Las renegadas: antología
Resumen del libro: "Las renegadas: antología" de Gabriela Mistral
El libro “Las Renegadas: Antología de Gabriela Mistral”, cuidadosamente seleccionado, reordenado y prologado por Lina Meruane, ofrece una mirada renovada sobre la poesía de la icónica Premio Nobel de Literatura. Meruane, con audacia, nos invita a explorar la obra de Mistral desde perspectivas frescas, desafiando la concepción convencional de lo clásico. En su prólogo, Meruane destaca la naturaleza dialogante de la poesía de Mistral, su rechazo del poder territorial y su relación fluida con la tierra, subrayando su legado de desafiar los modelos de sociedad establecidos.
En esta antología, la rebeldía, la extranjería, la incomodidad y la aspereza emergen como los pilares fundamentales de una poética única y poderosa. A través de sus versos, Mistral no solo ha resistido el paso del tiempo, sino que también ha demostrado una notable capacidad para ser interpretada de diversas maneras, adaptándose a diferentes lecturas y contextos.
La selección y reordenación de los poemas por parte de Meruane permiten al lector sumergirse en un viaje literario que revela nuevas capas de significado y profundidad en la obra de Mistral. Desde la melancolía de la nostalgia hasta la fuerza de la protesta, pasando por la delicadeza de la naturaleza y la identidad, cada poema ofrece una ventana a la complejidad de la experiencia humana y al universo emocional de la autora.
A través de esta antología, se hace evidente el impacto perdurable de la poesía de Gabriela Mistral en la literatura y la cultura hispanoamericana. Su voz, marcada por la sensibilidad y la honestidad, continúa resonando con fuerza en el panorama literario contemporáneo, inspirando a generaciones de lectores y escritores a cuestionar, reflexionar y soñar. “Las Renegadas” no solo honra el legado de Mistral, sino que también nos invita a redescubrir y celebrar su inigualable contribución a la poesía mundial.
UNA EN MÍ MATÉ
Lina Meruane
A Eliana Ortega,
maestra mistraliana
Era otra la Mistral que me mostró la maestra que acababa de retornar a Chile. Eran otros los versos que puso en mis manos, encubiertos, en fotocopias, versos que sacudirían para siempre mi limitada noción acerca de lo que creaba y creía Gabriela Mistral.
En esos años sombríos la quinceañera que yo fui solo había encontrado los ruegos y las rondas lastimeras de la maestrita rural, los sonetos de la enamorada en duelo por el novio suicida, los versos que pedían un hijo que no llegaría a parir. Los poemas de la devota. Los de la mujer privada. Eso era lo que ofrecían los manuales de castellano en la dictadura, pero ante mis ojos había ahora una poesía insurrecta que parecía escrita por otra.
Ardió en mi cuerpo de aspirante a poeta el rigor de su palabra arcaica y andariega, castellana y árida, indígena, absoluta, infinita.
En mi lectura se encendieron las voces de tantas mujeres que hablaban por la Mistral, mujeres que, como ella, se habían apartado del recorrido que les señalaba su tiempo. Mujeres que, siguiendo el oscuro mandato de la poeta —«una en mí maté… ¡vosotras también matadla!»—, habían aniquilado a la que en ellas era sumisa y sedentaria. Aquellas mujeres que desafiaban el orden sonaban, a finales del siglo veinte, tan extrañas como lo habían sido cuando la Mistral las tildó de «locas» en su libro Lagar, de 1954; todavía eran una vanguardia de renegadas asomándose a otros reinos de posibilidad.
Ya son tres las décadas transcurridas desde que mi canosa maestra me presentó a su desafiante Mistral, y si vuelvo ahora a su obra poética —la publicada en vida y la póstuma, la encontrada después en las cajas y carpetas de su archivo— es para rescatar esa voz, para escuchar todas juntas a esas mujeres que aparecen desperdigadas en sus libros: las soñadoras, las desaforadas, las errantes y las intrépidas, las fervorosas, las estériles, las quejosas, las que esperan y se celan y abandonan, las desveladas y desoladas, las nostálgicas, las incapaces de olvidar a la madre y a las maestras difuntas. Un coro en el desvarío de lo íntimo.
No era posible que esas mujeres enfrentadas a un orden restrictivo no desvariaran y renegaran en la misma medida en que se alzaban: también quise recuperar en esta antología a esas otras que, como Mistral, se abren decidido paso por la geografía de la patria, desde el árido desierto nortino, donde la autora nació en 1899, hasta el lluvioso sur de Chile donde ejerció de profesora, y desde ese sur andino a los cambiantes paisajes de las Américas donde la Mistral urdió «recados» y otras prosas pedagógicas y políticas. Esas desdobladas hablantes se internan por Europa apuntando la guerra y a sus mujeres y alcanzan los Estados Unidos, país en que la Mistral escribió su obra tardía y anticipó su muerte en «un país sin nombre».
El destierro de Mistral, voluntario, definitivo, no canceló la añoranza de la patria que expresa por escrito. Ese «volver no» y ese siempre estar volviendo en la letra atraviesa su obra completa. Los ecos de su nostalgia por el paisaje cordillerano y el mar, los pájaros y la fruta y los árboles, el pan, las casas vacías que merecen un desprecio retrospectivo de la viajante. La certeza de que, pese a haberse ido y regresado, en el último de sus libros, como un fantasma desenraizado, su tierra la reconoce: «Y aunque me digan el mote / de ausente y de renegada / me las tuve y me las tengo / todavía, todavía / y me sigue su mirada».
Porque la patria mistraliana no conoce fronteras: es una tierra desnuda, abierta, sin blindaje, es un paisaje feminizado que se resta a las hazañas heroicas de la historia de una nación militarizada.
Estos poemas orales que se mueven por el territorio se niegan a celebrar el relato oficial que no le ha dado espacio a esos otros y otras que lo habitan, sean o no criollos, sean o no blancos, sean o no humanos. En los poemas ya póstumos la voz sobrevuela el territorio de la patria sin conquistarlo ni explotarlo ni transformarlo. Lo admira y se lo enseña al niño indio o atacameño que la llama madre y al huemul que a veces es ciervo y también la acompaña.
La poesía dialogante de la Mistral reniega del poder del territorio, entabla una relación fluida con la tierra y nos deja como legado la posibilidad de acabar con los viejos modelos de sociedad. Es su modo de enseñarnos a mirarlo y pensarlo todo de otro modo, otra vez.
…
Gabriela Mistral. Poeta chilena, cuyo verdadero nombre era Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, es considerada como una de las más grandes autoras en castellano del siglo XX, llegando a ser galardonada en 1945 con el Premio Nobel de Literatura. Mistral trabajó como profesora ayudante durante varios años hasta que logró convalidar sus conocimientos y alcanzar el título de Profesora de Estado. Posteriormente, una de las labores más importantes de Mistral fue la reforma del sistema educativo chileno, que hoy en día todavía es utilizado como base. A lo largo de su carrera impartió clases en varias universidades y vivió en México, Estados Unidos y Europa, donde trabajó para la Sociedad de Naciones. Durante estos años, Mistral fue cónsul diplomática en varios países.
En lo literario, Mistral destacó principalmente por su poesía, con poemas tan importantes como Desolación, siendo traducida a numerosos idiomas y convirtiéndose en una clara influencia en toda una generación posterior de autores latinoamericanos. De entre su obra habría que destacar, además de la ya mencionada Desolación, títulos como Ternura, Nubes blancas, Los sonetos de la muerte o Lagar, entre otros.
En 1945 le fue otorgado el máximo galardón de las letras mundiales, el Premio Nobel de Literatura. Poco tiempo después se instalaría en Estados Unidos de manera casi permanente junto a la escritora Doris Dana, la cual llevó a cabo una gran labor de documentación sobre los últimos años de la autora chilena.