La vida está en otra parte
Resumen del libro: "La vida está en otra parte" de Milan Kundera
La vida está en otra parte es una novela del escritor checo Milan Kundera publicada en 1969. En ella se narra la historia de Jaromil, un joven poeta que vive en la Checoslovaquia comunista antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. La novela explora los temas del amor, la muerte, la soledad, la creatividad y la política a través de la vida de Jaromil y su relación con su madre, sus amantes y el régimen.
La novela se divide en siete partes, cada una con un título que hace referencia a un aspecto de la vida de Jaromil. La primera parte se llama “El poeta nace” y cuenta el nacimiento y la infancia de Jaromil, marcados por la sobreprotección de su madre y su fascinación por Rimbaud. La segunda parte se llama “El poeta crece” y narra la adolescencia de Jaromil, su iniciación sexual con una chica hermosa pero fría y su descubrimiento de la poesía como una forma de expresión y rebeldía. La tercera parte se llama “El poeta se enamora” y describe el primer amor de Jaromil con una joven estudiante llamada Magda, que lo rechaza por su inmadurez y su falta de compromiso. La cuarta parte se llama “El poeta escribe” y muestra el desarrollo literario de Jaromil, su búsqueda de un estilo propio y su participación en los círculos culturales del comunismo. La quinta parte se llama “El poeta muere” y relata el final trágico de Jaromil, que muere a manos de la policía secreta por haber denunciado a una amiga disidente. La sexta parte se llama “El poeta vive” y presenta una serie de episodios imaginarios protagonizados por Xavier, el alter ego de Jaromil, que vive aventuras fantásticas y eróticas en un mundo sin límites. La séptima parte se llama “El poeta resucita” y consiste en un epílogo en el que el narrador reflexiona sobre el significado de la vida y la obra de Jaromil.
La novela es una crítica irónica y lúcida a la figura del poeta como héroe romántico y revolucionario, que se enfrenta a las contradicciones entre el arte y la realidad, entre el idealismo y el conformismo, entre el individualismo y el colectivismo. Kundera utiliza un tono humorístico y sarcástico para retratar las debilidades y las ilusiones de Jaromil, que representa a una generación de intelectuales que se dejaron seducir por el comunismo sin cuestionar sus consecuencias. Al mismo tiempo, la novela es una reflexión sobre el papel del escritor en la sociedad, sobre la relación entre la literatura y la historia, sobre la función del lenguaje y la imaginación en la construcción de la identidad.
PRIMERA PARTE O EL POETA NACE
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Cuando la madre del poeta se preguntaba en qué lugar había sido concebido el poeta, sólo cabían tres posibilidades: un banco de un parque nocturno, una tarde en casa de un amigo del padre del poeta, o una mañana en un romántico paraje junto a Praga.
Cuando se formulaba la misma pregunta, el padre del poeta llegaba a la conclusión de que el poeta había sido concebido en casa de su amigo, porque aquel día había tenido muy mala suerte. La madre del poeta no quería ir a casa de su amigo, se enfadaron dos veces, se reconciliaron dos veces. Cuando estaban haciendo el amor alguien abrió la puerta en la casa de al lado, la madre se asustó, dejaron de hacer el amor y terminaron de hacerlo más tarde con un nerviosismo compartido al que el padre achacaba la culpa de la concepción del poeta.
Pero la madre del poeta no admitía en absoluto la posibilidad de que el poeta hubiera sido concebido en una casa ajena (estaba desordenada, con el desorden típico de los solterones, y a la madre le daba vergüenza aquella cama a medio hacer, sobre cuya sábana yacía un pijama ajeno arrugado) y rechazaba también la posibilidad de que hubiese sido concebido en el banco del parque, donde había aceptado hacer el amor de mala gana y a disgusto, porque le asqueaba que precisamente en esos bancos hicieran el amor en el parque las putas. Por eso sabía perfectamente que el poeta sólo podía haber sido concebido aquella soleada mañana de verano tras la gran roca que, al lado de otras, sobresale patéticamente en el valle al que suelen ir a pasear el domingo los praguenses.
Este escenario es el adecuado para la concepción del poeta por muchas razones: bañado por el sol del mediodía es escenario de luz, no de sombras; de día y no de noche; es un sitio en medio de un ambiente natural abierto, sitio por tanto de vuelo y alas; además, aunque está un tanto cerca de los últimos edificios de la ciudad, es un paisaje romántico, lleno de pedruscos que emergen de un terreno salvajemente modelado. Todo esto le parecía una imagen elocuente de sus anteriores vivencias. ¿No había sido su gran amor por el padre del poeta una rebelión romántica contra el carácter prosaico y conservador de sus propios padres? El valor con que ella, hija de un rico comerciante, había elegido precisamente a un pobre ingeniero que acababa de terminar su carrera, ¿no tenía un íntimo parecido con aquel paisaje indómito?
La madre del poeta había vivido entonces un gran amor, y nada puede cambiar el desengaño que llegó sólo dos semanas después de aquella hermosa mañana tras la roca. En efecto: cuando alegremente emocionada anunció a su amante que hacía ya varios días que no llegaba la indisposición íntima que todos los meses le amargaba la vida, el ingeniero, con una indiferencia hiriente (aunque a nuestro juicio fingida e insegura) afirmó que se trataría seguramente de un insignificante fallo del ciclo vital que, con seguridad, no tardaría en volver a su benéfico ritmo. La mamá intuyó que su amante no quería participar en sus esperanzas y alegrías, se ofendió y no volvió a dirigirle la palabra hasta que el médico le comunicó que estaba embarazada. El padre del poeta dijo que tenía un amigo ginecólogo que la libraría con discreción de sus preocupaciones y la madre se echó a llorar. ¡Conmovedor final de sus rebeliones! Primero se había rebelado contra sus padres en nombre del joven ingeniero y luego huyó en busca de sus padres, en demanda de ayuda contra él. Y los padres no la decepcionaron; se reunieron con él y le hablaron con sinceridad y el ingeniero, comprendiendo quizá que no tenía escapatoria, no puso reparos a celebrar una boda por todo lo alto y aceptó sin protestar una buena dote que le permitió montar su propia empresa constructora; sus pertenencias, que cabían en dos maletas, las trasladó a la casa en la que su joven esposa vivía con su familia desde que nació.
Pero la rápida rendición del ingeniero no pudo ocultar a la madre del poeta que la aventura a la que se había lanzado con una inconsciencia que le había parecido maravillosa, no era el gran amor compartido al que ella, en su opinión, tenía derecho. El padre poseía dos prósperas droguerías en Praga y la hija era partidaria de las cuentas claras; si ella lo había puesto todo en su empresa amorosa (¡estuvo incluso dispuesta a traicionar a sus propios padres y a aquella tranquila casa!) quería que la otra parte ingresara en la caja común igual cantidad de sentimientos. En su pretensión de rectificar ahora la injusticia, quería sacar de la caja de los sentimientos lo que había puesto en ella y le ofrecía al marido, después de la boda, un rostro altivo y severo.
Hacía poco que había partido de la casa familiar la hermana de la madre del poeta (se casó y alquiló un apartamento en el centro de la ciudad) de modo que el viejo comerciante y su mujer se habían reservado las habitaciones de la planta baja mientras el ingeniero y su mujer pudieron alojarse en el piso superior, en tres habitaciones, dos grandes y una pequeña, equipadas tal como las había dispuesto hacía veinte años el padre de la joven esposa, al construir la casa. Al ingeniero le vino bien, hasta cierto punto, encontrarse con que el hogar que le daban estaba ya instalado, pues no poseía más bienes que el contenido de las mencionadas maletas; sin embargo, se atrevió a sugerir algunos pequeños cambios que modificaran el aspecto de las habitaciones. Pero la madre del poeta no estaba dispuesta a permitir que quien la había querido poner bajo el bisturí del ginecólogo pudiera alterar el viejo orden de la decoración, que contenía el espíritu de sus padres, muchos años de dulce costumbre, confianza y seguridad.
El joven ingeniero volvió a rendirse sin condiciones y sólo se permitió una pequeña protesta de la que dejamos constancia: en la habitación en la que dormían los esposos había una mesita pequeña; era un ancho pie sobre el que descansaba una placa de mármol gris y, sobre ella, la estatuilla de un hombre desnudo; el hombre tenía en la mano izquierda una lira que apoyaba en la cadera saliente. Tenía la mano derecha extendida en un gesto patético, como si sus dedos acabaran de rasguear las cuerdas; la pierna derecha se hallaba flexionada, la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, de modo que los ojos miraban hacia arriba. Añadamos que el rostro del hombre era extraordinariamente bello, los cabellos ondulados y la blancura del alabastro con el que estaba hecha la estatuilla le daban a la figura un aspecto tiernamente afeminado o divinamente virginal; y no es que hayamos utilizado sin más la palabra «divinamente»: según la inscripción grabada en el pedestal, el hombre de la lira era el dios Apolo.
Sin embargo, la madre del poeta casi nunca podía ver al hombre de la lira sin enfadarse. Solía estar vuelto con el trasero hacia la habitación, otras veces servía de posa-sombrero del ingeniero, o colgaba de su delicada cabeza un zapato o estaba vestido con un calcetín del ingeniero que, con su mal olor, constituía una especial profanación del soberano de las musas.
La impaciencia de la madre del poeta, en estos casos, no se debía sólo a su escaso sentido del humor, intuía perfectamente que con el calcetín enfundado en la estatua de Apolo su marido le daba a entender, con la excusa de la broma, lo que por cortesía callaba: el rechazo del mundo en que vivía y el carácter provisional de su rendición.
De este modo, el objeto de alabastro se convirtió en un verdadero dios antiguo, en un ser que está fuera del mundo de los hombres, que interviene en el mundo de los hombres, anuda sus destinos, intriga y revela lo que permanecía en secreto. La joven esposa veía en él a un aliado y su feminidad soñadora lo convertía en un ser vivo, sus ojos se nublaban por momentos con la ilusión de los colores de las pupilas y su boca parecía respirar. Se enamoró de aquel joven que se veía humillado por su culpa. Miraba su bello rostro y empezaba a desear que el hijo que crecía en su vientre se pareciera a aquel hermoso enemigo de su marido. Deseaba un parecido tal que pudiera creer que había sido este joven y no su marido el que la había fecundado; le pedía que con su magia corrigiera la desdichada concepción, que la reimprimiera, que la retocara, como cuando el gran Tiziano pintó uno de sus cuadros en la tela estropeada por un principiante.
Encontrando sin pretenderlo su modelo en la Virgen María que había sido madre sin ser fecundada por un hombre y había creado así el ideal del amor materno en el que el padre no interviene y al que no pone obstáculo, experimentaba el excitante deseo de que su hijo se llamase Apolo, lo que significaba para ella Aquel que no tiene padre humano. Claro que se daba cuenta de que su hijo tendría una vida difícil con un nombre tan sublime y que todos se reirían de ella y de él. Por esto buscó un nombre checo digno del joven dios griego y se le ocurrió el nombre de Jaromil (el que ama a la primavera o que es amado por la primavera); todos estuvieron de acuerdo.
Precisamente fue en primavera y florecían las lilas cuando la llevaron al sanatorio. Allí tras varias horas de dolores, salió el joven poeta a la sucia sábana del mundo.
…
Milan Kundera. Escritor checo, cursó estudios de Literatura y Estética en la Universidad Carolina de Praga, aunque acabó por estudiar Cinematografía en la Academia de Praga. Durante este tiempo fue muy activo políticamente, formando parte del Partido Comunista Checo, con el que mantuvo una tensa relación, siendo expulsado y readmitido en varias ocasiones hasta su marcha definitiva en 1970.
Fue profesor durante varios años en el Instituto de Estudios Cinematográficos de Praga, pero tras la Primavera de Praga decidió exiliarse en Francia, donde llegó a ejercer la docencia en Rennes y más tarde en l´École des Hautes Études de París. Tras ser despojado de la nacionalidad checa por parte del gobierno comunista, Kundera se nacionalizó francés en 1981.
En lo literario es considerado como uno de los grandes autores del siglo XX, destacando no sólo por sus novelas sino también por su producción dedicada al ensayo, la poesía y el teatro. Buena prueba de esto es la cantidad de premios que ha recibido a lo largo de su carrera, como el Médicis, el Herder o el Cino del Duca, siendo uno de los nombres habituales para obtener el Premio Nobel de Literatura.
De entre su obra habría que destacar algunos títulos tan conocidos como La insoportable levedad del ser –cuya adaptación al cine obtuvo el aplauso de la crítica-, El libro de la risa y el olvido o La broma, por mencionar sólo unos pocos.