Resumen del libro:
Este pequeño libro es un tesoro para el lector entusiasta de Virginia Woolf. Es la primera vez que se publican estas dos obras cortas escritas por la autora entre los 10 y los 13 años y son dos textos notables y sofisticados para una niña de esa edad. Ambas obras son consideradas como su primera novela. Relatan la historia de una joven pareja cockney (habitantes de los bajos fondos del East End londinense), que de repente se traslada al campo. Compran una granja, pero, debido a la ignorancia y la inexperiencia en el mundo rural, los problemas no paran de crecer, dando lugar a divertidas dificultades.
EL CÍRCULO SIEMPRE SE CIERRA
Novelas, ensayos, relatos cortos, biografías, teatro, cartas y diarios. Virginia Woolf enriqueció el panorama literario no sólo de su época sino también de todas las venideras. En 1905 comenzó a escribir de forma profesional y publicó su primera novela en 1915. La última se publicaría de forma póstuma el mismo año de su muerte. Virginia Woolf era la literatura hecha carne. Así lo atestigua la historia y sus creaciones. Desmenuzó lo que existía hasta entonces y le dio un nuevo cuerpo, una nueva visión, otra vida más salvaje, más atrevida, más valiente. Virginia Woolf nunca se conformó, en ningún aspecto de su vida: ni en sus libros ni en su diarios ni en las cartas ni en su amor ni en su enfermedad. Siempre fue un paso más allá. Era capaz de escribir poesía en prosa, era capaz de adherirse al canon literario de la época y escribir una novela acorde a lo que se esperaba de ella, y también era capaz de salirse del guión y escribir Orlando, la más impresionante carta de amor jamás escrita. No conocía límites.
Virginia Stephen comenzó a escribir, oficialmente, a los nueve años, en el «periódico» que sus hermanos y ella habían creado, Hyde Park Gate News, y en el que recopilaban todos los acontecimientos que tenían lugar dentro del núcleo familiar, desde los más relevantes hasta los más absurdos, siempre con un toque de humor y una pizca de sarcasmo. Entre las noticias también había espacio para las creaciones literarias. Así, el 22 de agosto de 1892, el periódico de los Stephen «publicó» un relato corto orquestado, en principio, por Virginia y Thoby: Las aventuras agrícolas de un cockney. En el capítulo dos de la primera parte, sin embargo, queda claro que es Virginia la que ha tomado las riendas del relato. En él reconocemos algunas de las características que terminarían por ser santo y seña de Virginia pero también descubrimos un alma un tanto desconocida, sorprendente y risueña, que dista mucho de la imagen que se ha tenido de ella durante años. En este relato no es Woolf, es Stephen. Es una niña que, de nuevo, se sale de la norma y del mundo que la rodea para explorar lo que, parece, no está a su alcance, lo que nadie más ve o, quizás, lo que pocos pondrían por escrito. Sorprende la ironía, que tan fino hila, a lo largo de todo el relato; sorprende la capacidad de moverse como pez en el agua entre las escenas, la capacidad para construir la tensión al final de cada capítulo; sorprende el vocabulario utilizado, los conocimientos literarios, lo divertido que le resultó escribirlo. Nos sorprende, quizás, descubrir que Virginia, al menos durante un período de tiempo, fue una niña, y que fue feliz.
El relato, sin duda, marcó el comienzo de una producción tan prolífica como exitosa. En las páginas de ese diario de noticias se forjó la Virginia Woolf que conocemos. Por eso estos dos relatos son tan importantes, porque no son los intentos de un niño cualquiera por crear algo excepcional. Son el reflejo de una mente que sentía pasión por las letras, que se precipitó, aun sin conocer los riesgos, al abismo de las palabras. «Palabras, palabras, palabras», decía Shakespeare, a quien Virginia ya conocía cuando escribió Las aventuras agrícolas de un cockney. Es obvio que en aquella niña existía una necesidad de escribirlo todo, de recordarlo todo, como si se anticipase al futuro: si lo escribes, parecía decirse, no existe despedida, la vida permanece. Porque ésa es una de las características principales de Virginia: la necesidad de sobrevivir a través de la literatura.
No casa, al menos no del todo, la imagen de Virginia Woolf con la que descubrimos en estos relatos; la vida aún no la ha convertido en la pálida figura al fondo de la estancia que, con un cigarro entre los dedos, desentraña la naturaleza, los miedos y los secretos del ser humano en miles de frases letales. Aquí está esa niña que aparece mirando al cielo en una fotografía; esa niña cuya mirada, aún, pertenece a una niña. Pero no os equivoquéis: Virginia Woolf siempre fue Virginia Stephen, la de estos relatos, la de aquellas noticias en el periódico familiar. Esa niña que dio vida a la gran escritora que conocemos está en todas y cada una de sus creaciones: en La señora Dalloway, en Noche y día, en Al faro; está en sus cartas y, sobre todo, en sus diarios. Sólo hay que saber buscarla.
La propia Virginia Woolf dijo en una ocasión: «Deseaba escribir sobre la muerte pero la vida se me cruzó en el camino, como siempre». Entiendo, o
quiero entender, que lo que deseaba era salvar, por qué no, a aquella niña que trazó estos relatos, porque, como decía aquél, si no la salvaba no podría salvarse ella. Y porque Las aventuras agrícolas de un cockney son vida, alegría, diversión en estado puro. Nunca Virginia Woolf fue tan libre.
AINIZE SALABERRY
Enero de 2017
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