Los forzadores del bloqueo

Resumen del libro: "Los forzadores del bloqueo" de

Julio Verne, el maestro indiscutible de la novela de aventuras, nos sumerge en la Guerra de Secesión norteamericana con Los forzadores del bloqueo. Publicada en 1865, esta obra es un ejemplo de su capacidad para combinar rigor histórico, emoción y una narración vibrante. Aunque menos conocida que sus grandes clásicos, conserva su inconfundible sello: un protagonista audaz, un viaje lleno de peligros y un trasfondo técnico fascinante.

La historia sigue a James Playfair, un joven y ambicioso capitán británico, decidido a romper el bloqueo naval impuesto por la Unión sobre la ciudad de Charleston. Su barco, El Delfín, es una embarcación veloz y moderna, diseñada para burlar a la armada enemiga y cumplir con una arriesgada misión comercial. Su objetivo es claro: intercambiar provisiones y municiones por el valioso algodón sureño, esencial para la industria textil de Glasgow.

Sin embargo, lo que comienza como un desafío comercial pronto se convierte en una aventura personal. Playfair se cruza con un misterioso pasajero, que resulta ser Jenny Halliburtt, una joven dispuesta a todo para rescatar a su padre, un periodista prisionero de los confederados. La presencia de Jenny trastoca los planes del capitán y añade una dimensión humana y romántica a la travesía.

Verne construye un relato ágil, donde la tensión se mantiene en cada maniobra naval y cada enfrentamiento con los barcos de la Unión. La descripción de la tecnología marítima, característica del autor, dota de realismo a la historia, mientras que el conflicto bélico sirve de telón de fondo para explorar temas como el deber, el honor y la lealtad.

Los forzadores del bloqueo combina aventura, estrategia y un sutil toque de romance en una trama que avanza con ritmo trepidante. No solo es un testimonio del genio narrativo de Verne, sino también una mirada apasionante a un episodio histórico que marcó el destino de Estados Unidos. Una novela ideal para quienes disfrutan de la acción marítima y las proezas de héroes decididos a desafiar lo imposible.

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I

EL DELFÍN

Las primeras aguas de un río que, espumaron bajo las ruedas de un vapor, fueron las del Clyde. Fue en 1812. El buque se llamaba El Cometa, y hacía un servicio regular entre Glasgow y Greenock, con una velocidad de seis millas por hora. Desde aquella época, millones de steamers y de packet–boats han remontado o descendido la corriente del río escocés, y los habitantes de la gran ciudad comercial deben estar singularmente familiarizados con los prodigios de la navegación a vapor.

Sin embargo, el 3 de diciembre de 1862, una multitud enorme, compuesta, de armadores, comerciantes, industriales, obreros, marinos, mujeres y niños, llenaban las calles de Glasgow y se dirigían al Kelvindock, vasto establecimiento de construcciones navales, propiedad de los señores Tod y Mac–Gregor. Este último nombre prueba hasta la saciedad que los descendientes de los famosos Highlanders se han convertido en industriales y que todos los vasallos de lo antiguos clans se habían trocado en obreros de fábrica.

Kelvindock, está situado a corta, distancia, de la ciudad, en la orilla, derecha, del Clyde, y bien pronto sus inmensos astilleros fueron invadidos por los curiosos: ni una punta, del muelle, ni una tapia de wharf, ni un techo de almacén ofrecía el menor espacio desocupado. El mismo río estaba cuajado de embarcaciones y en la orilla izquierda hormigueaban los espectadores en las alturas de Govan.

No se trataba, sin embargo, de una ceremonia, extraordinaria, sino sencillamente de la botadura, de ni buque, y los habitantes de Glasgow debían estar acostumbrados a semejantes operaciones. El Delfín —⁠éste era el nombre del vapor construido por los señores Tod y Mac—Gregor⁠—, ¿ofrecía acaso alguna particularidad? No, por cierto. Era un gran buque de 1500 toneladas, de planchas de acero, en el que todo se había combinado para obtener una marcha superior. Su máquina, salida de los talleres de Lancefield era de alta presión y dotada de una fuerza efectiva de quinientos caballos. Ponía en movimiento dos hélice, gemelas, situadas a, ambos lados del codaste, en las partes delgadas de la popa y completamente independientes una de otra, nueva aplicación del sistema de los señores Milwal y Dudgeon, que da una gran velocidad a las naves y les permito evolucionar dentro de un círculo excesivamente reducido. En cuanto al calado del Delfín, era poco considerable, y no se engañaban los inteligentes al decir que debía estar destinado a navegar por parajes de escasa profundidad.

Pero estos detalles no podían justificar de ninguna manera la aglomeración de público, porque, al fin y al cabo, El Delfín era una nave como otra, cualquiera. ¿Ofrecía entonces la botadura algunas dificultades mecánicas? Tampoco. El Clyde había recibido en sus aguas buques de mayor tonelaje y el lanzamiento del Delfín debía verificarse de la manera más sencilla.

En efecto, cuando la mar estuvo igual, en el momento en que cesó el reflujo, comenzaron las maniobras: los martillazos resonaron con perfecta uniformidad sobre las cuñas destinadas a levantar la quilla de la nave, por cuya maciza construcción no tardó en correr un estremecimiento: poco a poco empezó a levantarse y moverse, se determinó el deslizamiento, y a los pocos instantes, El Delfín abandonó los rulos cuidadosamente ensebados y entró en el Clyde en medio de espesas volutas de espesos vapores blancos. Su popa chocó contra el fondo cenagoso del río, volvió a elevarse sobre el lomo de una ola enorme y el magnífico steamer, arrastrado por su propio impulso, habríase estrellado contra los muelles de los astilleros de Govan si todas sus anclas, cayendo a un tiempo con formidable estrépito, no le hubieran contenido en su carrera.

La botadura habíase verificado con éxito completo: El Delfín se balanceaba tranquilamente en las aguas del Clyde, y en el momento que tomó posesión de su elemento natural, todos los espectadores rompieron en aplausos y hurras atronadores.

Mas ¿por qué tales aplausos y aclamaciones? Seguramente, los espectadores más entusiastas habríanse visto en un apuro para explicar su entusiasmo. ¿De dónde provenía, pues, el interés particular despertado por aquella nave? Pura, y sencillamente del misterio que encubría su destino. No se sabía a qué género de comercio iba a ser dedicado, y la diversidad de opiniones emitidas por los grupos de curiosos acerca del particular hubiera asombrado, con razón, a cualquiera.

Los que estaban mejor informados, o mejor dicho, los que presumían de estar enterados, aseguraban que el steamer estaba destinado a desempeñar un papel muy importante en la terrible guerra que diezmaba entonces a los Estados Unidos de América; pero no se sabía nada más; nadie podía decir si El Delfín era un corsario, un transporte, una nave confederada o un buque de la marina federal, en fin, que sobre este extremo la ignorancia de los espectadores era completa.

—¡Hurra! —exclamó uno, afirmando que El Delfín había sido construido por cuenta de los Estados del Sur.

—¡Hip!, ¡hip!, ¡hip! —gritó otro, jurando que jamás habría cruzado un buque más rápido por las costas americanas.

En una palabra, que para saber con exactitud a qué atenerse, hubiera, sido preciso ser amigo íntimo o asociado de Vicente Playfair y Compañía de Glasgow.

Rica, inteligente y poderosa era la casa de comercio que tenía por razón social Vicente Playfair y Compañía, antigua, y honrada familia descendiente de los lores Tobacco, que levantaron los mejores barrios de la ciudad. Aquellos hábiles negociantes, en cuanto fue firmado el acta de la Unión, fundaron las primeras factorías de Glasgow para traficar con el tabaco de Virginia y de Maryland. Se hicieron fortunas inmensas en aquel nuevo centro comercial. Glasgow no tardó en hacerse industrial y manufacturera; por todas partes se construyeron fábricas de hilados y fundiciones de hierro, y en pocos años llegó a su apogeo la prosperidad de la ciudad.

La casa Playfair permaneció fiel al espíritu emprendedor de sus antepasados, y se lanzó a las operaciones más atrevidas, sosteniendo el honor del comercio inglés. Su jefe actual, Vicente Playfair, hombre de unos cincuenta años, de temperamento esencialmente práctico y positivo, aunque audaz, era un armador de pura cepa. Fuera de las operaciones mercantiles, nada le impresionaba, ni el lado político de las transacciones. Por lo demás, era honrado y leal a carta cabal.

Pero no podía reivindicar la idea de haber construido y armado El Delfín, porque esta gloria pertenecía a, Jacobo Playfair, su sobrino, guapo mozo de treinta, años, el más atrevido skipper[1] de la marina mercante del Reino Unido.

Cierto día, en Tontine–coffee–room, bajo los arcos de la sala de la ciudad, después de haber leído los periódicos norteamericanos, Jacobo Playfair participó a su tío un proyecto arriesgadísimo.

—Tío Vicente —le dijo ruborizándose como un colegial⁠—, se pueden ganar dos millones en menos de un mes.

—¿Qué hay que arriesgar para ello? —⁠le preguntó su tío Vicente.

—Un buque y su cargamento.

—¿Nada más?

—Sí la vida de la tripulación y de su capitán, pero ésa no importa.

—Vamos a ver de qué se trata —⁠repuso Vicente, que era aficionado a este pleonasmo.

—Es muy sencillo —repuso Jacobo Playfair⁠—. ¿Ha leído usted La Tribuna, el New York Herald, el Times, L’Enquirer Richmond, L’American Review?

—Veinte veces, querido sobrino.

—¿Cree usted, como yo, que la guerra de los Estados Unidos durará aún mucho tiempo?

—Mucho tiempo.

—¿Sabe usted cuánto perjudica esa guerra a los intereses de Inglaterra, y a los de Glasgow en particular?

—Y especialmente a los de la casa Playfair y Compañía —⁠contestó el tío Vicente.

—Sobre todo a ésos —asintió el joven capitán.

—Cada día pienso más, querido Jacobo, y no sin una especie de terror, en los desastres comerciales que esa guerra puede acarrear. No quiere esto decir, sobrino mío, que la casa Playfair no sea fuerte, pero, sus corresponsales pueden quebrar. ¡Así se lleve el diablo a todos los esclavistas y abolicionistas de América!

Si desde el punto de vista de los grandes principios humanitarios, que están siempre por encima de los intereses personales, Vicente Playfair hacía mal en hablar así, le sobraba razón considerado el asunto bajo su aspecto comercial. El artículo más importante de la exportación americana faltaba por completo en la plaza de Glasgow. El hambre de algodón (literalmente the cotton famine), empleando la enérgica expresión inglesa, hacíase de día en día más amenazadora. Millares de obreros se veían obligados a implorar la caridad pública. Glasgow poseía 25 000 telares mecánicos que antes de la guerra de los Estados Unidos, producían 625 000 metros de algodón hilado cada día, es decir, 50.000 000 de libras al año. Por estas cifras puede calcularse los trastornos ocurridos en el movimiento comercial e industrial de la ciudad cuando llegó a faltar casi por completo la materia textil. Las quiebras eran continúas, todas las fábricas suspendían sus trabajos y los obreros perecían de hambre.

El cuadro de esta espantosa miseria fue lo que sugirió a Jacobo Playfair la idea su atrevido proyecto.

—Yo iría, a buscar algodón —⁠pensó⁠—, y lo traería aquí a toda costa.

Pero, como era tan «negociante» como su propio tío Vicente, resolvió proceder por vía de cambio y proponer la operación como un negocio comercial.

—Veamos mi idea dijo.

—Veámosla.

—Es muy sencilla haremos construir una nave de gran velocidad y de mucha cabida.

—Adelante.

—Lo cargaremos de municiones de guerra, de víveres y de vestuario.

—Todo eso es fácil.

—Yo tomaré el mando del buque desafiaré en velocidad a todos los navíos de la marina federal. Forzaré el bloqueo de uno de los puertos del Sur…

—Venderás caro el cargamento a los confederados que los necesiten —⁠añadió el tío.

—Y volveré cargado de algodón.

—Que te lo darán casi de balde.

—Exacto, tío Vicente. ¿Qué le parece mi proyecto?

—Muy bueno; pero ¿podrás pasar?

—Pasaré, seguramente, si dispongo de un buen buque.

—Se construirá uno expresamente. Pero ¿y la tripulación?

—Yo la encontraré: no tengo necesidad de muchos hombres. Basta, los imprescindibles para las maniobras. No voy a batirme con los confederados, sino a burlarlos.

—Los burlarás —repuso el tío Vicente con resolución⁠—. Pero dime, ¿a qué punto de las costas americanas piensas dirigirte?

—Hasta ahora, tío, algunas naves han forzado el bloqueo de Nueva Orleáns, de Willmington y de Savannah, pero yo pienso entrar en derechura en Charleston. Ningún buque inglés ha podido anclar en su fondeadero, excepto la Bermuda; yo haré lo mismo que ésta, y si mi buque cala poco, iría hasta donde los buques federados no podrían seguirme.

—La verdad es —repuso el tío Vicente⁠—, que Charleston está abarrotado de algodón. Lo queman para desembarazarse de él.

—Sí —agregó Jacobo—. Beauregard está escaso de municiones y pagará mi cargamento a peso de oro.

—¡Muy bien, sobrino! ¿Cuándo quieres partir?

—Dentro de seis meses. Hay que esperar a las noches largas, a las noches de invierno, para pasar con menos dificultades.

—Se hará lo que deseas, sobrino.

—Está —dicho, tío.

—Está dicho.

—Pues ni una palabra más, y punto en boca.

—Punto en boca.

He aquí explicado por qué, cinco meses después el steamer El Delfín era lanzado al agua en los astilleros de Kelvin dock, y por qué nadie sabía su verdadero destino.

“Los forzadores del bloqueo” de Julio Verne

Julio Verne. Escritor francés, fue uno de los grandes autores de las novelas de aventuras y ciencia ficción del siglo XIX. Destaca por su capacidad de anticipación tecnológica y social, que le ha llevado a ser considerado como uno de los padres del género de la literatura de ciencia ficción y la "moderna" novela de aventuras de su época, prediciendo muchos de los inventos tecnológicos del siglo XX en sus obras.

Nacido en una familia adinerada y siendo el mayor de cinco hermanos, Verne disfrutó de una buena educación y ya de joven comenzó escribir narraciones y relatos, sobre todo de viajes y aventuras. Tuvo una relación conflictiva con su padre debido a su gran autoridad, llegando a no volver a visitar su hogar al alcanzar independencia económica. Debido a su prematuro enamoramiento no correspondido por su prima a los once años, desarrolló una gran aversión hacia las mujeres. No fue hasta 1857 que se casó con una viuda rica, madre de dos hijas, y cuatro años después tuvieron su único hijo juntos, Michael Verne.

Antes de ingresar a la universidad, estudió Filosofía y Retórica en el Liceo de Nantes. Posteriormente, viajó a París y se licenció en Derecho. En 1848 escribió sonetos y algunos libretos de teatro y conoció a la familia Dumas, la cual influenció mucho en sus futuras obras y le ayudó a difundirlas. En 1849 aprobó la tesis doctoral de Derecho pero se decidió por la escritura consiguiendo la decepción y aversión de su padre que quería que ejerciera como abogado.

Verne se dedicó a la literatura pese a no contar con apoyo económico alguno, lo que minó su salud gravemente. Sus primeras obras no tuvieron mucho éxito, por lo que tuvo que compaginar su pasión por la escritura con la docencia para sobrevivir. Emprendió varios oficios como secretario o agente de bolsa antes de poder vivir de sus escritos.

A partir de 1850 comenzó a publicar y trabajar en el teatro gracias a la ayuda de Alejandro Dumas. Sin embargo, es con su viaje de 1859 a Escocia que Verne inicia un nuevo camino gracias a su serie de los Viajes extraordinarios, de los que destaca Cinco semanas en globo o La vuelta al mundo en 80 días. El éxito de las novelas de Verne fue en aumento y con el apoyo de su amigo y editor Hetzel tuvo grandes ventas. Verne era un auténtico adicto al trabajo, pasaba días y días escribiendo y revisando textos.

En 1886 Verne fue atacado por su sobrino, con el cual tenía una relación cordial, sin motivo alguno. Este ataque le causó graves heridas, provocándole una cojera de la que no se recuperaría. Después de esto, y de la muerte de su madre y de su amigo y editor, Verne publicó sus últimas obras con un toque más sombrío que la alegre aventura de sus inicios. En 1888 fue elegido concejal del Ayuntamiento de la ciudad de Amiens, ejerciendo el cargo por 15 años.

Julio Verne murió en Amiens el 24 de marzo de 1905 con 77 años. Tras su muerte, su hijo Michael Verne siguió publicando algunas obras bajo el nombre de su padre, lo que ha creado cierta confusión en la autoría de algunos libros.

Sus novelas han sido y siguen siendo publicadas y traducidas en todo el mundo, siendo uno de los autores más traducidos de la historia. Títulos tan famosos como De la Tierra a la Luna, Viaje al Centro de la Tierra, 20.000 leguas de viaje submarino, Miguel Strogoff, Escuela de Robinsones... hacen de Verne un clásico atemporal de la novela de aventuras y ciencia ficción, con muchas de sus obras adaptadas al cine y la televisión.