Las barbas del profeta

Resumen del libro: "Las barbas del profeta" de

Eduardo Mendoza, reconocido escritor español, nos brinda un viaje literario en su obra inédita “Las Barbas del Profeta”, donde hace un recorrido por pasajes bíblicos y mitológicos que marcaron su infancia y su visión del mundo. Influenciado por sus estudios de Historia Sagrada durante la posguerra española, Mendoza revela cómo estos relatos bíblicos despertaron su fascinación por la palabra escrita y la distinción entre lo real y lo imaginario, siendo para él la primera exposición a la verdadera literatura.

A través de las páginas de “Las Barbas del Profeta”, Mendoza nos sumerge en un universo donde se entrelazan la ficción y la realidad, explorando pasajes emblemáticos como la tentación de Eva por la serpiente, la expulsión de Adán y Eva del paraíso, la tragedia de Caín y Abel, o el sacrificio de Isaac, entre otros. Con maestría narrativa, el autor reflexiona sobre la presencia de ángeles, la creencia y la incredulidad, la moral y la ética, así como el tratamiento artístico de estos temas a lo largo de la historia.

Mediante una prosa ágil y envolvente, Mendoza nos invita a redescubrir los relatos bíblicos y mitológicos desde una mirada contemporánea, enriquecida por su propia experiencia y su profundo conocimiento de la literatura. “Las Barbas del Profeta” se erige así como un tributo personal del autor a sus raíces, explorando los mitos fundacionales que han moldeado la sociedad y la cultura occidental.

Con esta obra, Eduardo Mendoza reafirma su lugar como uno de los escritores más destacados de la literatura española contemporánea, ofreciendo a sus lectores una experiencia única que fusiona la erudición con la imaginación, y que invita a reflexionar sobre la trascendencia de los relatos ancestrales en el mundo moderno. “Las Barbas del Profeta” no solo es un testimonio literario, sino también un viaje emocionante a través de la historia y la imaginación, que deja una profunda huella en aquellos que se aventuran en sus páginas.

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Introducción

Fantasía y ficción

SIEMPRE QUE ME preguntan cuáles han sido las lecturas o los autores que más han influido en mi carrera literaria respondo sin vacilar que las lecturas infantiles, a menudo anónimas o de autores apenas identificados, fácilmente olvidados. En estas lecturas minúsculas, por fuerza simples y candorosas, adquirí la fascinación por la palabra escrita y a través de ellas penetré en el mundo de la ficción, en el que he habitado felizmente desde entonces. Quien lea esto puede pensar que me he evadido de la realidad para vivir en un mundo imaginario. Puede ser, pero quisiera pensar lo contrario. No hay que confundir ficción con fantasía. La fantasía no depende de la invención. Es parte de la naturaleza humana, tanto de los que leen como de los que no. Existe en forma de sueño, de temores, de ilusiones, de esperanzas y de elucubraciones. La ficción selecciona y estructura las fantasías y las encuadra, bien que mal, en nuestra contradictoria y confusa realidad.

Mi afición por las obras de ficción y mi deseo de crear una ficción propia semejante a la que antes habían creado otros para mi deleite, se formó en una época en la que era ignorante y maleable, como todos los niños. En mi formación intervino menos el gusto que las circunstancias, y solo parcialmente el azar.

En muchas ocasiones, quizá constantemente, he tratado de revivir aquellos primeros viajes por el mundo de la ficción.

No he buscado las lecturas que recuerdo haber hecho. En muchos casos habría podido encontrarlas con facilidad en librerías de viejo o en bibliotecas públicas y privadas, pero el resultado habría sido decepcionante, como han demostrado algunos casos fortuitos. Lo que sí he tratado de recuperar es la memoria de lo que en su momento representaron aquellas lecturas. Refiriéndose a este mismo asunto, Proust habla de unas lecturas infantiles, que eran, dice, tan rudimentarias como su imaginación. Así tenían que ser. Pero fueron estas lecturas las que a mí me iniciaron en el mundo de la ficción y las que me enseñaron a distinguir entre lo imaginario y lo real, si por real entendemos el escuálido mundo material que nos limita.

Apenas tenía uso de razón cuando ingresé en una escuela infantil donde me sentaron en un pupitre del que no me levanté hasta que fui a la universidad. Exagero, pero no mucho. En aquella época el horario escolar ocupaba todas las horas del día, salvo las destinadas al sueño y poco más; los días de fiesta eran contados, y durante las horas lectivas, se trataba a los niños como si fueran adultos. Con tediosa regularidad se nos impartían unas materias que debíamos aprender porque para eso estábamos allí. Estas materias eran variadas, pero todas se nos presentaban en su aspecto menos atractivo. Incluso la asignatura denominada Lengua y Literatura, por la que debería haber sentido una inclinación especial, consistía en un tratado de convenciones retóricas y un listado de autores y obras, apenas aliviado por un soneto ininteligible o un fragmento de prosa aparentemente elegido por su perfección formal y su falta de encanto. No digo que este conocimiento no sea útil e incluso necesario. En mi opinión, el abandono de las humanidades en los planes de estudio causa un mal irreparable a los estudiantes que ellos y la sociedad pagarán con creces si no lo están pagando ya. Tampoco digo que los fragmentos de fray Luis de León o de Azorín no tuvieran la más alta calidad literaria. Lo que digo es que en esta compañía las horas transcurrían con lentitud de plomo.

La única excepción escolar a esta monotonía, al menos en mi recuerdo, lo constituía una materia perfectamente excéntrica, cuya legitimidad nadie podía poner en tela de juicio, pero cuyo sentido nadie habría sabido explicar si se lo hubieran preguntado. Era la Historia Sagrada. Habría sido impensable que una enseñanza religiosa, como la que entonces se impartía en España en un elevado porcentaje, no incluyera el estudio de las Sagradas Escrituras. Pero lo cierto es que estas Escrituras resultaban más extrañas a quien debía enseñarlas que a quienes las recibíamos.

“Las Barbas del Profeta” de Eduardo Mendoza

Eduardo Mendoza. Autor español, cursó estudios de Derecho en Barcelona, completando, posteriormente, su formación en Londres, donde se especializó en Sociología. Tras trabajar en el sector bancario, Mendoza decidió trasladarse a Nueva York, donde fue traductor en la ONU. En 1975, todavía en Estados Unidos, vio la luz su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta, obra con la que logró un gran éxito entre los círculos intelectuales estadounidenses, recibiendo el Premio de la Crítica.

Su segunda novela, El misterio de la cripta embrujada, apareció en 1979, mostrando ya ese estilo tan peculiar de Mendoza en el que mezcla elementos propios de varios géneros -como la novela gótica, la ciencia ficción o la novela negra-, junto con un particular sentido del humor, la sátira y la parodia, como ha repetido en varias ocasiones posteriores, como en Sin noticias de Gurb (1991), publicada por entregas en El País.

Regresa a Barcelona en el año 1983 donde su principal oficio sigue siendo el de traductor simultáneo en organismos internacionales en Ginebra y otras ciudades. En 1995, Mendoza ejerció la docencia en la Universidad Pompeu Fabra, donde impartió clases sobre traducción. Además, es un colaborador habitual de numerosos medios de comunicación, como El País, donde ha mantenido una columna durante años. Varias de sus obras han sido adaptadas al cine con gran éxito, como La ciudad de los prodigios (1986) o El año del diluvio (1992).

Su personaje principal, interno de un manicomio y adicto a la Pepsi, que había surgido en La verdad sobre el Caso Savolta (1975), reaparece en otras obras suyas como El laberinto de las aceitunas (1982), La aventura del tocador de señoras (2001), El enredo de la bolsa y la vida (2012) y El secreto de la modelo extraviada (2015), sirviendo de vínculo en éstas.

En 2010 resultó ganador del Planeta, el premio mejor dotado en lengua española, por su novela Riña de gatos, y en 2015 recibió el Premio Kafka, uno de los más prestigiosos de Europa, siendo el primer español en recibir dicho galardón. En 2016 fue galardonado con el Premio Cervantes.