Resumen del libro:
Henry David Thoreau escribe este ensayo a los 45 años, en 1862, el mismo año en el que muere de tuberculosis. Es este un Ensayo frutal que se publicará después de su muerte. Si hemos de hacer caso a lo que nos dice el autor, este libro debería leerse al aire libre, en estado salvaje, a fin de poder disfrutar de la manzana (la más noble de las frutas, según él, la cual posee un aroma que para sí quisieran otras frutas como la pera) que es de lo que habla, de todos sus tipos y variedades. Dice el autor que sus pensamientos deben ser disfrutados en un estado salvaje y no en casa. Hace falta por tanto paladares duros de papilas erectas, no adormecidos por el consumo de la fruta doméstica que se echa a perder en el frutero. Thoreau quiere lo natural, lo salvaje, lo silvestre, lo primigenio. No ve con buenos ojos los injertos, la injerencia humana en el curso natural.
LA HISTORIA DEL MANZANO
Es sorprendente observar lo estrechamente ligadas que están la historia del manzano y la del hombre. Los geólogos nos dicen que el orden de las rosáceas, que incluye los manzanos, y también los de las gramíneas, las labiadas, o las mentas, hicieron su aparición en la Tierra poco antes que el hombre.
Parece que las manzanas formaban parte de la alimentación de aquellas gentes primitivas desconocidas cuyos rastros se han encontrado hace poco en el fondo de los lagos suizos, unos pueblos que se suponen más antiguos que la fundación de Roma, tan antiguos que no tenían ningún instrumento de metal. En sus reservas se ha encontrado una manzana silvestre entera, negra y arrugada.
Tácito dice de los antiguos germanos que aplacaban el hambre con manzanas silvestres, entre otras cosas.
Niebuhr observa que «las palabras que designan a una casa, un campo, un arado, la acción de arar, el vino, el aceite, la leche, las ovejas, las manzanas y otras cosas relacionadas con la agricultura y los modos de vida pacíficos coinciden en latín y en griego, mientras que las palabras latinas relativas a todos los objetos pertenecientes a la guerra o la caza son completamente ajenos al griego». Así, el manzano se puede considerar un símbolo de la paz en no menor medida que el olivo.
En tiempos remotos la manzana tenía tanta importancia y tenía una distribución tan universal que en muchas lenguas la raíz de su nombre significa fruto en general. Melón, en griego, significa manzana, y también el fruto de otros árboles, así como oveja y cualquier tipo de ganado, y, finalmente, riqueza en general.
El manzano ha sido celebrado por los hebreos, los griegos, los romanos y los escandinavos. Algunos han pensado que la primera pareja humana fue tentada por su fruto. La leyenda dice que unas diosas compitieron por él, los dragones lo guardaban y los héroes se esforzaron por arrancarlo.
El árbol se menciona en al menos tres lugares del Antiguo Testamento, y su fruto en dos o tres más. Salomón canta: «Como manzano entre los árboles silvestres es mi amado entre los mancebos». Y también: «Confortadme con pasas, recreadme con manzanas». La parte más noble del órgano más noble del hombre recibe su nombre de este fruto.
El manzano también es mencionado por Homero y Heródoto. Ulises vio en el glorioso jardín de Alcínoo «perales y granados y manzanos cargados de hermosos frutos». Y, según Homero, las manzanas se contaban entre los frutos que Tántalo no podía coger, pues el viento siempre apartaba de él las ramas de los manzanos. Teofrasto conocía el manzano y lo describió como botánico.
Según la Edda en prosa, «Iduna guarda en una caja las manzanas que los dioses, cuando sienten que se aproxima la vejez, solo tienen que probar para volver a ser jóvenes. Es de este modo como conservarán una juventud siempre renovada hasta el Ragnarok (la destrucción de los dioses)».
Leo en Loudon que «los antiguos bardos galeses recibían una rama de manzano florida como recompensa por su excelencia como cantores»; y «en las Highlands de Escocia el manzano es la insignia del clan Lamont».
El manzano crece principalmente en las zonas templadas del norte. Loudon dice que «crece espontáneamente en todas partes de Europa excepto en la zona de clima glacial, y en toda el Asia occidental, la China y el Japón». Tenemos también dos o tres variedades de manzanas indígenas en Norteamérica. El manzano cultivado fue introducido en este país por los primeros colonos, y se considera tan bien aclimatado aquí como en cualquier otra parte. Es probable que algunas de las variedades que hoy se cultivan fueran introducidas originariamente en Gran Bretaña por los romanos.
Plinio el Viejo, adoptando la clasificación de Teofrasto, dice: «Entre los árboles, hay algunos que son completamente silvestres, y otros más civilizados». Teofrasto incluye al manzano entre estos últimos, y, en efecto, es en cierto sentido el más civilizado de todos los árboles. Es tan inofensivo como una paloma, tan bello como una rosa y tan valioso como los rebaños. Se ha cultivado durante más tiempo que cualquier otro, y por eso está más humanizado; y quién sabe si a la larga, como el perro, ya no será posible remontarse a sus orígenes silvestres. Emigra con el hombre, como el perro, el caballo y la vaca; primero, tal vez, de Grecia a Italia, de allí a Inglaterra, y después a América; y nuestro emigrante al Oeste todavía avanza sin descanso hacia el sol poniente llevando en su bolsillo las semillas de la manzana, o quizá algunos plantones sujetos a su bagaje. Así, este año al menos un millón de manzanos crecerán más al oeste que cualquiera de los cultivados el año pasado. Considérese cómo la Semana de la Floración, igual que el Sábat, se extiende anualmente por las praderas; pues cuando el hombre emigra lleva consigo no solo sus aves, cuadrúpedos, insectos, verduras e incluso sus pastos, sino también su huerto de árboles frutales.
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