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Los cuentos como son

Resumen del libro:

«Los cuentos como son» de Rudyard Kipling es una encantadora colección de relatos que transporta al lector a un mundo donde las explicaciones fantásticas y llenas de imaginación toman el lugar de la realidad. A través de estos relatos, Kipling nos cuenta cómo algunos de los animales más emblemáticos del reino salvaje adquirieron sus características distintivas. Desde el curioso origen de la trompa del elefante hasta la aparición de las manchas en el pelaje del leopardo, cada historia se desenvuelve con una simplicidad mágica que cautiva tanto a niños como a adultos.

El estilo narrativo de Kipling en estos cuentos es casi poético, con un tono que resuena con la calidez de una fábula contada al calor de una fogata. Los relatos, lejos de ser lecciones moralizantes, exploran las maravillas del mundo natural a través de la inocencia y la curiosidad, ofreciendo explicaciones tan creativas como entretenidas. Este es un libro para quienes desean escapar de lo cotidiano y dejarse llevar por las maravillas de la fantasía, donde la lógica queda en segundo plano y lo más importante es la capacidad de maravillarse.

Rudyard Kipling, ampliamente conocido por su obra «El libro de la selva», demuestra en esta recopilación su talento inigualable para el cuento corto y su maestría en la construcción de mundos llenos de vida. Su capacidad para dotar a los animales de personalidades únicas y vibrantes refleja su profundo entendimiento de la naturaleza humana y animal. A través de su pluma, lo ordinario se convierte en extraordinario, y lo mundano en mágico.

«Los cuentos como son» es una obra que, a pesar del tiempo, sigue encantando a lectores de todas las edades. Kipling logra con destreza que sus historias se conviertan en clásicos atemporales, que invitan a ser compartidos y redescubiertos una y otra vez.

CÓMO SE LE FORMÓ LA GARGANTA A LA BALLENA

Había una vez en el mar, oh, Amada Mía, una Ballena que comía peces. Comía estrellas y agujas de mar, cangrejos y lenguados, platijas y lubinas, rayas y rapes, arenques y caballas, lucios y sardinas, y hasta la mismísima lisa y escurridiza anguila. Todos los peces que encontraba en el mar iban a dar en su boca, ¡así: glu, glup! Hasta que sólo quedó un pececillo en el mar, un Pececito Astuto que nadaba detrás del oído derecho de la Ballena para estar fuera de peligro. Entonces, la Ballena se alzó sobre su cola y dijo: «¡Tengo hambre!». Y el Pececito Astuto dijo con su astuta vocecita:

—Noble y generoso Cetáceo, ¿no has probado nunca antes al Hombre?

—No —dijo la Ballena—. ¿Qué tal es?

—No está mal —dijo el Pececito Astuto⁠—. Sabroso aunque un poco pesado.

—Entonces consígueme alguno que otro —⁠dijo la Ballena, y coleó hasta que el mar se llenó de espuma.

—Uno a uno es suficiente —dijo el Pececito Astuto⁠—. Si nadas hacia la latitud cincuenta grados norte, longitud cuarenta grados al oeste (esto es magia), encontrarás, sentado en una balsa en medio del mar, vestido únicamente con unos pantalones azules de lona, con tirantes (no se te pueden olvidar los tirantes, Amada Mía) y con una navaja, a un Marinero náufrago, que, es justo que te lo advierta, es un Hombre de una sagacidad y unos recursos infinitos.

Entonces, la Ballena nadó y nadó hacia la latitud cincuenta grados norte y longitud cuarenta grados oeste, tan rápido como pudo y, en una balsa, en medio del mar, vestido únicamente con unos pantalones azules de lona, con tirantes (tienes que acordarte especialmente de los tirantes, Amada Mía), y con una navaja, encontró a un solitario Marinero náufrago que arrastraba los pies en el agua. (Su madre le había dado permiso para patalear en el agua, de lo contrario no lo habría hecho nunca, porque era un Hombre de una sagacidad y unos recursos infinitos).

Así que la Ballena abrió la boca todo lo que pudo, más y más hacia atrás, hasta que casi se tocó la cola, y se tragó al Marinero náufrago, con la balsa en la que iba sentado, y los pantalones azules de lona, y los tirantes (que no se te pueden olvidar), y la navaja. Se lo tragó todo y lo llevó hasta sus cálidas y oscuras entretelas, y se relamió los labios, de esta manera, ñam, e hizo tres volteretas con la cola.

Pero tan pronto como el Marinero, que era un Hombre de una sagacidad y unos recursos infinitos, se encontró completamente dentro de las cálidas y oscuras entretelas de la Ballena, empezó a patalear, y a saltar, y a manotear y a golpear, y chocó, y bailó, y brincó, y empujó, y renegó, y mordió, y corrió, y reptó, y buscó, y gritó, y cayó, y lloró y suspiró, y gateó y berreó, y aulló, y luchó, y bailó el hornpipe donde no debía, y la Ballena se sintió realmente indispuesta. (¿Se te han olvidado ya los tirantes?).

Entonces le dijo al Pececito Astuto:

—Este tal Hombre es muy pesado, y además me está dando hipo. ¿Qué debo hacer?

—Dile que salga —dijo el Pececito Astuto.

Así que la Ballena llamó garganta adentro al Marinero náufrago:

—¡Sal y compórtate! ¡Me ha dado hipo!

—¡Nones! —dijo el Marinero—. No por ahora, tal vez más adelante. Llévame a mi costa natal y a los acantilados blancos de Albión, y allí lo pensaré.

Y empezó a bailar con más fuerza que antes.

—Mejor llévalo a su casa —le dijo el Pececito Astuto a la Ballena⁠—. Debí haberte advertido que es un Hombre de una sagacidad y unos recursos infinitos.

Así que la Ballena nadó y nadó y nadó, con ambas aletas y con la cola, tan fuerte como pudo por el hipo; y finalmente vio la costa natal del Marinero y los acantilados blancos de Albión, y se acercó prácticamente hasta la playa, y abrió la boca grande, grande, grande y dijo:

—Parada para Winchester, Ashuelot, Nashua, Keene y demás estaciones de la vía a Fitchburg.

Y exactamente cuando dijo Fitch, el Marinero salió caminando por la boca. Pero mientras la Ballena había estado nadando, el Marinero, que era ciertamente un Hombre de una sagacidad y unos recursos infinitos, había sacado su navaja y había recortado la balsa hasta formar una especie de red en cuadrícula, y había hecho una malla tejida y amarrada firmemente con sus tirantes (¡ahora ves por qué no podías olvidarte de los tirantes!) y había remolcado y puesto la malla bien apretada en la garganta de la Ballena, ¡y ahí se quedó atrancada! Luego procedió a decir la siguiente sloka, que seguro no has oído y paso a recitarte:

«Los cuentos como son» de Rudyard Kipling

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