Los lenguajes de la verdad

Resumen del libro: "Los lenguajes de la verdad" de

“Los Lenguajes de la Verdad” de Salman Rushdie es una exquisita recopilación de reflexiones que arrojan luz sobre la sociedad y la cultura a través de la pluma afilada y luminosa del autor. Rushdie, conocido por su prosa mordaz y su habilidad para desentrañar las complejidades de la condición humana, consolida su lugar como uno de los pensadores más originales de nuestra era.

En esta obra, Rushdie nos sumerge en un período de cambios culturales trascendentales, explorando la esencia misma de la narración como una necesidad innata de la humanidad. A través de sus palabras, emerge una apasionada declaración de amor a la literatura. Desde Shakespeare y Cervantes hasta Beckett, Welty y Morrison, el autor escudriña la obra de luminarias literarias, destilando sus perspectivas en una sinfonía de ideas.

Rushdie va más allá, adentrándose en la naturaleza de la verdad y celebrando la sorprendente maleabilidad del lenguaje. Nos conduce por las fronteras creativas que entrelazan el arte y la vida, y nos invita a reflexionar sobre temas cruciales como la migración, el multiculturalismo, la libertad de expresión y la censura. A través de esta obra, el autor nos desafía a contemplar el poder transformador de las palabras y a reconocer la vital importancia de la verdad en la sociedad contemporánea.

“Los Lenguajes de la Verdad” es una obra magistral que captura la esencia de un autor que no solo domina la pluma, sino que también deslumbra con su aguda perspicacia y su compromiso intelectual. Una lectura imprescindible para aquellos que buscan explorar las profundidades de la literatura y su poder para iluminar las verdades que moldean nuestro mundo.

Libro Impreso EPUB

Para la próxima generación, Nabeelah y Rose

Primera Parte

Relatos maravillosos

1

Antes de que existieran libros, existían las historias. Al principio las historias no estaban escritas. A veces incluso se cantaban. Nacían niños, y antes de que supieran hablar, sus padres les cantaban canciones; una canción sobre un huevo que se caía de una tapia, por ejemplo, o sobre un niño y una niña que subían una colina y se caían de ella. A medida que crecían, los niños empezaron a pedir historias casi tan a menudo como pedían comida. Ahora había una gallina que ponía huevos de oro, o un niño que vendía a la vaca de la familia por un puñado de habichuelas mágicas, o un conejo travieso que se colaba en las tierras de un granjero peligroso. Los niños se enamoraron de esas historias, y pedían oírlas una y otra vez. Luego crecieron y encontraron aquellas historias en libros. Junto con otras historias que no habían oído nunca, como la de una niña que se caía por la madriguera de un conejo, o la de un oso viejo y tonto y un cerdito miedica y un burro de lo más lúgubre, o la de una cabina mágica, o la de un lugar donde vivían los monstruos. Oían historias y las leían y se enamoraban de ellas: la de Mickey en las cocinas de noche, rodeado de aquellos panaderos mágicos que se parecían todos a Oliver Hardy, y la de Peter Pan, que creía que la muerte sería la aventura más grande de todas, y la de Bilbo Bolsón, que estando bajo una montaña ganaba un concurso de adivinanzas contra una extraña criatura que había perdido su tesoro, y el acto de enamorarse de las historias despertaba algo en los niños que los nutriría durante todas sus vidas: la imaginación.

Los niños se enamoraban de las historias con facilidad y también vivían en las historias; inventaban historias a diario para jugar, asaltaban castillos y conquistaban países y navegaban el mar azul, y de noche sus sueños estaban llenos de dragones. Ahora eran todos narradores: ya no solo recibían las historias, sino que también las creaban. Pero seguían creciendo y poco a poco se les empezaban a caer las historias, que terminaban guardadas en cajas en el desván, y a los antiguos niños cada vez les costaba más contar y escuchar historias, les costaba más enamorarse de ellas. A algunos de ellos les comenzaron a parecer irrelevantes, innecesarias: cosas de niños. Eran gente triste, y tenemos que compadecernos de ellos y tratar de no considerarlos unos filisteos desgraciados estúpidos y aburridos.

Estoy convencido de que los libros y las historias de las que nos enamoramos nos hacen quienes somos, o bien, para no hacer afirmaciones demasiado grandilocuentes, que el acto de enamorarse de un libro o de una historia nos cambia de alguna forma, y que esa historia que amamos se convierte en parte de nuestra imagen del mundo, en parte de nuestra forma de entender las cosas y formular juicios y tomar decisiones en nuestras existencias diarias. De adultos nos cuesta más enamorarnos, y quizá terminamos apenas con un puñado de libros que podemos decir realmente que amamos. Quizá por eso tomamos tantas decisiones equivocadas.

Y tampoco se puede asegurar que ese amor sea incondicional ni eterno. Puede suceder que un libro deje de hablarnos cuando nos hacemos mayores, o que nuestros sentimientos por él se disipen. O quizá de pronto, a medida que cobran forma nuestras vidas y con suerte aumenta nuestro entendimiento de las cosas, podamos apreciar un libro que no nos gustaba antes; quizá de repente podamos oír su música, quedar embelesados por su canto. Cuando, estando en la universidad, leí por primera vez la gran novela de Günter Grass El tambor de hojalata, no conseguí terminarla. La dejé diez años olvidada en una estantería hasta que le di una segunda oportunidad, y entonces se convirtió en una de mis novelas favoritas de todos los tiempos: uno de los libros que diría que amo. Es interesante hacerse esa pregunta a uno mismo: ¿cuáles son los libros que amas realmente? Pruébenlo. La respuesta les dirá mucho acerca de quiénes son en el momento presente.

Crecí en Bombay, la India, en una ciudad que ya no se parece en nada a la ciudad que fue en el pasado y que incluso se ha cambiado el nombre por el mucho menos eufónico Mumbai, en una época tan distinta del presente que parece imposiblemente remota, incluso fantástica: una versión sacada de la vida real de la mítica edad de oro. La infancia, tal como nos recuerda A. E. Housman en «La tierra del contenido perdido», a menudo también llamado «Colinas azules recordadas», es el país al que todos pertenecimos un día y que terminaremos perdiendo:

A mi corazón llega un aire moral
procedente de una tierra remota:
¿qué son esas colinas azules recordadas,
qué agujas, qué granjas son esas?

Es la tierra del contenido perdido,
veo el resplandor de su llano,
los felices caminos por donde fui
y por donde ya no puedo volver.

Los lenguajes de la verdad: Salman Rushdie

Salman Rushdie. Escritor y ensayista británico de origen indio nacido en Bombay. Es uno de los autores más vendidos en lengua inglesa y su estilo ha sido comparado con el realismo mágico latinoamericano. Su primera novela, Grimus, no tuvo gran impacto, en cambio, la segunda, Hijos de la medianoche, lo catapultaría a la fama, siendo una de las obras de ficción en inglés más importantes y conocidas del siglo XX, por la que obtuvo el Premio Booker. Dos años después se publicó Vergüenza, seguida de La sonrisa del jaguar y Los versos satánicos, su novela más polémica.

Los versos satánicos, considerada ofensiva para el Islam, motivó que el ayatolá iraní Ruhollah Jomeiní emitiera una fatwa condenándolo a muerte. Rushdie debió permanecer oculto durante años al tiempo que varios de sus traductores y editores eran asesinados o atacados, entre ellos su traductor al turco. Aunque finalmente Rushdie limó asperezas con el Islam en libros posteriores, no fue hasta dos décadas después cuando el gobierno ultraortodoxo iraní admitió que ya no buscaba su ejecución.

Rushdie también ha escrito literatura infantil como Luka y el fuego de la vida, además de otros títulos para adultos como El suelo bajo sus pies, Furia, Shalimar el Payaso o La encantadora de Florencia.