Resumen del libro:
Los escritos irreverentes de Mark Twain es una colección de ensayos, cartas y relatos del célebre autor estadounidense que nunca se publicaron en vida. En ellos, Twain expresa su visión crítica y sarcástica sobre la religión, la política, la moral y la sociedad de su época. El libro es una muestra del ingenio y la ironía de Twain, que no se corta a la hora de cuestionar las creencias y las costumbres de su entorno. El humor de Twain es a veces negro, a veces absurdo, pero siempre inteligente y provocador.
El libro se divide en cuatro partes: la primera contiene ensayos sobre temas diversos como el cielo, el infierno, la Biblia o la guerra; la segunda reúne cartas personales y profesionales que Twain escribió a lo largo de su vida; la tercera presenta relatos breves y fragmentos de novelas inacabadas; y la cuarta incluye una autobiografía ficticia de Twain, en la que narra sus supuestas aventuras como soldado, pirata, explorador y rey. Cada parte tiene su propio estilo y tono, pero todas comparten el sello inconfundible de Twain.
Los escritos irreverentes de Mark Twain es un libro que hará las delicias de los fans del autor y de los amantes de la literatura satírica. Es una obra que nos permite conocer mejor al hombre detrás del escritor, sus opiniones, sus dudas y sus contradicciones. Es también una obra que nos invita a reflexionar sobre los temas que preocupaban a Twain y que siguen siendo relevantes hoy en día. Un libro imprescindible para entender la obra y el pensamiento de uno de los grandes maestros de la literatura universal.
LAS CARTAS DE SATÁN DESDE LA TIERRA
El Creador estaba sentado en su trono, pensando. A sus espaldas se extendía el ilimitado continente del cielo, impregnado en un glorioso resplandor de luz y color; y ante Él se elevaba, como un muro, la negra noche del Espacio. Su poderosa mole se alzaba hacia el cenit robusta como una montaña coronada por su divina cabeza, que relucía como un sol distante. A sus pies se erguían tres personajes colosales, disminuidos por contraste casi hasta la extinción; eran los arcángeles, cuyas cabezas le llegaban a la altura del tobillo.
Cuando el Creador terminó de pensar, dijo:
—He pensado. ¡Mirad!
Levantó la mano y de ella surgió un chorro de fuego pulverizado, un millón de soles fabulosos que hendieron y surcaron la oscuridad, alejándose y alejándose, menguando en tamaño y brillo al penetrar los distantes confines del Espacio, hasta convertirse en minúsculos diamantes refulgiendo bajo la inmensa bóveda del universo.
Al cabo de una hora, el Gran Consejo se disolvió.
Impresionados y pensativos, los miembros se alejaron de la Presencia y se retiraron a un lugar privado para poder hablar con libertad. Ninguno de los tres parecía dispuesto a iniciar la conversación, prefiriendo que lo hiciera algún otro. Todos deseaban ardientemente discutir el gran acontecimiento, pero no deseaban comprometerse hasta saber cómo lo valoraban los demás. Así que hubo un cruce de palabras vagas y titubeantes sobre temas sin importancia; y aquello se prolongó tediosamente sin llegar a ninguna parte, hasta que finalmente el arcángel Satán se armó de valor —cosa de la que estaba sobradamente aprovisionado— y rompió el hielo.
—Señores, sabemos de lo que hemos venido a hablar —dijo—, así que más nos vale dejar de buscar pretextos y empezar de una vez. Si el Consejo está de acuerdo…
—¡Lo está, lo está! —dijeron Gabriel y Miguel, interrumpiendo agradecidos.
—Muy bien, entonces; procedamos. Hemos presenciado algo extraordinario; en esto estamos necesariamente de acuerdo. En cuanto al valor que pueda tener, si es que lo tiene, no es asunto que nos concierna personalmente. Podemos tener cuantas opiniones queramos sobre ello, pero sin ir más allá. No tenemos voto. Creo que el Espacio estaba bien como estaba, y además resultaba útil. Era un lugar frío y oscuro, perfecto para descansar del Cielo, con su clima delicado y sus fatigosos esplendores. Pero estos son detalles sin demasiada importancia. La novedad, la colosal novedad, ¿cuál es, señores?
—¡La invención e introducción de una ley automática, que no precisa supervisión ni regulación, para gobernar esas miríadas de soles y mundos que giran y avanzan a toda velocidad!
—¡Eso es! —dijo Satán—. Admitiréis que se trata de una idea fabulosa. Nada que se le parezca había surgido hasta ahora de la Suprema Inteligencia. ¡Toda una Ley! ¡Una ley automática, exacta e invariable que no requiere vigilancia, corrección ni reajuste alguno en toda la eternidad del tiempo! ¡Nos ha dicho que esos incontables cuerpos enormes surcarán las oquedades del Espacio a una velocidad inimaginable por los siglos de los siglos, trazando órbitas formidables, pero sin chocar jamás y con períodos orbitales que en dos mil años no se prolongarán ni acortarán más de la centésima parte de un segundo! ¡Ese es el nuevo milagro, el mayor de todos! ¡La Ley Automática! Le ha dado como nombre la Ley de la Naturaleza, pero ha dicho que la Ley Natural es la Ley de Dios. Es decir, que son dos nombres intercambiables para una sola y única cosa.
—Sí —dijo Miguel—. Y ha dicho que va a imponer esa Ley Natural o de Dios en todos sus dominios y que su autoridad será suprema e inviolable.
—También ha dicho que con el tiempo creará animales —intervino Gabriel—. Y los pondrá asimismo bajo la autoridad de dicha ley.
—Sí —dijo Satán—. Le he oído decirlo, pero no lo entiendo. ¿Qué son los animales, Gabriel?
—Ay, ¿cómo quieres que lo sepa yo? ¿Cómo vamos a saberlo cualquiera de nosotros? Es un mundo nuevo.
Pasa un intervalo de tres siglos en tiempo celestial, equivalente a cien millones de años en tiempo terrenal. Entra un Ángel Mensajero.
—Señores, está creando los animales. ¿Les complacería venir a verlo?
Fueron, vieron y se quedaron perplejos. Verdaderamente perplejos. El Creador, al darse cuenta, les dijo:
—Preguntad. Yo os responderé.
—Oh Divino —dijo Satán en tono respetuoso—. ¿Para qué sirven?
—Son un experimento en Moral y Conducta. Observadlos y os instruiréis.
Había miles de ellos. Mostraban una enorme actividad. Estaban ocupados, muy ocupados, sobre todo en perseguirse unos a otros.
Tras examinar a uno de ellos con un poderoso microscopio, Satán comentó:
—Esta bestia tan grande está matando a los animales más débiles, oh Divino.
—El tigre, sí. La ley de su naturaleza es la ferocidad. La ley de su naturaleza es la Ley de Dios. No puede desobedecerla.
—Entonces, ¿al obedecerla no comete ofensa alguna, oh Divino?
—No. Es inocente.
—Esta otra criatura de aquí es tímida, oh Divino, y sufre la muerte sin resistirse.
—El conejo, sí. No posee valor. Es la ley de su naturaleza, la Ley de Dios. Debe obedecerla.
—Entonces, ¿no se le puede pedir honorablemente que oponga resistencia a su naturaleza, oh Divino?
—No. A ninguna criatura se le puede requerir honorablemente que se enfrente a la ley de su naturaleza, la Ley de Dios.
Al cabo de un buen rato y tras responder muchas preguntas, Satán dijo:
—La araña mata a la mosca y se la come. El pájaro mata a la araña y se la come. El gato montés mata al ganso. El… En fin, todos se matan entre sí. Es asesinato, una y otra vez. Estamos ante incontables multitudes de criaturas y todas matan, matan, matan. Todas son asesinas. ¿Y no se las puede culpar, oh Divino?
—No se las puede culpar. Es la ley de su naturaleza. Y la ley de la naturaleza es siempre la Ley de Dios. Ahora, observad, ¡mirad! Una nueva criatura, la obra maestra… ¡el Humano!
Entonces llegó una manada de hombres, mujeres y niños en tropel, millones de ellos.
—¿Qué vas a hacer con ellos, oh Divino?
—Daré a cada individuo, con grados y matices, las diversas Cualidades Morales distribuidas con una sola característica distintiva entre el mundo animal: valor, cobardía, ferocidad, mansedumbre, hermosura, justicia, astucia, alevosía, magnanimidad, crueldad, malicia, lujuria, misericordia, piedad, pureza, egoísmo, amabilidad, honor, amor, odio, vileza, nobleza, lealtad, falsedad, veracidad, deshonestidad… Cada ser humano estará dotado de todas esas Cualidades, y constituirán su naturaleza. En unos las propiedades buenas y elevadas anularán a las malas y esos se llamarán humanos buenos; en otros predominarán las propiedades malas, y esos se llamarán humanos malos. Ahora, observad. ¡Ved cómo desaparecen!
—¿Dónde han ido a parar, oh Divino?
—A la Tierra, ellos y todos sus compañeros los animales.
—¿Qué es la Tierra?
—Un pequeño globo que creé hace dos eternidades y media. Lo visteis, pero no os fijasteis bien, pues estaba incluido en la explosión de mundos y soles que salieron disparados de mi mano. El humano es un experimento y los demás animales también lo son. El tiempo dirá si han merecido la pena. La demostración ha terminado. Os podéis retirar, señores.
Pasaron varios días. Esto supone un largo periodo de (nuestro) tiempo, ya que en el cielo un día dura mil años.
Satán había estado haciendo elogiosos comentarios sobre las admirables obras del Creador, comentarios que, entre líneas, eran sarcasmos. Creía estar hablando en confianza con sus buenos amigos, los otros arcángeles, pero le habían oído unos ángeles comunes, que informaron de ello a la Sede Central.
Al saberse se le condenó al destierro durante un día, es decir, un día celestial. Era un castigo al que estaba acostumbrado, debido a que tenía la lengua algo floja. A falta de otro lugar, siempre le deportaban al Espacio, donde se dedicaba a revolotear tediosamente por la noche eterna, en la que hacía un frío ártico. Pero en esta ocasión se le ocurrió seguir avanzando en busca de la tierra, para ver cómo iba el experimento de la Raza Humana.
Pasado un tiempo escribió a casa para desahogarse en privado con san Miguel y san Gabriel.
…