Las aventuras de Robin Hood

Resumen del libro: "Las aventuras de Robin Hood" de

En “Las Aventuras de Robin Hood,” Roger Lancelyn Green, el hábil artífice de la palabra, nos sumerge en el cautivador universo de Sherwood. Este clásico atemporal, forjado por Green en 1956, despliega la épica historia del paladín de los pobres, Robin Hood, quien desafía la opresión del príncipe Juan y el corregidor de Nottingham. Acompañado por su leal banda de forajidos, el astuto ladrón se refugia en el frondoso bosque, urdiendo ingeniosos planes para socorrer a los desfavorecidos y eludir a sus perseguidores.

Lancelyn Green, erudito y maestro tejedor de relatos, conjuga las voces de viejos romances, baladas y obras de teatro, entre ellas las de Noyes, Tennyson, Peacock, Scott y Greene. Su habilidad para fusionar diversas tradiciones literarias da vida a un mosaico literario que se erige como piedra angular de la mejor literatura clásica. La narrativa, rica en detalles y envuelta en la magia de Sherwood, transporta al lector a los senderos polvorientos y secretos del bosque, donde la astucia de Robin Hood y sus hazañas heroicas cobran vida con una frescura que trasciende el tiempo.

En este libro, Lancelyn Green despliega su virtuosismo al rescatar las esencias de distintas épocas y entrelazarlas en una obra que no solo encanta con la arquería justiciera de Robin Hood, sino que también revela la maestría del autor al conjugar tradiciones literarias en un tejido narrativo irresistible. Un viaje literario inolvidable que captura la esencia de la épica y consagra a Roger Lancelyn Green como un artista de la pluma, cuya obra perdura como un tesoro en el vasto bosque de la literatura clásica.

Libro Impreso EPUB

Para «Buss» (la señorita A. L. Mansfield) en recuerdo de Robin Hood y de tantas otras funciones de fin de curso en Knockaloe, Poulton y Lane End

Nota del autor sobre sus fuentes

Realizar una adaptación de las aventuras de Robin Hood es algo muy distinto que sentarse a escribir sobre el rey Arturo y sus caballeros. Podríamos llenar toda una librería con los poemas y romances artúricos, aunque tomáramos a Malory como el último de ellos, y en esa librería encontraríamos algunas de las grandes obras de la literatura mundial, en varios idiomas.

Robin Hood no tuvo su Malory, y ha contado con escasos poetas. La lista de lo que podemos denominar literatura robiniana original está formada en su práctica totalidad por un poema tardomedieval rimado, A Lytell Geste of Robyn Hode [Un humilde cantar de Robin Hood], que es una colección de romances que, en la mayoría de los casos, son ripios de lo más simple y en otros podrían llegar a ser hasta del siglo XVIII, además de una versión en prosa de varios de esos romances y dos obras teatrales de Anthony Munday —contemporáneo de Shakespeare— tituladas The Downfall of Robert Earl of Huntingdon [La caída de Robert, conde de Huntingdon] y The Death of Robert Earl of Huntingdon [La muerte de Robert, conde de Huntingdon]. Para completar nuestras fuentes basta con que añadamos varios extractos breves de algunas obras medievales populares que se limitan a seguir los romances existentes, una breve aparición en la obra de Robert Greene George-a-Greene the Pinner of Wakefield [George-a-Greene, el mayoral de Wakefield] y en la novela de caballerías que es su perfecto paralelo, y una aparición algo más sustancial en la obra pastoral inconclusa de Ben Johnson The Sad Shepherd [El pastor triste].

Robin Hood hizo acto de presencia en la verdadera literatura después de la recopilación y reimpresión de los romances, novelas de caballerías y obras teatrales que hizo Joseph Ritson a finales del siglo XVIII, y, aun así, tuvo la mejor de sus expresiones como un personaje menor, tal y como reconocerá todo lector de Ivanhoe. El grueso de esos romances, sin perder de vista el trasfondo dramático, ofreció a Thomas Love Peacock el esquema para el mejor relato en prosa sobre Robin Hood escrito hasta entonces, su Maid Marian [La doncella Marian] (1822), y las mismas fuentes (a las que Peacock y Scott también aportaron algo) dieron lugar a la obra de Tennyson The Foresters [Los hombres del bosque] de 1881, una agradable reordenación de los materiales de antaño, pero sin nada especial que destacar en el aspecto poético ni tampoco en el dramático. Al siglo XX le correspondió el ofrecernos la mejor obra poética escrita hasta entonces con Robin como protagonista, el Robin Hood de Alfred Noyes (1926, representada ese mismo año).

Por supuesto que ha habido otras muchas contribuciones menores a la literatura de Robin Hood en forma de obras de teatro, óperas y relatos de aventuras, pero, con diferencia, el mayor número de libros sobre él a lo largo de los últimos cien años consiste en diversas formas de adaptación de las antiguas leyendas, y ninguno de ellos ha logrado hacerse un hueco permanente en la estantería reservada para El libro azul de los cuentos de hadas de Andrew Lang, Los héroes de Charles Kingsley y los Cuentos de Tanglewood de Nathaniel Hawthorne.

Mi libro se basa de principio a fin en fuentes autorizadas, y esa autoridad no se reduce a Munday o a los romances. Estos han sido el elemento básico de mi estructura, pero en ciertos lugares he buscado la ayuda de otras fuentes literarias posteriores: Noyes y Tennyson además de Peacock y Scott o Johnson y Greene. El uso que he dado a todas mis fuentes se ha centrado en el esquema de los relatos, aunque los diálogos son adaptaciones de los romances allá donde era posible: en ocasiones a partir de las primeras obras de teatro, en unos pocos casos a partir de Peacock y en otro muy obvio a partir de Scott.

Mis primeros cuatro capítulos muestran quizá el ejemplo más variado de este método del mosaico literario. Los capítulos del cinco al quince siguen casi por entero el Lytell Geste y los romances, si bien con una selección y un cierto grado de refundición y reagrupamiento. El capítulo dieciséis utiliza dos escenas de George-a-Greene; el capítulo diecisiete combina un romance con un capítulo de Peacock; el dieciocho está basado en The Sad Shepherd (aunque con mi propio final, ya que me parecía inadecuado el que hizo F. G. Waldron en el siglo XVIII: solo es de Waldron el canto final). El capítulo diecinueve combina dos romances y el veinte bebe de Ivanhoe con ligeras variaciones para que cuadre con mi esquema general. El veintiuno es fundamentalmente un romance, pero aquí convergen todas las fuentes autorizadas: podemos encontrar frases casi idénticas en las diversas descripciones de este mismo incidente en Scott, Peacock, Tennyson y Noyes. El veintidós utiliza el romance de «Robin Hood y el monje», tal vez el mejor de todos los que obtienen la consideración de poesía, y un incidente que figura en Noyes. Mientras que los dos últimos capítulos son puro romance, la Muerte de Robin da la única nota de patetismo o de tragedia en toda la literatura más antigua sobe el tema. El prólogo y el epílogo siguen también los romances, aunque el segundo lo hace con cierta distancia y con su cierta licencia. Los cantos son de Peacock, Tennyson y fuentes medievales.

En cuanto a la ambientación, he seguido a la mayoría de los autores y tradiciones al escoger el reinado de Ricardo I de Inglaterra, pero la historia —no debemos olvidar— es «legendaria», y no me ha parecido que la precisión en el detalle del contexto sea de ayuda para el relato. Los romances no prestan atención de ninguna clase al escenario histórico, y algunos sitúan a Robin en el reinado de Ricardo I, otros en el de uno de los Eduardos, y algunos incluso en el de Enrique VIII. La precisión geográfica tampoco tiene lugar ninguno en el romancero: Robin puede huir de Nottingham a pie por la mañana y estar en Lancashire esa misma tarde, mientras que ninguno de los autores de los romances se molesta en preguntarse qué pinta el obispo de Hereford en el bosque de Sherwood. He corregido algunos de los errores más burdos, igual que he reducido algunos de los lanzamientos de récord de Robin con arco y flecha a una distancia a su alcance, al menos por mera probabilidad.

«Muchos hablan de Robin Hood sin haber disparado un arco en su vida», cuenta el viejo dicho: yo he vivido con él al menos en el bosque de Sherwood de las novelas de caballerías y lo he traído de vuelta en lo que confío sea un relato veraz sobre su vida y sus andanzas. La de Robin Hood es una historia que jamás morirá ni dejará de prender la chispa de la imaginación. Como los cuentos de hadas de antaño, se ha de contar una y otra vez, ya que —igual que ellos— está teñido de encanto, y pocos son los que no caerán bajo su hechizo:

Su llamada, la misma de siempre, remota y débil parece,
en Sherwood, en Sherwood, con los albores cuando amanece.

ROGER LANCELYN GREEN

Reinado del rey Ricardo I…

Había en estos tiempos muchos Ladrones y Forajidos, y entre ellos bandidos de renombre como Robert Hood y Little John, que continuaban en los bosques saqueando y robando a los ricos. A ninguno mataban, sino que los asediaban, por ejemplo, o lo conseguían por resistencia a la defensa de aquellos.

El susodicho Robert mantenía con sus saqueos y robos a un centenar de hombres, altos y buenos arqueros, a los cuales ni cuatrocientos soldados —jamás igualarían sus fuerzas— se atreverían a desafiar. No soportaba ver a la mujer oprimida, violada o de otro modo importunada; a los pobres repartía bienes y los aliviaba en abundancia con cuanto botín robaba de abadías y casas de ricos hacendados; aquellos acusados por el Corregidor de su rapiña y su robo afirmaban que ese hombre era el príncipe de los ladrones, y el más amable de todos ellos…

JOHN STOW, Anales de Inglaterra (1580)

“Las Aventuras de Robin Hood” de Roger Lancelyn Green

Roger Lancelyn Green. (1918-1997), la pluma que danzó entre los mitos y leyendas, fue un maestro tejedor de historias británico. Bajo la tutela de C. S. Lewis en el Merton College de Oxford, forjó su licenciatura en Letras, revelándose como un erudito de la literatura infantil.

Este prolífico escritor desplegó su magia en nuevas versiones de mitos griegos, cuentos del Antiguo Egipto, epopeyas nórdicas y las leyendas del Rey Arturo y Robin Hood. En su paleta literaria, fusionó la nostalgia con la frescura de sus reinterpretaciones, cautivando a jóvenes y adultos por igual.

Lancelyn Green no solo fue un creador de mundos mágicos, sino también un biógrafo consumado. Desde las vidas de J. M. Barrie y Andrew Lang hasta la monumental biografía de C. S. Lewis, coescrita con Walter Hooper, sus obras resonaron en los corazones de los lectores. Su compromiso fue reconocido con el prestigioso Mythopoeic Scholarship Award en 1975.

Amante de Lewis Carroll, Green exploró el laberinto de la vida y obra del autor de "Alicia en el País de las Maravillas". No solo desentrañó sus diarios, sino que también fundó la Lewis Carroll Society, dejando una huella indeleble en la comprensión del genio creativo de Carroll.

Actor ocasional, Deputy Librarian en Merton College y William Nobel Research Fellow en la Universidad de Liverpool, Lancelyn Green fue un alma inquieta en el círculo literario de los Inklings, donde la magia literaria fluía entre mentes afines. Su legado, transmitido a través de su hijo, el escritor Richard Lancelyn Green, sigue encantando a aquellos que se sumergen en sus relatos y biografías.