Resumen del libro:
En el presente libro, que se ha convertido en todo un clásico, C.S. Lewis desafía en su propio terreno las visiones filosóficas de racionalistas, agnósticos y deístas, que llevan a una negación a priori de los milagros cristianos, estableciendo los fundamentos para demostrar la irracionalidad de sus presupuestos. Por otro lado, Lewis expone de forma magistral de qué manera el milagro central afirmado por el cristianismo es el de la Encarnación, en virtud del cual Dios se habría hecho hombre, y que cualquier otro milagro es una preparación de dicha Encarnación o consecuencia suya. De este modo, el autor muestra que el cristiano no solo debe aceptar los milagros, sino regocijarse en ellos porque son testimonio del compromiso del Dios personal y único con su creación.
I – Finalidad de este libro
Los que quieren acertar, deben investigar las exactas preguntas preliminares.
ARISTÓTELES, «Metafísica»,II (III), i.
En toda mi vida he encontrado solo una persona que asegure haber visto un espíritu.
Y el aspecto más interesante de la historia es que esta persona no creía en la inmortalidad del alma antes de ver el espíritu, y siguió sin creer después de haberlo visto.
Decía que lo que vio debió de ser una ilusión o una argucia de los nervios. Seguramente tenía razón. Ver no es lo mismo que creer.
Por esta razón, a la pregunta de si se dan milagros, no se puede responder simplemente por experiencia.
Todo ofrecimiento que pueda presentarse como milagro es, en último término, algo que se ofrece a nuestros sentidos, algo que es visto, oído, tocado, olido o gustado. Y nuestros sentidos no son infalibles.
Si nos parece que ha ocurrido alguna cosa extraordinaria, siempre podemos decir que hemos sido víctimas de una ilusión. Si mantenemos una filosofía que excluye lo sobrenatural, esto es lo que siempre tendremos que decir. Lo que aprendemos de la experiencia depende del género de filosofía con que afrontamos la experiencia. Es, por tanto, inútil apelar a la experiencia antes de haber establecido lo mejor posible la base filosófica.
Si la experiencia inmediata no puede demostrar ni rechazar el milagro, menos aún puede hacerlo la historia. Muchos piensan que es posible determinar si un milagro del pasado ocurrió realmente examinando testimonios «de acuerdo con las reglas ordinarias de la investigación histórica». Pero las reglas ordinarias no entran en funcionamiento hasta que hayamos decidido si son posibles los milagros, y si lo son, con qué probabilidad lo son. Porque si son imposibles, entonces no habrá acumulación de testimonios históricos que nos convenzan. Y si son posibles pero inmensamente improbables, entonces solo nos convencerá el argumento matemáticamente demostrable. Y puesto que la historia nunca nos ofrecerá este grado de testimonio sobre ningún acontecimiento, la historia no nos convencerá jamás de que ocurrió un determinado milagro.
Si, por otra parte, los milagros no son intrínsecamente improbables, se sigue que las pruebas existentes serán suficientes para convencernos de que se ha dado un buen número de milagros.
El resultado de nuestras investigaciones históricas depende, por tanto, de la visión filosófica que mantengamos antes incluso de empezar a considerar las pruebas. Es, pues, claro que la cuestión filosófica debe considerarse primero.
Veamos un ejemplo de los problemas que surgen si se omite la previa tarea filosófica para precipitarse en la histórica: En un comentario popular de la Biblia, se puede encontrar una discusión sobre la fecha en que fue escrito el cuarto Evangelio. El autor mantiene que tuvo que ser escrito después de la ejecución de san Pedro, porque en el cuarto Evangelio aparece Cristo prediciendo el martirio de san Pedro. El autor discurre así: «Un libro no puede haber sido escrito antes de los sucesos a los que se refiere». Por supuesto no puede… a no ser que alguna vez se den verdaderamente predicciones. Si se dan, el argumento sobre la fecha se derrumba. Y el autor no se ha molestado en discutir si las auténticas predicciones son posibles o no. Da la negativa por supuesta, quizá inconscientemente. Tal vez tenga razón; pero si la tiene, no ha descubierto este principio por una investigación histórica. Ha proyectado su incredulidad en las predicciones sobre un trabajo histórico, por decirlo así, prefabricadamente. A menos que lo hubiera investigado anteriormente, su conclusión histórica sobre la fecha del cuarto Evangelio no habría sido establecida de ningún modo. Su trabajo es, por consiguiente, inútil para una persona que quiere saber si existen predicciones. El autor entra en materia de hecho después de haberse respondido en forma negativa y sobre cimientos que no se toma el trabajo de exponemos.
Este libro está pensado como un paso preliminar a la investigación histórica. Yo no soy un historiador avezado y no pretendo examinar los testimonios históricos de los milagros cristianos. Mi esfuerzo es poner a mis lectores en condiciones de hacerlo. No tiene sentido acudir a los textos hasta adquirir alguna idea sobre la posibilidad o probabilidad de los milagros. Los que establecen que no pueden darse los milagros están simplemente perdiendo el tiempo al investigar en los textos; sabemos de antemano los resultados que obtendrán, ya que han comenzado por prejuzgar la cuestión.
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