Resumen del libro:
Fue Alfonsina Storni una mujer frágil y fuerte a la vez. Su poesía es tierna y delicada, pero rocosa, como si uno tuviera que arañarse las manos y las rodillas hasta coger esas flores y esos cardos y los besos de los que habla. Su obra es una defensa de la libertad artística e individual y siempre buscó la igualdad entre el hombre y la mujer. Mantuvo una estrecha relación con otros poetas latinoamericanos de su época, como Gabriela Mistral o Juana de Ibarbourou y, especialmente, con Horacio Quiroga. El mar, que la ayudó a decidir sobre su enfermedad, la acogió y desde entonces podemos imaginarla jugando con caballos marinos entre corales y algas.
EL FONDO DE LA VIDA
Alfonsina Storni ha llegado hasta nosotros envuelta en la leyenda de su suicidio, ocurrido en 1938. Aquella noche eligió una muerte poética, que años después inspiraría la conmovedora canción Alfonsina y el mar, compuesta por Ariel Ramírez y Félix Luna y cantada por varias generaciones de voces de distintos registros. Una canción que embellece aún más a este ser entre frágil y fuerte que rescataba para todos nosotros la primavera, las flores, el modernista color azul, una caricia perdida, un claro de luna, una mirada… Y lo hacía con una libertad expresiva y una sinceridad interna completamente seductoras para los lectores de su época y para los que se han ido subiendo poco a poco a su carro de amor, vida y muerte.
El amor la hace mujer, y como tal habla de él sin regatear espinas ni congoja ni melancolía ni sexo. Alfonsina restituye a la mujer su verdadera edad y sus deseos, se rebela contra esa forma de mutilación psicológica llamada virginidad («Tú me quieres alba…», siguiendo los pasos de «Hombres necios…» de sor Juana Inés de la Cruz) y manifiesta su independencia y libertad ante el «hombre pequeñito». Dice: «Hombre pequeñito, te amé media hora. / No me pidas más». Hay que situarse en la época y pensar en lo difícil que sería para Alfonsina su situación de madre soltera y, sobre todo, mostrarse como su propia dueña ante el mundo. Menos mal que encontró su sitio natural junto a aquellos escritores y artistas entre los que logró hacerse hueco.
Su poesía es tierna y delicada, pero rocosa, como si uno tuviera que arañarse las manos y las rodillas hasta coger esas flores y esos cardos y los besos de los que habla. Escribía como ella era, una mujer sensible, de emociones a flor de piel y nervios quebradizos que la llevaban a pensar al mismo tiempo en la muerte y en las hermosuras de la vida. La misma imagen de una de sus fotos más difundidas resulta desconcertante: pelo rubio y nariz respingona en medio de una cara sonriente de anuncio de cereales para desayunar. ¡Quién diría que dentro hay tanta certidumbre y responsabilidad de la propia soledad! No se encuentran en su poesía reproches a la vida, porque ha tomado conciencia de que la vida es lo que es. Y su vida siempre, a cada instante, está acabando en el mar, como en los clásicos, como en Jorge Manrique, como en Fernández Andrada, en Quevedo y en Machado. Pero este mar de Alfonsina no es un mar simbólico y lejano. Es real y físico, por eso puede que hable de la «carne verde del mar». Está lleno de la belleza que uno puede contemplar cuando pasea por la orilla o desde un acantilado: el agua esmeralda, su frescor, los reflejos del sol, las olas. El mar es tan sensual que dan ganas de fundirse con él. El mar es fuente de vida y nos atrae. En el mar hay peces, flora, rocas, madréporas, corales. El mar puede ser lo más parecido a la vida que no podemos tener, es lo primero y lo último. No hay nada que reprocharle al mar.
Por los retazos de su biografía conocida nos la podemos imaginar intuitiva y voluntariosa a la vez. Seguramente su misma forma de ser la condenó a ser escritora, pero sin ese tipo de bendición terrenal que hace que se crezca en un ambiente próspero, rodeada de libros e intelectuales. Todo lo contrario, la familia de Alfonsina tuvo que emigrar de Suiza, donde ella nació en 1892, a Argentina. Y para ayudar se vio obligada a ponerse a trabajar a los once años, por lo que a los catorce, cuando murió su padre —de carácter depresivo e inclinado a la bebida—, ella ya era una adulta.
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