Resumen del libro:
Isaac Asimov, uno de los autores más prolíficos y reconocidos de la ciencia ficción, nos transporta a un futuro intrigante en su novela “Los propios dioses”. Con una prosa ágil y una imaginación desbordante, Asimov explora temas complejos de la física y la ética, construyendo una narrativa que desafía tanto la mente como la moralidad del lector. Conocido por sus vastas contribuciones al género, incluyendo la icónica serie de la Fundación, Asimov demuestra una vez más su capacidad para entrelazar ciencia rigurosa con tramas absorbentes y personajes bien desarrollados.
“Los propios dioses” se estructura en tres partes distintivas, cada una profundizando en distintos aspectos de la trama y los personajes. En la primera parte, titulada “Contra la estupidez…”, conocemos a Frederick Hallam, un científico que accidentalmente descubre el intercambio de materia con un universo paralelo. Este descubrimiento promete una fuente de energía gratuita e inagotable, gracias a las diferencias en las leyes físicas entre ambos universos. La materia intercambiada genera energía espontáneamente, presentando una solución revolucionaria a las necesidades energéticas de la humanidad.
La segunda parte, “…los propios dioses…”, nos sumerge en el universo paralelo, donde encontramos a los habitantes alienígenas llamados “Duros”. Aquí, Asimov despliega su maestría para crear mundos complejos y sistemas sociales únicos. Los Duros están divididos en tres géneros interdependientes, y su interacción es crucial para el equilibrio de su sociedad y la gestión del intercambio de materia. Esta sección no solo expande el horizonte del lector con respecto a la biología y la cultura extraterrestre, sino que también introduce dilemas éticos profundos sobre las consecuencias del intercambio de energía.
Finalmente, en la tercera parte, “…luchan en vano”, la acción se traslada a la Luna, donde el científico Denison y la investigadora Selene Lindstrom descubren que el intercambio de energía podría tener consecuencias catastróficas para ambos universos. Asimov cierra su narrativa con una reflexión sobre la responsabilidad y el sacrificio necesario para evitar un desastre inminente. Los protagonistas deben enfrentar la difícil decisión de priorizar el bienestar común sobre los beneficios individuales inmediatos.
“Los propios dioses” es una obra que fusiona magistralmente la especulación científica con una exploración profunda de la naturaleza humana y alienígena. Asimov no solo plantea preguntas sobre el futuro de la energía y la ciencia, sino que también invita al lector a considerar los límites de la ética y la inteligencia. Con una narrativa rica en detalles y una estructura innovadora, este libro se erige como una joya indispensable para los aficionados a la ciencia ficción y para aquellos interesados en los desafíos y maravillas de la exploración científica.
6
—¡No hay manera! —dijo Lamont con brusquedad—. No consigo ningún resultado. —Tenía un aspecto ensimismado que encajaba a la perfección con sus ojos hundidos y la ligera asimetría de su larga barbilla. Tenía ese aspecto ensimismado incluso en la mejor de las situaciones, y aquella no era la mejor de las situaciones. Su segunda entrevista formal con Hallam había resultado un fracaso aún mayor que la primera.
—No te pongas melodramático —dijo Myron Bronowski con serenidad—. Según me dijiste, no esperabas conseguirlo. —Se dedicaba a lanzar cacahuetes al aire y a atraparlos con esa boca de labios gruesos según iban cayendo. No fallaba nunca. No era ni muy alto ni muy delgado.
—Eso no mejora las cosas. Sin embargo, tienes razón: no importa. Hay otras cosas que puedo hacer, cosas que tengo toda la intención de hacer y, además, dependo de ti. Si tan solo pudieras descubrir…
—No sigas, Pete. Ya he escuchado todo eso antes. Lo único que tengo que hacer es descifrar la forma de pensamiento de una inteligencia no humana.
—Una inteligencia sobrehumana. Esas criaturas del parauniverso están tratando de hacerse entender.
—Tal vez —comentó Bronowski con un suspiro—, pero están tratando de hacerlo a través de mi inteligencia que, en ocasiones, considero por encima de la humana, pero no mucho. Algunas veces, en la oscuridad de la noche, me quedo despierto tumbado pensando si es posible que inteligencias distintas puedan llegar a comunicarse; o, si he tenido un día especialmente malo, si la expresión «inteligencias distintas» tiene algún sentido.
—Lo tiene —dijo Lamont con ferocidad; era evidente que estaba apretando los puños dentro de los bolsillos de su bata de laboratorio—. Se refiere a Hallam y a mí. Se refiere a ese héroe de pacotilla, al doctor Frederick Hallam y a mí. Somos inteligencias distintas porque, cuando hablo, él no me comprende. Su cara de idiota se pone más y más roja, se le salen los ojos de las órbitas y se cierran sus conductos auditivos. Diría que su mente deja de funcionar, pero carezco de pruebas que demuestren que existe algún otro estado que pudiese paralizar su funcionamiento.
Bronowski murmuró:
—Vaya forma de hablar del Padre de la Bomba de Electrones…
—Exacto. El famoso Padre de la Bomba de Electrones. Un nacimiento bastardo, si he visto alguno. Su contribución fue de escasa cuantía. Créeme, lo sé.
—Yo también lo sé. Me lo has dicho a menudo. —Bronowski lanzó otro cacahuete al aire. No falló.
Nota del autor: La historia comienza con la sección 6. No es un error. Tengo mis propias y sutiles razones. De modo que, limítense a leer y, al menos esa es mi esperanza, disfruten.
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