Resumen del libro:
Bob Singleton, típico aventurero del siglo XVIII, corrió aventuras para llenar un libro: fue raptado de niño, se embarcó muy joven, participó en un motín, atravesó África, se enriqueció, se arruinó, se hizo pirata, recorrió mares e islas desde las Canarias a las Indias Occidentales y desde el cabo de Buena Esperanza a las Orientales, y no hubo barco que surcara el mar sin sufrir el acoso del pirata. Pero Defoe, pragmático hasta en las cosas del espíritu, le envía en alta mar un rayo providencial que le hace reflexionar sobre su vida y su destino. Curiosa pirueta final que, como ha escrito Próspero Marchesini, ilumina con singular eficacia la mentalidad de un país y de un siglo.
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Es habitual que los grandes personajes, cuyas vidas han sido notables y cuyas acciones merecen pasar a la posteridad, insistan mucho en sus orígenes y ofrezcan una relación completa de su familia y de la historia de sus antepasados. Para ser igualmente metódico, procederé de la misma manera, si bien no puedo remontarme muy atrás en el árbol genealógico, como se verá en seguida.
Si he de creer a la mujer que me enseñaron a llamar madre, yo era un niño de unos dos años de edad, muy bien vestido, que su niñera sacó a pasear un día por la campiña en las cercanías de Islington. Supuestamente, la niñera desea que el infante respire aire fresco; la acompaña en este paseo una niña de unos doce o catorce años de edad que vive en el barrio. La doncella, ya sea por casualidad o por estar citada, se encuentra con su novio —supongo—, que la conduce a una taberna para invitarla a algo de beber y a un pastelillo, y mientras ellos se divierten en el interior, la niña juega conmigo en el jardín o, desde la puerta, me mira de cuando en cuando, sin imaginar que pueda existir peligro alguno.
Se presenta en ese momento una de esas personas que, según parece, se dedicaban a raptar niños pequeños. Ese diabólico oficio estaba bastante difundido en aquellos tiempos y era practicado especialmente en zonas frecuentadas por niños pequeños muy bien vestidos, o por niños más grandes, que eran vendidos para trabajar en las plantaciones.
La mujer que acaba de llegar me coge en sus brazos, me besa, juega conmigo simulando gran afecto, y poco a poco nos va alejando, a la niña y a mí, de la taberna. Entonces, con palabras persuasivas convence a la niña de que regrese a buscar a la niñera y le diga dónde se halla ella con el pequeño, y asimismo le explique que una dama principal está encantada con él, mimándolo, pero que no hay, ni mucho menos, motivo de alarma, pues no se moverá de donde está. Y de este modo, mientras la niña cumple el recado, me lleva muy lejos de allí.
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