Resumen del libro:
“El Libro de la Selva” es una colección de historias cortas escritas por Rudyard Kipling en 1894. Estas historias se centran en Mowgli, un niño criado por una manada de lobos en la selva india. A medida que Mowgli crece, aprende las leyes de la selva y se enfrenta a peligros como el tigre Shere Khan y el mono malvado, King Louie.
Además de las historias de Mowgli, el libro también incluye otras historias sobre animales, como “Rikki-Tikki-Tavi”, una mangosta que defiende a su familia de una serpiente venenosa, y “Toomai de los Elefantes”, que sigue a un joven que sueña con ver elefantes danzando en un círculo sagrado.
El libro es conocido por su lenguaje evocador y su habilidad para transportar al lector a la exótica selva india. También se ha adaptado en numerosas ocasiones al cine, la televisión y el teatro, y se considera un clásico de la literatura infantil.
Los hermanos de Mougli
Cuando asoma la luna sobre el risco
y despliega el murciélago sus alas,
se refugia el rebaño en sus apriscos
y el milano real regresa a su guarida.
¡Garras, zarpas, orgullosos colmillos!
Ya resuena el aullido de las fieras.
¡Es hora de exhibir nuestro poder!
¡Escuchad la llamada! ¡Buena caza
a todos los que la Ley de la Selva acatan!
Canción de buenas noches en la selva
Eran las siete de una tarde muy calurosa en las montañas de Sioni cuando Padre Lobo, que había pasado el día entero durmiendo, se despertó, se rascó, bostezó y estiró las patas una por una para desentumecerse. Madre Loba estaba acostada, con el hocico grande y gris apoyado en sus lobatos, que eran cuatro animalillos revoltosos y gritones. La luna brillaba en la boca de la cueva donde vivía la familia.
—Arggg —dijo Padre Lobo—, es hora de ir de caza.
Y ya estaba a punto de salir corriendo monte abajo cuando una sombra pequeña, con una cola como un plumero, apareció en el umbral y en tono quejumbroso saludó así:
—Que la suerte vaya contigo, oh, jefe de los lobos. Y que la suerte y unos colmillos blancos y fuertes vayan también con tus nobles hijos, para que nunca se olviden de los hambrientos de este mundo.
Era el chacal, Tabaqui, el rebañaplatos. Y los lobos de la India desprecian a Tabaqui, porque va por ahí haciendo travesuras, contando chismes y comiendo trapos y trozos de cuero que encuentra en los vertederos de las aldeas. Pero también lo temen, porque tiene tendencia a enfadarse más que nadie en la selva, y cuando se enfada se olvida del miedo y muerde todo lo que encuentra a su paso. Hasta el tigre corre a esconderse cuando el pequeño Tabaqui se enfada, porque enfadarse es lo peor que le puede ocurrir a un animal salvaje. Es lo que nosotros llamamos hidrofobia y ellos diwani: locura.
—Entra y busca —dijo Padre Lobo con formalidad—, pero aquí no hay comida.
—No la hay para un lobo —respondió Tabaqui—, pero para un ser tan mísero como yo hasta un hueso pelado es un buen festín. ¿Quiénes somos nosotros, los chacales, para elegir y escoger? —Se escabulló al fondo del cubil, donde encontró el hueso de un ciervo con restos de carne y muy contento se sentó a cascarlo por un extremo—. Muchas gracias por esta excelente comida —dijo, relamiéndose—. ¡Qué preciosos son tus nobles hijos! ¡Y tan jóvenes, además! ¡Qué ojos tan grandes tienen! Claro, claro, había olvidado que los hijos de los reyes son hombres desde el principio.
Y es que Tabaqui sabía, como todo el mundo, que no hay cosa peor que alabar a los niños estando ellos presentes, y le alegró ver que Madre Loba y Padre Lobo parecían incómodos.
Tabaqui se quedó un rato callado, regodeándose en su fechoría, y después dijo con rencor:
—Shir Jan, el Grande, ha cambiado su territorio de caza. Vendrá a cazar a estas montañas durante la próxima luna. Eso me ha dicho.
Shir Jan era el tigre que vivía cerca del río Waingunga, a unos treinta y cinco kilómetros aproximadamente.
—¡No tiene derecho! —dijo Padre Lobo, furioso—. Según la Ley de la Selva nadie puede cambiar de territorio sin avisar primero. Ahuyentará toda la caza en quince kilómetros a la redonda, y yo ahora tengo que matar para dos.
—Por algo su madre lo llamaba Langri [el Cojo] —dijo Madre Loba con voz queda—, porque nació cojo de una pata y solo caza ganado. Ahora que los aldeanos del Waingunga están enfadados con él, ha venido aquí a molestar a los nuestros. Lo buscarán por todos los rincones de la selva, y tendremos que huir con nuestros hijos cuando prendan fuego a la maleza. ¡La verdad es que le estamos muy agradecidos a Shir Jan!
—¿Quieres que le transmita tu gratitud? —preguntó Tabaqui.
—¡Fuera de aquí! —le espetó Padre Lobo—. Lárgate y ve a cazar con tu amo. Ya has hecho suficiente daño por una noche.
—Sí, ya me voy —dijo Tabaqui tranquilamente—. Ya se oye a Shir Jan en los matorrales. Podía haberme ahorrado la noticia.
Padre Lobo aguzó el oído, y abajo, en el valle, por donde pasaba un riachuelo, oyó el rugido áspero, iracundo, quejumbroso de un tigre que no ha cazado nada y a quien le trae sin cuidado que toda la selva se entere.
—¡Será idiota! —dijo Padre Lobo—. ¡Mira que empezar el trabajo con ese ruido! ¿Se habrá creído que nuestros ciervos son como esos bueyes gordos del Waingunga?
—Calla. No son bueyes ni ciervos lo que busca esta noche —dijo Madre Loba—. Busca hombres. —El lamento se había convertido en una especie de ronquido que parecía llegar de los cuatro puntos cardinales. Era el ruido que asusta a los leñadores y a los gitanos que duermen al raso y que, en su huida, a veces terminan en las mismas fauces del tigre.
—¡Hombres! —exclamó Padre Lobo, enseñando sus dientes blancos—. ¡Bah! ¿No habrá suficientes escarabajos y ranas en las charcas para que tenga que comer hombres? ¡Y encima en nuestro territorio!
La Ley de la Selva, que nunca ordena nada sin motivo, prohíbe a todos los animales comer carne humana, con una sola excepción: cuando el hombre mata para enseñar a sus hijos a matar, en cuyo caso tiene que salir a cazar lejos del territorio de su manada o tribu. Aunque la verdadera razón por la que se prohíbe es que matar hombres significa, tarde o temprano, la llegada de hombres blancos a lomos de elefantes, armados con rifles, y cientos de hombres de piel oscura con gongs, cohetes y antorchas. Entonces todos los habitantes de la selva sufren. La razón que dan las fieras es que el hombre es el más débil y el más indefenso de los seres vivos, y es poco deportivo hacerle daño. Dicen también —y es verdad— que los que comen carne humana se vuelven sarnosos y pierden los dientes.
El ronquido cobró fuerza y terminó con un «Aarrr» del tigre a pleno pulmón.
A continuación se oyó un aullido —un aullido impropio de un tigre— de Shir Jan.
—Ha fallado —dijo Madre Loba—. ¿Qué pasa?
Padre Lobo se alejó unos pasos de la entrada de la cueva y oyó a Shir Jan farfullando fieramente y dando vueltas entre la maleza.
—Al muy idiota se le ha ocurrido saltar la hoguera de un campamento de leñadores y se ha quemado las patas —dijo Padre Lobo, con un gruñido—. Tabaqui está con él.
—Alguien está subiendo por la ladera —dijo Madre Loba, torciendo una oreja—. Prepárate.
Se oyó un crujido entre los matorrales, y Padre Lobo se apoyó en los cuartos traseros, dispuesto para saltar. Si hubieras estado allí, habrías visto la cosa más increíble del mundo: al lobo detenerse en pleno salto. Saltó sin saber contra qué se lanzaba, y luego intentó pararse. El caso es que salió disparado más de metro y medio del suelo y aterrizó casi en el mismo sitio.
…