, del mismo modo que creerían contravenir a las reglas de urbanidad si no designaran a un italiano bajo el título de «Signor» o a un alemán bajo el de «Herr». Y quizá tengan razón en hacerlo así. Pues tan rutinaria costumbre tiene la ventaja de indicar automáticamente la nacionalidad de las personas.
El doctor Sarrasin tomó la tarjeta que se le presentaba. Asombrado de recibir una visita en un país en el que no conocía a nadie, lo estuvo más aún al leer la tarjeta:
Mr. SHARP, solicitor,
93, Southampton row
LONDON
Él sabía que un «solicitor» es el congénere inglés de un abogado, o más bien un hombre de ley híbrido, situado entre el notario y el abogado, el procurador de otro tiempo.
«¿Qué diablos puedo yo tener que ver con este Mr. Sharp?», se preguntó. «¿Me habré metido en un lío, sin darme cuenta?».
—¿Está usted seguro de que soy yo la persona a quien busca?
—¡Oh! Yes, Monsiú.
—Bien, pues dígale que pase.
El maestro de ceremonias introdujo a un hombre, joven aún, a quien el doctor clasificó inmediatamente entre los pertenecientes a la gran familia de los «cadavéricos». Sus delgados y resecos labios, sus largos dientes blancos, sus cavidades temporales casi al desnudo bajo una piel apergaminada, su color de momia y sus ojillos grises que emitían una mirada penetrante como un berbiquí justificaban sobradamente tal catalogación. Su esqueleto desaparecía, desde los talones al occipucio, en un «ulster-coat» a grandes cuadros. Su mano se cerraba sobre el asa de un maletín de cuero brillante.
El personaje entró, saludó rápidamente, dejó el maletín en el suelo, se sentó sin pedir permiso y dijo:
—William Henry Sharp júnior, socio de la casa Billows, Green, Sharp y Compañía. ¿Es con el doctor Sarrasin con quien tengo el honor de hablar?
—Sí, señor.
—¿Fran^ois Sarrasin?
—Tal es mi nombre, en efecto.
—¿De Douai?
—Douai es mi residencia, sí.
—¿Su padre se llamaba Isidore Sarrasin?
—Exactamente.
—Digamos, pues, que se llamaba Isidore Sarrasin.
El señor Sharp sacó de su bolsillo un cuaderno de notas, lo consultó y prosiguió:
—Isidore Sarrasin murió en 1857, en el sexto distrito de París, calle Taranne, número 54, en el hotel de las Escuelas, antes de su demolición.
—En efecto —dijo el doctor, cada vez más sorprendido—. Pero ¿quiere usted explicarme…?
—Su madre se llamaba Julie Langévol —prosiguió, imperturbable, el señor Sharp—. Era oriunda de Bar-le-Duc, hija de Bénédict Langévol, que tenía su domicilio en la calle Loriol y que murió en 1812, según consta en los registros municipales de dicha ciudad… Tales registros son una institución muy valiosa, señor, muy valiosa… ¡Ejem…! ¡Ejem…!, y era hermana de Jean-Jacques Langévol, tambor mayor del 36 ligero…
—Le confieso —le interrumpió el doctor Sarrasin, maravillado ante tan profundo conocimiento de su genealogía— que parece usted mejor informado que yo mismo sobre estos puntos. Es cierto que el apellido de mi abuela era Langévol, pero esto es todo lo que yo sé de ella.
…
Julio Verne. Escritor francés, fue uno de los grandes autores de las novelas de aventuras y ciencia ficción del siglo XIX. Destaca por su capacidad de anticipación tecnológica y social, que le ha llevado a ser considerado como uno de los padres del género de la literatura de ciencia ficción y la "moderna" novela de aventuras de su época, prediciendo muchos de los inventos tecnológicos del siglo XX en sus obras.
Nacido en una familia adinerada y siendo el mayor de cinco hermanos, Verne disfrutó de una buena educación y ya de joven comenzó escribir narraciones y relatos, sobre todo de viajes y aventuras. Tuvo una relación conflictiva con su padre debido a su gran autoridad, llegando a no volver a visitar su hogar al alcanzar independencia económica. Debido a su prematuro enamoramiento no correspondido por su prima a los once años, desarrolló una gran aversión hacia las mujeres. No fue hasta 1857 que se casó con una viuda rica, madre de dos hijas, y cuatro años después tuvieron su único hijo juntos, Michael Verne.
Antes de ingresar a la universidad, estudió Filosofía y Retórica en el Liceo de Nantes. Posteriormente, viajó a París y se licenció en Derecho. En 1848 escribió sonetos y algunos libretos de teatro y conoció a la familia Dumas, la cual influenció mucho en sus futuras obras y le ayudó a difundirlas. En 1849 aprobó la tesis doctoral de Derecho pero se decidió por la escritura consiguiendo la decepción y aversión de su padre que quería que ejerciera como abogado.
Verne se dedicó a la literatura pese a no contar con apoyo económico alguno, lo que minó su salud gravemente. Sus primeras obras no tuvieron mucho éxito, por lo que tuvo que compaginar su pasión por la escritura con la docencia para sobrevivir. Emprendió varios oficios como secretario o agente de bolsa antes de poder vivir de sus escritos.
A partir de 1850 comenzó a publicar y trabajar en el teatro gracias a la ayuda de Alejandro Dumas. Sin embargo, es con su viaje de 1859 a Escocia que Verne inicia un nuevo camino gracias a su serie de los Viajes extraordinarios, de los que destaca Cinco semanas en globo o La vuelta al mundo en 80 días. El éxito de las novelas de Verne fue en aumento y con el apoyo de su amigo y editor Hetzel tuvo grandes ventas. Verne era un auténtico adicto al trabajo, pasaba días y días escribiendo y revisando textos.
En 1886 Verne fue atacado por su sobrino, con el cual tenía una relación cordial, sin motivo alguno. Este ataque le causó graves heridas, provocándole una cojera de la que no se recuperaría. Después de esto, y de la muerte de su madre y de su amigo y editor, Verne publicó sus últimas obras con un toque más sombrío que la alegre aventura de sus inicios. En 1888 fue elegido concejal del Ayuntamiento de la ciudad de Amiens, ejerciendo el cargo por 15 años.
Julio Verne murió en Amiens el 24 de marzo de 1905 con 77 años. Tras su muerte, su hijo Michael Verne siguió publicando algunas obras bajo el nombre de su padre, lo que ha creado cierta confusión en la autoría de algunos libros.
Sus novelas han sido y siguen siendo publicadas y traducidas en todo el mundo, siendo uno de los autores más traducidos de la historia. Títulos tan famosos como De la Tierra a la Luna, Viaje al Centro de la Tierra, 20.000 leguas de viaje submarino, Miguel Strogoff, Escuela de Robinsones... hacen de Verne un clásico atemporal de la novela de aventuras y ciencia ficción, con muchas de sus obras adaptadas al cine y la televisión.