Resumen del libro:
El Libro de Buen Amor es uno de los más añejos productos de la inteligencia y de la sensibilidad del medioevo español. Y lo es en verdad porque hace del lector un investigador, un observador y hasta un preguntón: no pueden repasarse sus páginas sin que ellas le inciten a una participación muy activa en su lectura. La actitud de complicidad con el texto es la condición primerísima que debe tenerse para recorrer los debates, los cuentos, los gracejos y los chismes que su autor incluyó en él con tanta seriedad como desenvoltura y gracia. Y es que el arte de este libro radica en la heterogeneidad del autor para manejar los hilos con que ha elaborado tan compleja urdimbre. Muchos son los libros narrativos que nos ha dejado la Edad Media; pero ese modo de ser suyo tan único en toda la literatura del período, trabajado con materiales usados y repetidos hasta la saciedad en los grandes modelos y en la tradición popular, nos da una obra totalmente renovada y fresca, de encanto y de dificultad, de belleza y de donosura, de ligereza y de profundidad, de risa y de seriedad. Porque, en efecto, supo su autor refrescar con genialidad insuperable los viejos relatos, inventar otros nuevos y parodiar con gracia inimitable los géneros más en boga en la época. Queda, pues, un libro inigualable que desde el comienzo hasta el final se ubica en un lugar desde el cual llama al lector, le invita y le reta a que penetre en sus intimidades. Reto a la vez estupendo y placentero.
INTRODUCCIÓN
Admirable libro este que el lector se dispone a gozar como uno de los más añejos productos de la inteligencia y de la sensibilidad del medioevo español. Y lo es en verdad porque hace del lector un investigador, un observador y hasta un preguntón: no pueden repasarse sus páginas sin que ellas le inciten a una participación muy activa en su lectura. La actitud de complicidad con el texto es la condición primerísima que debe tenerse para recorrer los debates, los cuentos, los gracejos y los chismes que su autor incluyó en él con tanta seriedad como desenvoltura y gracia. Y es que, para decirlo de una vez, el arte de este libro radica en la heterogeneidad del autor para manejar los hilos con que ha elaborado tan compleja urdimbre. Muchos son los libros narrativos que nos ha dejado la Edad Media; pero ese modo de ser suyo tan único en toda la literatura del período, trabajado con materiales usados y repetidos hasta la saciedad en los grandes modelos y en la tradición popular, nos da una obra totalmente renovada y fresca, de encanto y de dificultad, de belleza y de donosura, de ligereza y de profundidad, de risa y de seriedad. Porque, en efecto, supo su autor refrescar con genialidad insuperable los viejos relatos, inventar otros nuevos y parodiar con gracia inimitable los géneros más en boga en la época. Nos queda pues en la mano un libro inigualable que desde el comienzo hasta el final se ubica en un lugar desde el cual llama al lector, le invita y le reta a que penetre en sus intimidades. Reto a la vez estupendo y placentero.
En El acto de leer, Wolgang Iser postula que “la tarea del intérprete debe ser dilucidar los significados potenciales del texto, sin restringirse a uno solo”. En el caso del libro del Arcipreste de Hita, tal propuesta parece tener cabal cumplimiento por cuanto, como puede inferirse de lo que ya he llamado la heterogeneidad del texto, se sugiere que son múltiples las intenciones de su autor y múltiples, por tanto, los significados posibles. Son tan evidentes las dificultades que el lector se siente perplejo. Ellas surgen de la manera como el autor percibía su mundo: como una relatividad, como una verdad múltiple, como un nada absoluto, lo que para su época resulta de indiscutible modernidad: para una época acostumbrada a distinguir más bien tajantemente entre los extremos, sin conceder mucho a los espacios medios, a las zonas grises de lo problemático, este libro carece del carácter unívoco que delatan otras obras contemporáneas suyas. Quiso su autor, con socarrona ironía, que así fuese, de donde nos ha quedado una visión plural de los problemas del espíritu humano como lo percibió don Juan Ruiz.
EL LIBRO DE BUEN AMOR
Este libro carece de nombre asignado por su autor en los códices existentes. Gozó de amplia popularidad en los siglos XIV y XV, y luego desde la edición de 1790, a cargo de don Tomás Antonio Sánchez, en su Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV. Más recientemente, nuestro siglo ha encontrado en él fuente de inagotables inquietudes. Inicialmente se le conoció como libro de Cantares, y después como Cantares del Arcipreste de Hita. A partir de Menéndez Pidal se le ha llamado Libro de Buen Amor, con base en versos del texto, en coplas como la siguiente:
Tú, Señor y mi Dios, que al hombre formaste,
socorre y ayuda a tu Arcipreste,
que sea Libro de Buen Amor aqueste,
que a los cuerpos dé risa y a las almas preste.
También se habla del libro de “buen amor” en las coplas 18, 66, 68, 932, 933, 1630, nombre que ha recibido general aceptación. El mismo Menéndez Pidal ha mostrado cómo el libro «pareció en dos ediciones distintas: la de 1330 y la de 1343, diferentes entre sí por la inclusión de textos adicionales en la segunda, como son la oración inicial, la introducción en prosa, las coplas 910-949, las 1318-1331, la glosa al Ave María, 1661-1667, las cantigas de loores a la Virgen María y la cantiga de los clérigos de Talavera, es decir, más que todo en la parte final.
La obra se conserva en tres manuscritos, que se conocen con las letras T, G y S, designadas así porque pertenecieron el primero a la Catedral de Toledo, el segundo a don Benito Pérez Gayoso, y el tercero, al Colegio Mayor de San Bartolomé de Salamanca. Los dos primeros corresponden a la primera edición. En la segunda edición no aparece fecha alguna, pero sí el nombre del copista, Alfonso de Paratiñem. En los códices en que aparece fecha se da la de 1381, que debe entenderse como del antiguo calendario de César, al cual hay que restar 38 años, lo que nos lleva al año de 1343 del calendario cristiano, año de la segunda edición. En 1901 Jean Ducamin publicó una edición que incluye los tres códices y que ha sido esencial para el estudio del libro. En la Biblioteca de Clásicos Castellanos ha publicado don Julio Cejador y Frauca su versión modernizada en cuanto a la ortografía, que comprende una síntesis de los tres códices. En ella se funda la versión presente.
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