Site icon ISLIADA: Portal de Literatura Contemporánea

Los juegos de Nemesis

Resumen del libro:

“Los Juegos de Némesis”, cautivador capítulo de la saga “The Expanse” de James S. A. Corey, sumerge a los lectores en un universo épico de colonización interplanetaria y conflictos cósmicos. Los autores, el dúo creativo formado por Daniel Abraham y Ty Franck, han tejido una narrativa magistral que ha conquistado a fans de la ciencia ficción en todo el mundo.

La historia se desarrolla en un futuro donde la expansión humana hacia miles de mundos desencadena una intensa lucha por el control. El robo de la protomolécula, eventos terroristas desconcertantes y la desaparición de naves espaciales desencadenan una crisis que amenaza con alterar el destino de la humanidad.

La serie “The Expanse” ha ganado renombre por su capacidad para mezclar ciencia ficción con elementos políticos y sociales, creando un mundo rico en detalles y complejidades. “Los Juegos de Némesis” no es una excepción, ya que ahonda en las consecuencias de los pecados pasados y muestra cómo un nuevo orden surge a través de la violencia y la intriga.

En el centro de la trama, James Holden y la valiente tripulación de la Rocinante luchan por sobrevivir en medio del caos galáctico. La narrativa se despliega con giros inesperados y una atención meticulosa a la psicología de los personajes.

Esta obra no solo ofrece una emocionante aventura, sino que también invita a la reflexión sobre la naturaleza humana y el costo de las decisiones pasadas. “Los Juegos de Némesis” se erige como una contribución destacada al género de la ciencia ficción, demostrando por qué la saga “The Expanse” continúa siendo una referencia para los amantes de historias que exploran lo inexplorado, tanto en el espacio como en la condición humana.

Para Ben Cook, un imprescindible

Prólogo

Filip

Los astilleros gemelos de Calisto estaban uno junto al otro en el hemisferio de la luna que siempre quedaba oculto a la superficie de Júpiter. El Sol era la única estrella que resplandecía en la noche infinita, y la extensa mancha de la Vía Láctea brillaba con mucha más fuerza. Unas luces de obra blancas y adustas recorrían el borde de los cráteres e iluminaban los edificios, las palas cargadoras y los andamios. Las cuadernas de las naves a medio construir se distinguían entre el regolito del polvo de las piedras y del hielo. Eran dos astilleros, uno civil y el otro militar; uno de la Tierra y el otro propiedad de Marte. Ambos protegidos por los mismos cañones de riel antimeteoros y ambos dedicados a construir y reparar los navíos que llevarían a la humanidad hacia nuevos mundos al otro lado de los anillos cuando se resolviese el conflicto de Ilo, si es que eso llegaba a ocurrir.

Ambos iban a tener más problemas de lo habitual.

Filip avanzaba a la cabeza del resto de su equipo, que lo seguía de cerca. Había arrancado las luces led del traje y lijado el enchapado de cerámica para que la superficie no emitiese ningún reflejo. Hasta la pantalla de aviso estaba tan oscura que casi comprometía su visibilidad. Las voces que resonaban en sus oídos (tráfico de las naves, canales de seguridad y conversaciones de civiles) no obtenían respuesta alguna por su parte. Las oía sin responder. El láser de objetivo que llevaba a la espalda estaba apagado. Su equipo y él eran sombras entre las sombras. La tenue cuenta atrás que se columbraba a la izquierda de su campo visual bajó de quince minutos. Filip agitó la mano en aquel aire que tenía una densidad casi igual que la del vacío, gesto que en el idioma de los cinturianos significaba que avanzaran más despacio. Los compañeros que lo rodeaban le hicieron caso.

En el vacío que se extendía sobre ellos y a demasiada distancia como para que los viesen, los navíos marcianos que protegían el astillero intercambiaban mensajes con tono entrecortado y profesional. La flota se había desperdigado tanto que solo habían dejado dos naves en órbita. Solo dos, lo más seguro. Era posible que también hubiese otras ocultas en la negrura, sobreviviendo gracias al calor residual para ocultarse de los radares. Era posible, pero poco probable. Y, como decía el padre de Filip, en la vida había que arriesgarse.

Catorce minutos y treinta segundos. Dos temporizadores adicionales aparecieron junto a la cuenta atrás. Uno empezó en cuarenta y cinco segundos, y el otro en dos minutos.

—Transporte Frank Aiken, todo despejado para el atraque.

—Mensaje recibido, Carson Lei —dijo Cyn con ese bramido tan característico. Filip sintió la sonrisa del viejo cinturiano en las palabras—. ¿Coyos savent el mejor endroit pour boire cuando bajemos?

En algún lugar de las alturas, la Frank Aiken bañaba las naves marcianas con unos inocuos láseres de cálculo ajustados a la misma frecuencia que el que Filip llevaba a la espalda. La voz del oficial de comunicaciones marciano que se oyó después no evidenciaba ni un atisbo de miedo.

—No le he recibido, Frank Aiken. Repita, por favor.

—Lo siento, lo siento —dijo Cyn entre risas—. Estimado y respetable señor, ¿sabe algún lugar en el que una pobre tripulación de cinturianos podría echar un trago cuando lleguemos a la superficie?

—No puedo ayudarle, Frank Aiken —respondió el marciano—. Mantengan la ruta.

Tu sais sa. Claro como el agua. Seguimos rectos como una bala.

El grupo de Filip llegó a la parte superior del cráter y este bajó la mirada hacia la tierra de nadie que era el perímetro militar marciano, tal y como esperaba. Buscó los almacenes y los depósitos de suministros. Sacó el láser de objetivo, enterró la base en el hielo sucio y lo encendió. El resto del grupo, que se había esparcido por el borde del cráter a una distancia suficiente para quedar dentro del campo de visión de los demás, hizo lo propio con sus láseres. Eran viejos y habían montado las bases de alineación que llevaban debajo con todo tipo de elementos reutilizados de otros artefactos. Antes de que el pequeño led rojo de la base se pusiera verde, la primera de las dos cuentas atrás secundarias llegó a cero.

La alerta de seguridad tritonal resonó en el canal civil, seguida de la voz angustiada de una mujer.

—Tenemos un mecha de carga fugitivo en el terreno. Se dirige a la batería antimeteoros.

El pánico y la inquietud de la voz se extendió por el sistema auditivo de Filip mientras él hacía que su equipo se dispersara por el borde del cráter. Unas pequeñas volutas de polvo se levantaron a su alrededor y empezaron a formar una neblina en lugar de caer al suelo. El mecha de carga, que no respondía al control manual, avanzó a zancadas por esa tierra de nadie y se abalanzó sobre los cañones de la línea de defensa antimeteoros para bloquearlos, aunque solo fuese durante unos minutos. Cuatro marines marcianos salieron del búnker tal y como exigía el protocolo. Avanzaron por la superficie como si de una pista de hielo se tratase gracias a las servoarmaduras que llevaban. Cualquiera de ellos podía acabar de un plumazo con el equipo de Filip y volver ileso a su puesto, quizá afectado tan solo por un ligero remordimiento. Filip odiaba a todos sin distinción. El equipo de reparaciones ya iba de camino a la batería de defensa dañada. Todo volvería a la normalidad en menos de una hora.

Doce minutos y cuarenta y cinco segundos.

Filip hizo una pausa para mirar a su equipo: diez soldados voluntarios, lo mejor que el Cinturón podía ofrecer. Él era el único que conocía la importancia de esa incursión en el depósito de suministros marciano y cuáles serían las consecuencias. Todos estaban preparados para morir si llegaba a ser necesario, porque sabían quién era. Sabían quién era su padre. Filip lo sintió en las entrañas y también en el nudo que se le había formado en la garganta. No era miedo, era orgullo. Orgullo.

Doce minutos y treinta y cinco segundos. Treinta y cuatro. Treinta y tres. Los láseres que había colocado se activaron y bañaron a los cuatro marines, el búnker en el que estaban los refuerzos, las vallas del perímetro, los talleres y los barracones. Los marcianos se dieron la vuelta, ya que las armaduras eran tan sensibles que hasta notaban el más mínimo roce de esos láseres invisibles. Levantaron las armas al tiempo que echaban un vistazo alrededor. Filip se dio cuenta de que uno había visto al equipo y pasó de encañonar los láseres a apuntar hacia ellos. Hacia él.

Contuvo la respiración.

Dieciocho días antes, una nave que se encontraba en el sistema joviano y que Filip no tenía ni idea de cuál era había pegado un acelerón y llegado hasta diez o quizá incluso quince g. Justo en el nanosegundo que los ordenadores habían calculado, la nave había soltado unas pocas decenas de estructuras alargadas de wolframio con cuatro propulsores a chorro desechables en el centro de masas y unos sensores baratos de frecuencia fija unidos a ellos. Casi no tenían la complejidad necesaria para poder llamarse máquinas. Un niño de seis años podía construir cosas más sofisticadas que esas, pero con la aceleración que llevaban, que era de ciento cincuenta kilómetros por segundo, no tenían por qué ser complejas. Lo único que hacía falta era apuntarlas en la dirección deseada.

Todo terminó antes de que la señal que llegó al ojo de Filip se propagase por su nervio óptico para abrirse camino hasta el neocórtex visual. Cuando los enemigos ya habían muerto sintió el ruido sordo, y también vio las partículas que ocupaban el lugar donde antes se encontraban esos marines y el resplandor de las dos pequeñas estrellas que hasta hacía un momento eran busques de guerra. En ese momento, activó la radio de su traje.

—Ichiban —dijo, orgulloso de que su voz sonase tan calmada.

El grupo empezó a botar pendiente abajo por el cráter mientras arrastraba los pies. Los astilleros marcianos se convirtieron en un paisaje onírico: copetes de llamas surgieron de los talleres destrozados cuando estallaron los gases inflamables; una nieve suave se elevó entre los barracones cuando la atmósfera salió despedida hacia el exterior y se congeló. Los marines habían quedado devastados, sus cuerpos cercenados y desperdigados por el terreno. Una nube de polvo y hielo envolvió al cráter y dejó su visión de los objetivos a merced de las indicaciones del visor táctico.

Diez minutos y trece segundos.

El equipo de Filip se dividió. Tres avanzaron hasta la mitad del espacio abierto y encontraron un lugar lo suficientemente grande como para empezar a desplegar la negra estructura de carbono del andamio de evacuación. Otros dos desenfundaron unas pistolas ametralladoras sin retroceso y se prepararon para disparar a quienquiera que saliese de entre los escombros. Otros dos corrieron hacia la armería, y los tres restantes lo siguieron hasta los cobertizos de suministros. El edificio surgió ante ellos entre el polvo, inhóspito e imponente. Las puertas de acceso estaban cerradas. Un mecha de carga yacía volcado junto a ellas, y su conductor había muerto o estaba a punto. El especialista técnico de Filip se acercó a los controles de las puertas y se deshizo de la carcasa con un cortador de energía.

Nueve minutos y siete segundos.

—Josie —llamó Filip.

En travaillant, sa sa? —respondió Josie con brusquedad.

—Sé que estás trabajando —dijo Filip—. Pero si no puedes abrirlas…

Los juegos de Nemesis: James S. A. Corey

Sobre el autor:

Otros libros

Exit mobile version