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Las tierras baldías

Las tierras baldías - Stephen King

Las tierras baldías - Stephen King

Resumen del libro:

Roland ya no está solo en su búsqueda de la Torre Oscura. Le acompañan Eddie y Susannah, quienes llegaron desde diferentes momentos de Nueva York en La llegada de los tres. Ya les ha entrenado en las artes antiguas de los pistoleros. Sin embargo, el ka-tet aún no está completo. Roland ha de traer a una persona más desde Nueva York a Mundo Medio, una persona que ya ha estado allí y ha muerto no una vez, sino dos, y que sigue viva. El ka-tet, los cuatro unidos por su destino, tendrá que viajar a través de las envenenadas tierras baldías para llegar a la temible ciudad derruida de Lud. Su única esperanza será subirse a un tren rabioso que también busca su destrucción.

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Era la tercera vez que disparaba con munición real, y la primera vez que lo hacía sacando de la pistolera que Rolando había confeccionado para ella.

Disponían de munición en abundancia; Rolando había traído más de trescientos cartuchos desde el mundo en que Eddie y Susannah Dean habían vivido sus vidas hasta el momento de ser invocados. Pero tener munición en abundancia no significaba que pudieran malgastarla, sino todo lo contrario. Los dioses no veían con buenos ojos a los derrochadores. Rolando había sido educado en esta creencia, primero por su padre y luego por Cort, su mayor maestro, y aún la mantenía. Tal vez aquellos dioses no castigaran de inmediato, pero tarde o temprano habría que cumplir la penitencia… y cuanto más larga la espera, mayor sería la pena.

De todos modos, al principio no habían necesitado munición real. Rolando llevaba más años disparando de los que la mujer morena de la silla de ruedas hubiera podido imaginar. Al principio la corregía observando sencillamente cómo apuntaba y disparaba sin bala contra los blancos que él le preparaba. La mujer aprendía deprisa. Tanto ella como Eddie aprendían deprisa.

Tal como Rolando había sospechado, los dos eran pistoleros natos. Aquel día, Rolando y Susannah habían llegado a un claro a menos de un par de kilómetros del campamento que desde hacía casi dos meses era su hogar en los bosques. Los días venían transcurriendo con una dulce semejanza. El cuerpo del pistolero se iba curando mientras Eddie y Susannah aprendían lo que el pistolero tenía que enseñarles: cómo disparar, cómo cazar, cómo destripar y limpiar lo que habían matado; cómo tensar primero las pieles de sus presas, y cómo secarlas y curtirlas luego; cómo utilizar todo lo que se pudiera utilizar de forma que ninguna parte del animal quedara desaprovechada; cómo encontrar el norte por la Vieja Estrella y el este por la Vieja Madre; cómo escuchar al bosque en que entonces se encontraban, cien kilómetros o más al noreste del Mar Occidental. Aquel día Eddie se había rezagado, y el pistolero no se sentía preocupado por ello. Las lecciones que se recuerdan por más tiempo —Rolando no lo ignorabason siempre las que uno aprende por sí mismo.

Pero la que había sido siempre la lección más importante, aún la seguía siendo: cómo disparar y cómo acertar todas las veces a lo que uno disparaba. Cómo matar.

Los linderos del claro estaban formados por abetos oscuros y olorosos que lo rodeaban en un semicírculo irregular. Hacia el sur, el terreno se quebraba bruscamente y caía un centenar de metros en una serie de repisas de esquisto desmenuzado y abruptos acantilados, como la escalera de un gigante. Un arroyo transparente surgía del bosque y cruzaba el claro por su centro, burbujeando primero por un profundo canal excavado en la tierra esponjosa y la piedra quebradiza, derramándose luego por el astilloso suelo de roca que descendía en una suave pendiente hasta el punto en que la tierra se desplomaba.

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