Resumen del libro:
La acción está ambientada en Ulloa, agreste región de Galicia, alrededor de 1866. El joven y recién ordenado sacerdote Julián Álvarez llega como capellán al poblado de Los Pazos, donde se levanta el castillo perteneciente a don Pedro Moscoso, de 30 años de edad, hombre licencioso, frívolo y desaprensivo, que ilegítimamente ostenta el título de marqués de Ulloa. En Los Pazos reina el más completo desorden y abandono. Los aldeanos roban impunemente al marquesado todo cuanto pueden. Quien verdaderamente manda y administra el solar es Primitivo, astuto labriego a las órdenes de don Pedro, que no ve con buenos ojos la llegada de Julián. La hermosa Isabel, hija de Primitivo, es la amante de don Pedro (y de cualquier campesino de los alrededores que la solicite), relación propiciada por su propio padre para tener así mayor dominio sobre el amo. De estos amores ilícitos ha nacido un niño, Perucho, de quien nadie se ocupa y por ello crece salvaje, sucio y solo. El sacerdote desaprueba tanto saqueo y libertinaje.
APUNTES AUTOBIOGRÁFICOS
Lector amigo: los beneméritos editores de la nueva Biblioteca de novelistas contemporáneos, que se estrena con mi novela Los Pazos de Ulloa, me piden que ponga al frente de ésta unos apuntes autobiográfico—literarios, más extensos que un prólogo, más sucintos que una autobiografía completa. Defiero muy de grado á la indicación de los señores Cortezo y Compañía, pues aparte del gusto que tengo en complacer á una empresa que por medio de los lindos tomitos de ARTE Y LETRAS tanto ha popularizado en España la escogida lectura, la propuesta cuadra bien con mis aficiones.
Siempre me agradaron los escritos de carácter confidencial, en que un autor se revela y descubre, dando al público algo de su propia vida, no como pasto de frívolas curiosidades, sino como alimento nutritivo, sazonado con la sal y pimienta de una franqueza decorosa. En países extranjeros he notado cuánto se aprecia este género, tenido en concepto de sabroso aperitivo y delicada golosina, estimadísima de los refinados sibaritas del entendimiento. Allí—dicen—se ve al escritor más desprevenido y espontáneo; se transparenta su complexión moral, y aún sus predilecciones, costumbres y manías; y por estos hilos se va sacando el ovillo y deduciendo consecuencias que el crítico más sagaz no trasluce con solo leer las obras externas. Casi equivalen semejantes escritos á tratar al autor. Y qué de datos interesantes; qué de pormenores inéditos; qué de documentos elocuentes permanecen allí para los futuros investigadores! Son las noticias literarias como el vino generoso, y al revés de las políticas: mientras más se añejan, más suben de precio. Vive un autor ó corre una época, y los contemporáneos, teniendo al alcance de la mano los informes, los desdeñan tal vez; pero que pase medio siglo y se dificulte la adquisición de detalles exactos, y estos adquirirán inmediatamente mérito especial. Y cuenta que no es indispensable para el caso que se refieran á escritores de primer orden y universalmente célebres.
Así es que en Francia, por ejemplo, no sólo abundan las Memorias, Autobiografías, Correspondencias y Diarios, sino que se agota la erudición en apurar los más oscuros y discutibles puntos biográficos de los escritores y poetas. Que si la esposa de Moliere cojeaba del pié derecho ó del izquierdo; que si el enredo de Diderot con Madama Puisieux le perjudicó ó no para su carrera, y si el que tuvo con la señorita Wolland le sirvió de estímulo y ayuda; si la riña de Andrés Chénier con su hermano José María duró unos cuantos meses, ó persistió hasta influir en el trágico fin del gran poeta; si Blas Pascal se opuso á la resolución de su hermana Jaquelina, de entrar monja, ó bien la inclinó á ello; y en suma otras particularidades del mismo jaez, que á veces ya rayan en nimias y se quiebran de puro sutiles.
Por acá en cambio ni el público ni los escritores se han mostrado hasta ahora inclinados al género confidencial. Sea modestia real ó, como siente Philaréte Chasles, orgullo, los autores españoles miran con prevención hasta los prólogos, excepto los de agena mano; y son tan parcos en hablar de sí, sobre todo claramente y al pormenor, que después de su muerte el más concienzudo biógrafo no consigue hacer revivir su personalidad, y el historiador literario ve dificultada su tarea si aspira á descubrir la íntima conexión que siempre existe entre el hombre y la obra.
¿Á quién no regocijaría hoy el hallazgo de algún apunte autobiográfico de Cervantes que aclarase puntos oscuros en su vida y hechos? Pero no tan sólo de este ingenio sin par; de los inferiores y medianos sería precioso regalo para el historiógrafo.
Ni debe considerarse alarde vanidoso el hablar de sí mismo, siempre que se haga oportunamente, observando moderación, no ultrajando á la modestia y procurando la sinceridad.—¿Sinceridad?—replicaránme:—¿pues cabe sinceridad en quien se analiza á sí propio, y no á solas con la conciencia, sino delante de miles de personas?—Respondo que sí, y aún añado que del pico de la pluma apoyado sobre la cuartilla en blanco sube por la mano al corazón, á manera de corriente eléctrica, un deseo de expansión, un afán irresistible de comunicar al público lo más recóndito de nuestro pensar y sentir. Bien mirado, el arte no es otra cosa sino la comunión del alma individual con el alma colectiva, si vale llamarla así. Y basta de exordio.
…