Resumen del libro:
Este volumen presenta tres relatos protagonizados por el excéntrico personaje del profesor Challenger. En “La zona envenenada”, el profesor congrega en su casa a sus amigos más próximos, instándoles a traer consigo una botella de oxígeno. Estos quedan sorprendidos por la petición hasta que el profesor les comunica la amenaza que se cierne sobre la Tierra: la atmósfera terrestre va a verse envuelta en una especie de nube tóxica que acabará con la humanidad. Todos se encierran en una habitación con el oxígeno, dispuestos a aguantar sin esperanzas sus últimas horas de vida. Pero al cabo de unas horas descubren que la nube ha desaparecido…
I
El desdibujamiento de las líneas
Es imprescindible que transcriba de inmediato estos asombrosos acontecimientos, ahora que todavía permanecen vivos en mi memoria, con la exactitud de detalles que el tiempo podría borrar. Pero, incluso mientras escribo, me abruma el hecho milagroso de que haya sido precisamente a nuestro reducido grupo de El mundo perdido —el profesor Challenger, el profesor Summerlee, lord John Roxton y yo mismo— el haber tenido que experimentar esta pasmosa experiencia.
Cuando hace algunos años describí en la Daily Gazette nuestro viaje a Sudamérica —una aventura que hizo época—, poco podía yo imaginar que también me tocaría relatar una experiencia personal aún más extraña; una experiencia única en todos los anales de la humanidad y que sobresaldrá en los registros de la historia como una imponente cumbre entre las humildes estribaciones circundantes. Aunque el acontecimiento en sí mismo siempre se considerará maravilloso, las circunstancias que nos reunieron a los cuatro en el momento en que se produjo este extraordinario episodio no pudieron ser más naturales y en todo punto inevitables. Explicaré los acontecimientos que lo provocaron con la mayor brevedad y claridad posibles, aunque soy perfectamente consciente de que cuanta mayor sea la riqueza de detalles tanto más será el beneplácito del lector, puesto que la curiosidad pública ha sido y sigue siendo insaciable.
Fue un viernes 27 de agosto, fecha por siempre memorable en la historia del mundo, cuando me acerqué a las oficinas de mi periódico para pedirle tres días de permiso al señor McArdle, que seguía dirigiendo nuestra sección de actualidad. El buen escocés sacudió la cabeza, se rascó el menguado flequillo de pelusa rojiza, y finalmente expresó su negativa con palabras:
—Estaba pensando, señor Malone, que sus servicios nos serían especialmente provechosos en estos días. Estaba pensando en que hay una crónica que solamente usted podría hacer como es debido.
—Lo siento —dije yo, haciendo un esfuerzo por ocultar mi desilusión—. Naturalmente, si se me necesita, no se hable más del asunto. Pero se trata de un compromiso importante y muy personal. Si me pudieran excusar…
—Bueno, no creo que podamos.
…