Resumen del libro:
“Las maravillas del año 2000” es una obra fascinante de Emilio Salgari, un autor conocido por sus novelas de aventuras que llevaron a los lectores a mundos exóticos y fantásticos. Sin embargo, en esta novela, Salgari se adentra en el género de la ciencia ficción para imaginar un futuro que, desde su perspectiva del siglo XX, se dibuja como un despliegue de maravillas tecnológicas y sociales. Publicada por primera vez en 1907, aunque probablemente escrita en 1903, la novela es un reflejo de las expectativas y ansiedades de su época frente al cambio y la modernidad.
La trama se centra en dos protagonistas, que con el deseo de conocer cómo será el mundo en el año 2000, deciden ingerir una poción que los hará dormir durante cien años. Al despertar, se encuentran en un mundo radicalmente transformado, lleno de avances tecnológicos y nuevos desafíos. Este escenario permite a Salgari explorar, con su inigualable imaginación, los posibles desarrollos en áreas como el transporte, la comunicación y la vida cotidiana, a través de invenciones como los dirigibles eléctricos, las ciudades flotantes y los vehículos subterráneos. La novela se estructura como una especie de diario de viaje futurista, en el que los personajes descubren gradualmente las maravillas y los peligros del tercer milenio.
Salgari presenta un mundo que, a pesar de los progresos científicos y tecnológicos, sigue siendo frágil y conflictivo. Las tensiones entre el progreso y la naturaleza, entre la libertad individual y el control social, son temas recurrentes a lo largo del libro. En este sentido, “Las maravillas del año 2000” no solo anticipa algunas de las innovaciones que efectivamente veríamos desarrollarse a lo largo del siglo XX, sino que también sirve como una reflexión crítica sobre las consecuencias del progreso desenfrenado. La novela se destaca por su mezcla de optimismo y precaución, sugiriendo que el futuro no es solo una cuestión de avance técnico, sino también de decisiones éticas y morales.
La obra de Salgari, lejos de limitarse a ser una simple utopía tecnológica, se convierte en una ventana a los miedos y esperanzas de la sociedad de su tiempo, proyectando esos sentimientos hacia un mañana lleno de posibilidades. Aunque su visión del año 2000 puede parecer ingenua o desfasada para los lectores contemporáneos, “Las maravillas del año 2000” sigue siendo relevante como documento histórico y literario, que nos recuerda que el futuro siempre se construye sobre las bases del presente.
Como escritor, Emilio Salgari logró capturar la imaginación de generaciones de lectores, transportándolos a mundos de aventuras y fantasía. Aunque “Las maravillas del año 2000” no es su obra más conocida, representa un testimonio único de su talento para fusionar la narrativa de aventuras con una reflexión más profunda sobre el destino de la humanidad. En definitiva, esta novela es una invitación a viajar en el tiempo y contemplar, a través de los ojos de Salgari, un futuro que siempre será una incógnita fascinante.
La flor de la resurrección
El pequeño vapor que una vez a la semana hace el servicio postal entre Nueva York, la ciudad más populosa de los Estados Unidos de Norteamérica, y la minúscula población de la isla de Nantucket, había entrado aquella mañana en el pequeño puerto con un solo pasajero. Durante el otoño, terminada la estación balnearia, eran rarísimas las personas que llegaban a esa isla, habitada sólo por unas mil familias de pescadores que no se ocupaban de otra cosa que de arrojar sus redes en las aguas del Atlántico.
—Señor Brandok —había gritado el piloto cuando el vapor estuvo anclado junto al desembarcadero de madera—, ya hemos llegado.
El pasajero, que durante toda la travesía había permanecido sentado en la proa sin intercambiar una palabra con nadie, se levantó con cierto aire de aburrimiento, que no pasó inadvertido ni para el piloto ni para los cuatro marineros.
—Las diversiones de Nueva York no le han curado su spleen —murmuró el timonel dirigiéndose a sus hombres—. Y, sin embargo, ¿qué le falta? Es bello, joven y rico… ¡si yo estuviese en su lugar!
El pasajero era, en efecto, un hermoso joven, tenía entre veinticinco y veintiocho años, era alto y bien conformado, como lo son ordinariamente todos los norteamericanos, esos hermanos gemelos de los ingleses, de líneas regulares, ojos azules y cabello rubio.
No obstante había en su mirada un no sé qué triste y vago que conmovía de inmediato a cuantos se le acercaban, y sus movimientos tenían un no sé qué de pesadez y cansancio que contrastaba vivamente con su aspecto robusto y lozano.
Se hubiera pensado que un mal misterioso minaba su juventud y su salud, a pesar del bello tinte sonrosado de su piel, ese tinte que indica la riqueza y la bondad de la sangre de la fuerte raza anglosajona.
Como hemos dicho, al oír la voz del piloto el señor Brandok se levantó casi con esfuerzo y como si en ese momento despertara de un largo sueño.
Bostezó dos o tres veces, miró soñoliento la orilla, tocó apenas el ala de su sombrero respondiendo al saludo respetuoso de los marineros, y bajó lentamente al muelle de madera.
En vez de encaminarse hacia el poblado cuyas casas se alineaban a doscientos pasos del puerto, marchó a lo largo de la costa con las manos metidas en los bolsillos del pantalón y los ojos medio cerrados, como si fuese presa de una especie de sonambulismo.
Cuando llegó a un extremo del poblado se detuvo y abrió los ojos, fijándolos en un grupo de chicos descalzos a pesar del aire punzante y que corrían por los médanos riendo y gritando.
—He aquí seres felices —murmuró Brandok con tono de envidia—; éstos, al menos, no saben qué es el spleen.
Estuvo inmóvil algunos momentos; sacudió la cabeza, lanzó un hondo suspiro y emprendió de nuevo el paseo para detenerse algunos minutos después delante de una linda casita de dos pisos, blanquísima, con las persianas pintadas y un jardincito rodeado por una cerca de madera.
—¿Qué estará haciendo el doctor? —Se preguntó mirando las ventanas—. Estará atormentando a algún cobayo o a algún pobre conejo. ¡El secreto de poder revivir dentro de veinte años! ¡Linda idea! Yo creo que el buen Toby pierde inútilmente el tiempo. Y, sin embargo, él es mucho más feliz que yo.
…