Resumen del libro:
El libro de Zhuangzi es una obra clásica de la filosofía taoísta escrita por el filósofo y poeta chino Zhuangzi en el siglo IV a.C. La obra se compone de una serie de parábolas, anécdotas y diálogos que exploran las ideas taoístas sobre la naturaleza, la vida, la muerte, la felicidad y el papel del ser humano en el mundo.
El libro se divide en tres secciones principales: “El Libro Interior”, “El Libro Exterior” y “El Libro Verdadero”. En la primera sección, Zhuangzi aborda temas como la relatividad de las normas sociales y la naturaleza ilusoria de la realidad. La segunda sección se centra en historias que ilustran la idea de que la vida es un proceso natural que no debe ser obstaculizado por los seres humanos. En la tercera sección, Zhuangzi presenta la idea de que la verdadera sabiduría se encuentra en la liberación de las preocupaciones mundanas y en la comprensión del flujo natural de la vida.
A lo largo del libro, Zhuangzi enfatiza la importancia de vivir en armonía con la naturaleza y de aceptar el cambio como una parte natural del ciclo de la vida. La obra también presenta la idea de que la verdadera felicidad se encuentra en la simplicidad y en la ausencia de deseos y apegos materiales.
En resumen, El libro de Zhuangzi es una obra importante en la filosofía taoísta que ofrece una perspectiva única sobre la vida, la muerte y el papel del ser humano en el mundo. A través de sus historias y diálogos, Zhuangzi presenta una visión de la vida que enfatiza la importancia de vivir en armonía con la naturaleza y de liberarse de las preocupaciones mundanas para encontrar la verdadera felicidad.
Libro I. En placentera libertad
I. En el mar septentrional hay un pez cuyo nombre es Kun. Es enorme, pues mide no se sabe cuántos miles de li. Múdase en pájaro, y entonces su nombre es Peng. También las espaldas de éste miden no se sabe cuántos miles de li. Elévase por los aires sacudiendo con fuerza sus alas, parejas a esos grandes nubarrones que ocultan el cielo. Este pájaro, cuando el mar se agita y arrecia el viento, vuela hasta el mar meridional. El mar meridional es un gran lago obra del Cielo.
El Qi xie es un relato de portentos. En él se lee: «Cuando el Peng vuela hacia el mar meridional, la espuma salpica hasta una altura de tres mil li, y los remolinos que forma el batir de sus alas lo elevan obra de noventa mil li en lo más alto del firmamento. Vuela aprovechando el gran viento del sexto mes». Caballos salvajes, polvaredas, vivientes seres que se mueven empujados por el viento. El cielo, azul; ¿es ése su verdadero color?, ¿es ilimitada su vasta extensión? Mira hacia abajo el Peng, y eso es lo que contempla.
Cuando las aguas acumuladas no son profundas, no tienen fuerza para sostener un gran barco. Viertes una taza de agua en un hoyo, y una pajita es allí como un navio; mas si pones una taza, se pega al fondo, pues el agua es poco profunda y grande el barco. Si la fuerza del viento no es grande, no tiene fuerza para sostener unas alas gigantescas. Y así, cuando el Peng se eleva noventa mil li, es el viento el que lo empuja hacia arriba. Después tomará ventaja de la fuerza del viento y, con el cielo azul a sus espaldas y sin hallar estorbo, enderezará su vuelo hacia el mar meridional.
Una cigarra y una tortolilla se burlaban del Peng: «Nosotras, nos echamos a volar con todas nuestras fuerzas, y cuando encontramos con un olmo o un sándalo nos posamos en sus ramas; y si no podemos llegar, pues sin más nos vamos al suelo; ¿para qué remontarse noventa mil li y volar hasta el sur?». Quien va a los alrededores de la ciudad, sólo ha menester provisiones para tres comidas, retoma ese mismo día, y aun con el estómago lleno; quien va a un lugar a cien li de distancia, ha de llevar provisiones para pasar una noche fuera; y quien tan lejos como a mil li, provisiones para tres meses. ¿Qué han de saber, pues, esos dos animalejos?
Un corto entendimiento no se puede comparar con un gran entendimiento, ni un ser de corta vida con otro de prolongada existencia. ¿Cómo sabemos que es así? Un insecto que nace por la mañana y ya esa misma tarde muere, no sabe lo que es una luna; la cigarra que no vive más de dos estaciones, ignora lo que es un año; son dos ejemplos de corta vida. Al sur de Chu vive una tortuga prodigiosa para la que quinientos años son una primavera, y quinientos años un otoño; y aun más, que en la remota antigüedad había una gran cedrela para la que ocho mil años era una primavera, y otros tantos un otoño. He ahí dos ejemplos de prolongada existencia. Aún en nuestros días Pengzu goza de gran fama en el mundo por su longevidad, que todos quieren compararse con él. ¿No es grande lástima?
Tang y Ji también tuvieron una plática de este tenor:
—«Arriba y abajo, y en las cuatro direcciones, ¿hay límites?» —preguntó Tang a Ji.
—«¡Más allá de lo ilimitado sigue sin haber límites!» —respondió Ji.
«En el septentrión, donde ni brizna de yerba crece, hay un vasto mar: un gran lago obra del Cielo. Vive en él un pez, cuyo ancho alcanza varios miles de li y del que nadie sabe cuánto mide de largo. Su nombre es Kun. Y hay un pájaro, nombrado Peng, cuyas espaldas semejan al Taishan, y a esas nubes que ocultan el cielo sus gigantescas alas. Sobre los remolinos de viento, como cuernos de camero, elévase hasta noventa mil li en lo alto del firmamento. Sobrepasando nubes y éter, con el cielo azul a sus espaldas, vuela hacia el sur y alcanza finalmente el mar meridional. Búrlase de él un gorrión, de esos que hay en los charcos: “¿A dónde va ése? Yo doy unos saltos, levanto el vuelo, y a pocas varas vuelvo a posarme; revoloteo entre las zarzas y artemisas; para eso está hecho el vuelo. Pero ése, ¿a dónde quiere ir?”». He ahí la diferencia entre lo pequeño y lo grande.
Algunos hombres poseen talento para ser mandarines, otros hay que por su recto proceder pueden servir de ejemplo a toda una comarca, y aun encontrarás quienes por su virtud pueden ganarse la benevolencia de un principe y la confianza de un estado entero. Todos ellos se tienen en alta estima, en todo parejos a aquel gorrión. Song Rong zi no pudo menos de hacer mofa de ellos. Song Rong zi ni tomaba ánimos de recibir general aplauso, ni se sumía en la tristeza por recibir general oprobio. Sabía asaz de bien fijar los límites que separan el yo interior del mundo externo, y distinguir dónde está la honra y dónde el deshonor. ¡Eso era todo lo que sabía hacer! No se afanaba buscando renombre. Aunque era así, nada dejó establecido.
Lie zi viajaba cabalgando el viento, con suma ligereza y grande habilidad. Al cabo de quince días estaba de vuelta. No se afanaba en buscar la felicidad. Con todo, y aunque no había menester de caminar, Lie zi al final seguía dependiendo de algo.
A quien es capaz de acomodarse a las leyes del Cielo y de la Tierra para, así, dominar las mutaciones de las seis energías cósmicas y poder viajar por el espacio sin límites, ¿fuérale aún menester depender de algo?
Por eso se dice: «El hombre perfecto no tiene yo, el hombre espiritual no tiene éxito, los grandes sabios no tienen nombre».
II. Cuando Yao abdicó el gobierno del mundo en Xu You, le dijo: —«Luego que el sol o la luna han salido, si las antorchas que aún arden quisieran competir con ellos, ¿no sería cosa harto difícil? Cuando la lluvia de temporada ha comenzado a caer, seguir acarreando agua por ver quién mejor ha de regar, ¿no sería cosa vana? Si vos ocupáis el trono, el mundo permanecerá en orden; que si yo siguiera en el gobierno, no habría de sentir mi persona sino grande confusión. Ruego os aceptéis os entregue el gobierno del mundo».
A lo que Xu You respondió: —«Vos gobernáis el mundo, y el mundo permanece en orden. ¿Habría yo de ocupar vuestro lugar para así ganar renombre? El renombre no es más que huésped de la realidad, ¿por qué habría yo de querer ser huésped? El chochín construye su nido en lo profundo del bosque, y para ello le basta una rama; el topo va al río a beber y bástale llenar el estómago. ¡Volved a vuestro trono! Que no sabría yo qué hacer con el mundo. Aunque falten los cocineros, el oficiante del funeral y el representante del difunto no dejarán los vasos y bandejas rituales para ir a cocinar».
Jianwu preguntó a Lianshu: —«He oído hablar a Jieyu, y sus razones son exageradas y sin sentido, de las que van pero no vuelven. Cáusanme espanto sus palabras, que parecen tan sin límites como el Río de Plata; y son tan excesivas, que no se acomodan a la realidad de las cosas».
—«Pues, ¿qué dice?» —preguntó Lianshu.
—«Que en la remota montaña Gushe habitan hombres espirituales, de piel blanca como la nieve, y por su belleza y dulzura semejantes a una doncella. No se alimentan de los cinco cereales, sino del viento que aspiran y del rocío que beben. Cabalgan las nubes, montan voladores dragones y así viajan hasta más allá de los cuatro mares. Fijando su espíritu hacen que los seres no sufran menoscabo, y que maduren las cosechas. Esto dice Jieyu, un puro disparate que no puedo creer».
—«A fe que así es —dijo Lianshu—. El ciego no puede ver la belleza de los ricos y brillantes colores, ni el sordo escuchar los melodiosos sones de campanas y timbales. Pero ¿es que sólo en el cuerpo hallarás ceguedad y sordera? También en el entendimiento las hay. Y son éstas razones que se os pueden aplicar. Ese hombre espiritual, merced a su virtud puede abarcar al millón de seres en su unidad primordial. Los hombres mundanos gustan de la confusión, ¿cómo podría él aceptar la fatiga de administrar los negocios del mundo? A un hombre como él las cosas exteriores no pueden causarle detrimento: suban hasta el cielo las aguas desbordadas, que él no ha de perecer ahogado; venga el azote de una grandísima sequía, que aun el oro y las piedras derrita y agoste completamente campos y montes, y él ni siquiera sentirá calor. Forjárase un Yao o un Shun del polvo y la paja de un hombre tal, que ni aun así consintiera en ocuparse de los mundanos negocios».
Un hombre de Song fue al estado de Yue a vender gorros. Las gentes de Yue, que acostumbran raparse la cabeza y tatuarse el cuerpo, no habían menester de ellos.
Yao puso orden en los pueblos del mundo y paz en las tierras entre los cuatro mares. Fuese entonces a visitar a los cuatro maestros que habitaban en la remota montaña Gushe, al norte del río Fen. Allí se desengañó, y el mundo dejó de existir para él.
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