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Las mascaradas sangrientas

Las mascaradas sangrientas, una novela de Pío Baroja

Resumen del libro:

Pío Baroja, uno de los autores más destacados de la Generación del 98, presenta en “Las mascaradas sangrientas” una obra inmersa en el ciclo de “Memorias de un hombre de acción”, la cual se encuentra fechada a comienzos del otoño de 1927. Esta novela, parte de una trilogía que incluye “Las figuras de cera” y “La nave de los locos”, tiene como trasfondo un crimen ocurrido en Guipúzcoa, conocido como el crimen de Beizama, que marca el hilo conductor de la trama. Baroja se sumerge en la investigación de este suceso, nutriendo su narración de una profunda base de observación directa y análisis social.

El crimen de Beizama divide la opinión pública vasca en dos sectores políticos, reflejando un conflicto característico de la época. La derecha, en su conjunto, niega la culpabilidad de los detenidos como autores del crimen, mientras que la izquierda los considera culpables. Baroja, movido por la curiosidad y el afán de comprender la realidad que lo rodea, decide visitar a los detenidos en la cárcel y llevar a cabo diversas encuestas en el lugar del suceso y sus alrededores. Estos encuentros y su inmersión en el ambiente social y político de la época le proporcionan una base sólida para componer un relato lleno de dramatismo, que se convierte, sin duda, en uno de los momentos más impactantes de toda la serie.

“Las mascaradas sangrientas” no solo se centra en el crimen de Beizama, sino que también pone fin a dos tramas que se han ido desarrollando a lo largo de la trilogía. Por un lado, la historia de Chipiteguy, Manón y Álvaro Sánchez de Mendoza, y por otro, la trama que sigue a Aviraneta y su Simancas. Baroja entrelaza estas narrativas con maestría, hilando los destinos de sus personajes con la minuciosidad y la profundidad que caracteriza su obra.

En esta novela, Baroja muestra su habilidad para retratar la complejidad de la sociedad y la política de su tiempo, combinando la ficción con una aguda observación de la realidad, lo que le permite ofrecer al lector una perspectiva profunda y multifacética del mundo que recrea en sus páginas. “Las mascaradas sangrientas” no solo es una obra literaria, sino también un documento histórico y social que refleja el pulso de una época convulsa y llena de contrastes.

PRÓLOGO

UN TANTO CONCEPTUOSO Y ALAMBICADO, A LA MANERA ANTIGUA

Había llegado el autor —don Pedro Leguía y Gaztelumendi— al comenzar este tomo de su obra, quizá más antihistórica que histórica, a los primeros meses de 1839, a los preliminares del Convenio de Vergara.

Se encontraba nuestro amigo ante un mundo de intrigas, de contiendas, de oscuridades y de confusiones.

La atmósfera se hallaba cargada de nubes bajas, pesadas, amenazadoras, con resplandores tempestuosos; el país escindido en dos campos: el uno, rural, tradicional, enamorado de lo viejo; el otro, revolucionario, ciudadano, moderno, al menos en sus intenciones.

En cada campo reinaba la división, la subdivisión, el parcelamiento, la anarquía, el odio, el encono, la insidia y los horrores presididos por la Discordia, la diosa maléfica hija de la Noche.

En el campo carlista y rural, Maroto contra Don Carlos, la corte y Cabrera contra Maroto, los realistas puros contra los reformistas, los militares contra los burócratas, los guerrilleros contra los hojalateros, los vascos contra los castellanos y los castellanos contra los vascos.

En el campo liberal y ciudadano, Narváez claramente contra Espartero, Espartero contra Cristina, los exaltados contra los moderados, los progresistas contra los conservadores y partidarios del despotismo ilustrado, los masones escoceses contra los demás hijos carnavalescos de Hiram y los románticos contra los clásicos, hartos de las tocatas viejas de Apolo y enamorados de las nuevas de Pan, aun con el riesgo de ver alargarse demasiado sus orejas.

En los dos bandos, los brutos contra los inteligentes; aquellos siempre defendidos, estos siempre sin defensa, cosa triste, pero comprensible y humana.

En este ambiente de rivalidades y disidencias, en medio de la desunión y del caos y de la embestida insidiosa y eterna de los partidarios del dios orgiástico de Tracia contra el perfilado y repipiado hijo de Latona, la vieja España iba tropezando y desangrándose con las heridas al descubierto.

No había español que contemplara la partida con ojos de filósofo. Seguramente nadie pensaba, al ver el ciclo de los acontecimientos, en la vuelta eterna de las cosas, en el posible cambio de los tópicos del momento, ni en las tres aparatosas hipóstasis que, salidas de la cátedra de una Universidad germánica, habían dado la vuelta por el orbe. La raza española entonces no pretendía ni podía ver a lo lejos. Todos asistían a la contienda deseando intervenir. Aviraneta también desde su rincón seguía la lucha con su mirada clara de fuina y aconsejaba a los suyos un movimiento de la torre o del alfil para dar el jaque pronto a los enemigos.

El autor pensaba seguir buceando y buscando en las tinieblas la huella de las maquinaciones, débiles y míseras, a pesar de su intensa perfidia; pensaba discriminarlas con más o menos arte, cuando apareció ante sus ojos un resplandor sangriento como una aurora boreal.

A la discriminación pensada quitaba valor de repente el fulgor del crimen. Era el zigzag cárdeno del relámpago en medio de la noche oscura, la luz súbita que da forma por un instante al paisaje exterior y al psicológico.

A la claridad de esta pasajera iluminación espectral, el autor siguió adelante, creyendo ya orientarse más fácilmente entre la sombra de la noche sin estrellas que reina en los dominios fúnebres del Orco…

“Las mascaradas sangrientas” de Pío Baroja

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