Las campanas no doblan por nadie
Resumen del libro: "Las campanas no doblan por nadie" de Charles Bukowski
Inéditos que nos traen al Bukowski más salvaje y lúbrico. Un recorrido impagable por la trayectoria de un escritor imprescindible. Hank ayuda a un viejo amigo alcohólico a largarse de un hospital; el empleado de un sex shop cuenta anécdotas estrambóticas protagonizadas por algunos clientes, como aquel que debido a sus problemas respiratorios pide que le hinchen una muñeca; un solitario masturbador sueña con que aparezca la mujer de su vida; un tipo es secuestrado por tres mujeres; una chica acude a una entrevista de trabajo en la que le hacen preguntas sobre prácticas sexuales extremas…
UNA CARA AMABLE, COMPRENSIVA
Los padres murieron más jóvenes de lo que se suele morir, el padre primero, la madre poco después. Él no asistió al funeral del padre, pero estuvo en el último. Algunos vecinos lo recordaban de niño y lo consideraban un «buen chico». Otros solo lo recordaban de adulto, en esporádicas estancias de una o dos semanas en casa. Estaba siempre en alguna ciudad lejana, Miami, Nueva York, Atlanta, y su madre decía que era periodista y, cuando llegó la guerra y él no se alistó en el ejército, ella adujo una enfermedad cardiaca. La madre murió en 1947 y él, Ralph, se mudó a la casa y pasó a formar parte del vecindario.
Fue víctima de la atención del barrio, que era decentemente mediocre, formado por propietarios que vivían en sus casas en lugar de inquilinos de alquiler, de modo que uno era más consciente de la permanencia de las cosas. Ralph parecía mayor de lo que debería haber parecido, así que tenía un aspecto bastante cansado. A veces, no obstante, bajo tonos de luz favorables era casi guapo, y el párpado inferior izquierdo se le contraía a veces tras un ojo casi llamativamente iluminado. Hablaba poco y, cuando lo hacía, parecía bromear y luego se marchaba a paso demasiado ligero o con una suerte de contoneo desgarbado, las manos en los bolsillos y los pies planos. La señora Meers dijo que tenía «una cara amable, comprensiva». Otros opinaban que era desdeñoso.
La casa había estado bien cuidada: los arbustos, las extensiones de césped y el interior. El coche desapareció y, poco después, en el jardín de atrás había tres gatitos y dos cachorros. La señora Meers, que vivía al lado, se fijó en que Ralph pasaba mucho tiempo en el garaje retirando telarañas con una escoba. Una vez vio que les daba una araña tullida a las hormigas y se quedaba viendo cómo la hacían pedazos viva. Aquello, más allá del incidente, fue lo que dio rienda suelta a la mayoría de las primeras conversaciones. El otro fue que al bajar la colina se había encontrado con la señora Langley y le había dicho: «Hasta que la gente no aprenda a excretar y copular en público, no serán decentemente salvajes ni cómodamente modernos.» Ralph estaba muy ebrio y se dio por sentado que estaba llorando su pérdida. Además, parecía dedicar más tiempo a los gatitos que a los cachorros, casi como para tocar las narices, y eso, naturalmente, era raro.
Siguió llorando su pérdida. El césped y los arbustos empezaron a amarillear. Recibía visitas, se quedaban hasta las tantas y a veces se las veía por las mañanas. Eran mujeres, mujeres robustas de risa sonora; mujeres muy flacas y desaliñadas, mujeres mayores, mujeres con acentos ingleses, mujeres que una de cada dos palabras que decían hacían referencia al baño o la cama. Poco después había gente día y noche. A veces pasaban días sin que se viera a Ralph. Alguien puso un pato en el jardín trasero. La señora Meers se aficionó a dar de comer a las mascotas y una noche el señor Meers, furioso, conectó su manguera a los grifos de Ralph y le dio un buen remojón a toda la propiedad. Nadie se lo impidió, nadie se dio cuenta siquiera, salvo «un hombre delgado de aspecto horrible» que salió por la puerta mosquitera con un puro en la boca, pasó junto al señor Meers, abrió el incinerador, miró dentro, lo cerró, volvió a pasar junto al señor Meers y se metió en la casa.
A veces, por la noche, se peleaban hombres en el jardín trasero y una vez el señor Roberts (que vivía al otro lado) llamó a la policía, pero para cuando llegaron todo el mundo estaba otra vez dentro de la casa. La policía entró en la casa y se quedó allí un rato. Cuando se marcharon, lo hicieron solos.
…
Charles Bukowski. Escritor americano, fue uno de los autores más influyentes en la literatura americana del siglo XX gracias a su estilo personal, transgresor y cargado de sentimientos en estado puro.
Nacido en Alemania y criado en la ciudad de Los Ángeles, Bukowski estudió periodismo sin llegar a terminar sus estudios. Tras esta etapa comenzó a escribir al tiempo que viajaba por los Estados Unidos realizando todo tipo de trabajos. Fue después de sufrir un colapso debido a una úlcera sangrante que comenzó a escribir poesía. La mayor parte de esta época (años 50) fue descrita por Bukowski en varios de sus relatos autobiográficos.
Durante la década de los 60, Bukowski trabajó como cartero y comenzó a publicar sus escritos en revistas como The Outsider y a colaborar para medios independientes como Open City o Los Ángeles Free Press.
En 1969 decidió dedicarse en exclusiva a la escritura gracias a la confianza mostrada por su editor John Martin. Su primera obra, El Cartero, fue publicada ese mismo año. A esa novela seguirían otras tan famosas como Factótum, Hollywood o Pulp, además de numerosas antologías como La máquina de follar o Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones; también hay que destacar las recopilaciones de sus artículos en prensa como Lo que más me gusta es rascarme los sobacos.
La obra de Bukowski influyó tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo y su obra fue traducida a más de doce idiomas. Su vida inspiró la película Ordinaria locura y también Barfly, cuyo guión fue escrito por el propio autor.
Charles Bukowski murió en San Pedro el 9 de marzo de 1994.