Resumen del libro:
Los poemas de Las flores del mal despliegan una arquitectura verbal resplandeciente mientras nos introducen en el lado más oscuro de la naturaleza humana, esa raíz maldita que, según Baudelaire, nos alimenta a todos. Desde su primera edición en 1857, este libro «maldito» —ahora nuevamente traducido por el poeta Pedro Provencio— ejerció una enorme influencia en la poesía posromántica y, hasta bien entrado el siglo XX, su trascendencia es equiparable a la del Cancionero de Petrarca en el Renacimiento.
Al lector
La sandez, el error, la ruindad, el pecado,
nos ocupan el alma y desgastan nuestro cuerpo,
y alimentamos nuestros remordimientos complacientes
igual que los mendigos sustentan sus parásitos.
Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos son cobardes;
nos hacemos pagar con generosidad las confesiones,
y volvemos alegres al camino fangoso
creyendo que lavamos nuestras lacras con lágrimas abyectas.
En la almohada del mal es Satán Trismegisto
quien acuna sin prisa nuestra alma encantada,
y el valioso metal de nuestra voluntad
acaba evaporado por ese sabio químico.
¡El Diablo es quien sujeta los hilos que nos mueven!
En cosas repugnantes hallamos atractivos;
cada día descendemos un paso hacia el Infierno
sin horror, a través de tinieblas que hieden.
Igual que un libertino pobre que besa y come
el pecho maltratado de una antigua buscona,
robamos al pasar un placer clandestino
que exprimimos a fondo como una naranja añeja.
Apretado, hormigueante, como un millón de larvas,
retoza en nuestros sesos un pueblo de Demonios,
y cuando respiramos, baja la Muerte a nuestros pulmones
en un río invisible, con sordos lamentos.
Si ni la violación, ni el veneno, ni el puñal ni el incendio
han bordado hasta ahora con sus gratos dibujos
el banal cañamazo de nuestro destino lamentable,
es que nuestra alma, por desgracia, no es lo bastante atrevida.
Pero entre los chacales, las panteras, las perras de presa,
los monos, los escorpiones, los buitres, las serpientes,
los monstruos que gañen, aúllan, gruñen o reptan,
en la casa de fieras infame de nuestros vicios
¡hay uno más feo, más malvado, más inmundo!
Aunque no gesticule ni lance grandes gritos,
haría con mucho gusto de la tierra un despojo
y en un bostezo se tragaría el mundo;
¡es el Hastío! —con los ojos hinchados de un llanto involuntario,
sueña cadalsos mientras fuma su pipa india.
Tú conoces, lector, a ese monstruo exquisito,
¡hipócrita lector —mi doble—, hermano mío!
…