Los mitos griegos
Resumen del libro: "Los mitos griegos" de Robert Graves
Apasionado por el mundo clásico, Robert Graves publicó en 1955 esta recreación narrada de los mitos griegos, que se ha convertido con el paso de los años en una obra de referencia ineludible para iniciarse en el fascinante mundo de la antigüedad.
La erudición y la magistral prosa de Graves combinadas dan como resultado una deslumbrante inmersión en los avatares de los héroes y los dioses, a través de una sucesión de mitos que siguen hoy iluminándonos sobre temas eternos como las pasiones, el odio, los celos, la culpa, la ambición, la codicia, el miedo, la traición, los deseos inconfesables… Forjadores de un universo simbólico que ha marcado el imaginario de Occidente a lo largo de la historia, por estas páginas desfilan Zeus, Narciso, Afrodita, Hermes, Atenea, Orestes, las Parcas, Apolo, Poseidón, Dioniso, Perseo, Sísifo, Midas, Teseo, Edipo, Penélope, Heracles…
Prólogo
Robert Graves (1895-1985) fue poeta, novelista, ensayista y traductor de algunos textos clásicos latinos y griegos. Lo fue por este orden, más o menos, como atestigua su extensa y variada obra. Sin ninguna duda, él se consideró siempre ante todo como un poeta (como un poeta que escribía novelas y otros libros en prosa para ganar dinero). Y, además, un sensible estudioso y un fantasioso visitante del mundo antiguo, un amante tenaz de la literatura griega y latina, y del mundo mítico e histórico del pasado más clásico, que evocó en brillante prosa algunas figuras y temas clásicos en novelas, ensayos y estudios donde mezclaba erudición y fantasía poética. Entre estos trabajos doctos destaca, tanto por su amplitud como por su minuciosa erudición, Los mitos griegos. La obra se publicó por vez primera en 1955, en dos volúmenes, en la acreditada y popular serie de Penguin Books. Este repertorio mitológico, elaborado con una sólida documentación, es decir, con un cotejo exhaustivo de las fuentes antiguas, y con una notable claridad expositiva, se convirtió pronto en un manual muy difundido, que ha tenido numerosas ediciones y traducciones a varias lenguas. Desde su aparición se ha mantenido como un ameno «best seller», que sigue conservando su utilidad como un excelente libro de divulgación y de consulta a medio siglo de distancia.
La extensa obra literaria de Robert Graves muestra muy claramente su larga relación intelectual y afectiva con el mundo de la Antigüedad clásica. En su juventud fue a Oxford con una beca para cursar estudios clásicos, unos estudios que no llegó a completar, al tener que alistarse como combatiente en la Primera Guerra Mundial, una experiencia que le marcaría para siempre, y que dejó vivazmente relatada en su bien conocido relato autobiográfico Adiós a todo eso, de 1929. Pero desde esos años mantuvo un sólido nivel de conocimientos de las lenguas y literaturas clásicas. De ello dan testimonio, tanto como sus Mitos griegos, una serie de novelas históricas, algunas traducciones y unos cuantos ensayos, además de una serie de ecos sueltos en sus poemas. Sus novelas históricas, y muy especialmente las de tema griego y romano, le dieron a Graves una amplia fama popular. Recordemos los nombres y fechas de edición de las cinco: Yo, Claudio (1934); Claudio, el dios, y su esposa Mesalina (1935); El conde Belisario (1938); El vellocino de oro (1944); y La hija de Homero (1955). Basta con citar los títulos para advertir cómo en ellas evoca épocas distintas y distantes. Desde el mundo imperial de la Roma augústea, y el bizantino de la época de Justiniano, hasta el escenario mítico de los viajeros Argonautas y una idílica corte siciliana donde una joven princesa escribe la Odisea, atribuida casi siempre al viejo Homero.
Todas estas novelas fueron escritas antes de la edición de Los mitos griegos. (La hija de Homero se publica el mismo año que éstos.) Las dos últimas, como Los mitos griegos, las escribió en Mallorca, en el pueblo costero y escarpado de Deyá, donde Robert Graves pasó casi la mitad de su larga vida. Recordaré que en el primer capítulo de El vellocino de oro, titulado curiosamente «La isla de las naranjas», hay un sutil homenaje al paisaje de la isla (más de Mallorca que de Creta, como indica la alusión a las naranjas, desconocidas de los griegos). Robert Graves es un excelente novelista histórico, por su capacidad para recrear escenas y personajes de una gran vivacidad y dramatismo, sobre la pauta de los documentos históricos antiguos. Eso se ve muy bien en Yo, Claudio, la más lograda de la serie (sobre los testimonios de Tácito y Suetonio Graves recrea un mundo de impresionante fuerza dramática y psicológica, presentando bajo una luz muy favorable y de modo muy original la figura del emperador Claudio, que es el narrador y el protagonista), y en El vellocino de oro (inspirado en el relato épico del poeta helenístico Apolonio de Rodas, Argonautiká, o «El viaje de los Argonautas»).
Después de 1955 Graves escribió dos breves libros para jóvenes, Greek Gods and Heroes (1960) y The Siege and Fali of Troy (1964), dos relatos de mitos griegos para un público juvenil, algo muy usual en la tradición británica. Tradujo varios autores clásicos latinos: La metamorfosis de Lucio de Apuleyo (1950), la Farsalia de Lucano (1956) y las Vidas de los doce Césares de Suetonio (1957), y dio una versión de la Ilíada titulada The Anger of Achilles (1959). Publicó también algunos curiosos artículos de tema clásico, como los reunidos en Los dos nacimientos de Dioniso (traducidos al español en 1980). Y algunos excelentes cuentos de tema romano y griego, que están recogidos en su libro El grito (traducido en 1983).
La contraportada de la edición inglesa de Los mitos griegos insiste en recordarnos la afortunada combinación de Classical scholarship («erudición filológica») y de anthropological competence (sagacidad antropológica) que su autor había demostrado ya en obras como La diosa blanca y en El vellocino de oro. No está mal esa alusión a dos de las obras de trasfondo mitológico más conocidas de Graves, pero conviene precisar que aquí no pretendió mostrarse tan original como en los alegatos célticos y matriarcales de La diosa blanca ni recrear, en un nuevo formato novelesco, una famosa y antigua saga épica, como había hecho con la de Jasón y los Argonautas, tras la estela del poeta helenístico Apolonio de Rodas. Los mitos griegos es un repertorio muy bien compilado de los relatos míticos helénicos, que se vuelven a contar con excelente precisión y claros detalles, sin introducir elementos fantásticos en una muy ordenada disposición. Y en una narración desde luego muy bien programada, con seria erudición filológica y atención antropológica. (Más tarde, en 1964, y en colaboración con un acreditado hebraísta, R. Patai, R. Graves publicó The Hebrew Myths [«Los mitos hebreos»], una compilación paralela, pero, en mi opinión, bastante menos lograda. Graves también publicó alguna novela histórica de tema bíblico, su Rey Jesús.)
Pasemos a glosar los rasgos más sobresalientes de Los mitos griegos en cuanto enciclopédica compilación de mitología destinada a un libro de consulta y lectura. Los relatos míticos se presentan distribuidos en dos tomos, el primero dedicado a los dioses y el segundo a los héroes. Luego los sucesivos artículos quedan ordenados por figuras y ciclos temáticos, con un número de ordenación, y luego de cada personaje se van contando, uno tras otro, los episodios, motivos o secuencias, designados con una letra. Se recogen así, con un fino análisis, las variantes de cada mito, puesto que es un rasgo característico de una mitología como la griega, transmitida por poetas a lo largo de una extensa tradición de siglos, la riqueza de variaciones menores y muy significativas en muchos temas. Después de esa gradual exposición de los motivos se citan las fuentes clásicas que los atestiguan, con una ejemplar precisión. Esta manera de recontar los mitos permite una fácil visión y análisis de sus componentes (tanto de los motivos míticos que Jung llamaba «mitologemas», como de los «mitemas» o secuencias básicas narrativas de C. Lévi-Strauss). Una narración mítica se compone de esos elementos menores, y es muy importante para un entendimiento de la misma facilitar el análisis.
Como tercer apartado, en cada capítulo, viene la glosa o comentario con el que Graves intenta explicar los trazos más extraños y curiosos del mito, aquellos rasgos de intención simbólica que él considera que el entendido en mitos debe descifrar al lector. Esta sección, que es la más original, resulta también la más discutible, porque aquí Graves echa mano de un vasto saber antropológico que enlaza con su fantasía poética. Hallamos aquí ecos de los libros de Sir James Frazer y de Jane Harrison, que él debió de leer en su juventud, estudios muy ligados a las teorías hermenéuticas de la llamada «Escuela de Cambridge», y a sus propias ideas acerca del matriarcado primitivo y los cultos lunares preolímpicos. Estas explicaciones, que son curiosas siempre, y muy a menudo pintorescas, son ingeniosas y con ribetes poéticos, muestran el interés de Graves por la antropología y la arqueología, pero están muy ligadas a sus fantasías y a sus ideas sobre los orígenes de la mitología helénica que nos parecen ahora bastante discutibles. El lector debe ver las como unos comentarios sugerentes, pero mucho menos objetivas que los relatos tan pulcramente recogidos en los apartados anteriores.
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Robert von Ranke Graves (Wimbledon, 24 de julio de 1895 - Deyá, Baleares, 7 de diciembre de 1985) fue un escritor y erudito británico cuya vida y obra han dejado una profunda huella en la literatura. Nacido en una familia de clase media en Wimbledon, Londres, Graves fue el tercero de cinco hijos de Alfred Perceval Graves, un inspector escolar en Irlanda, y Amalie Elisabeth Sophie von Ranke, sobrina del eminente historiador alemán Leopold von Ranke.
La infancia de Graves estuvo marcada por la adversidad. A los siete años, una doble neumonía casi le arrebata la vida, la primera de varias afecciones pulmonares que le perseguirían a lo largo de su existencia. Durante su educación, su apellido germánico, "von Ranke," le causó no pocos problemas, especialmente durante la Primera Guerra Mundial, cuando un rumor infundado lo vinculó con un espía alemán.
Graves es célebre por sus novelas históricas, en particular "Yo, Claudio" (1934), que ganó popularidad a través de su adaptación televisiva. Además de novelista, fue un destacado poeta y un profundo investigador de los mitos griegos, como lo evidencia su obra "La diosa blanca" (1948). Sus estudios sobre mitología y poesía no solo demostraron su vasta erudición, sino también su habilidad para entrelazar la historia con la imaginación poética.
Después de la Primera Guerra Mundial, donde sirvió con distinción y resultó gravemente herido, Graves se trasladó a Deyá, en las Islas Baleares, un lugar que se convertiría en su hogar definitivo. En Deyá, encontró un refugio y una fuente inagotable de inspiración para su trabajo. Su vida en España estuvo marcada por su dedicación a la escritura y a la investigación, manteniendo una prolífica producción literaria hasta sus últimos días.
Robert Graves también fue un influyente mentor y amigo de numerosos escritores y poetas contemporáneos. Su legado literario abarca no solo sus novelas y poesías, sino también su impacto como académico y su contribución a la comprensión de la mitología clásica.
Padre de la escritora y traductora Lucía Graves, su influencia perdura no solo en su propia obra, sino también en las generaciones que le siguieron. Robert Graves es una figura imprescindible en la literatura del siglo XX, un puente entre el pasado mítico y el presente literario, cuyo trabajo sigue siendo objeto de estudio y admiración en todo el mundo.