Resumen del libro:
La sociedad de los otros, la primera novela del reconocido guionista y autor británico William Nicholson, nos sumerge en una cautivadora historia llena de intriga y reflexiones profundas. El protagonista, un joven británico anónimo y solitario, recibe una suma de dinero para embarcarse en una última aventura antes de enfrentarse al mundo real. Sin embargo, esta oportunidad resulta ser un desafío incómodo para el personaje introvertido y retraído, cuyo equilibrio se encuentra encerrado en su propio cuarto, evitando todo contacto humano.
A pesar de su resistencia inicial, la presión familiar lo obliga a emprender un viaje forzado que lo llevará por caminos inesperados. En su camino, se ve envuelto en un país de Europa del Este, donde su transporte es asaltado por la policía en busca de un libro prohibido, escrito por el filósofo Leon Vicino. El protagonista logra escapar, pero cae en manos de un grupo terrorista que combate tanto al gobierno como a los métodos pacifistas de Vicino. Impresionado por la crueldad de este grupo, nuestro protagonista busca desesperadamente ponerse en contacto con los seguidores del filósofo, que se reúnen en clubes de lectura. Así comienza su peligrosa huida, perseguido tanto por las fuerzas del gobierno como por el grupo armado, encontrándose con una variedad de personajes en el camino, algunos capaces de actos salvajes y otros dispuestos a brindarle generosa hospitalidad.
La habilidad narrativa de Nicholson se destaca a lo largo de la novela, con ecos evidentes de la obra de Kafka y J.D. Salinger. Combina magistralmente el sentido del humor del protagonista con una atmósfera angustiosa y opresiva, donde la falta de libertades se convierte en un tema central. A medida que el lector avanza en la trama, se ve inmerso en un constante suspenso, deseando descubrir cómo el protagonista logrará escapar de las garras de sus perseguidores y encontrar su lugar en una sociedad caótica.
La sociedad de los otros es una obra literaria que cautiva por su originalidad y su capacidad para explorar temas profundos. A través de la trama emocionante y la narración perspicaz, Nicholson plantea cuestiones sobre la naturaleza humana, la importancia de la libertad y la lucha por encontrar un sentido en un mundo cada vez más opresivo. Los personajes, con todas sus complejidades y contradicciones, cobran vida en estas páginas, y el lector se encuentra reflexionando sobre la delgada línea entre el bien y el mal, la violencia y la empatía.
En resumen, La sociedad de los otros es una novela que se destaca tanto por su trama emocionante como por su exploración profunda de temas universales. William Nicholson demuestra su maestría como escritor al crear una historia cautivadora y llena de matices, manteniendo al lector intrigado hasta la última página. Una lectura imprescindible para aquellos que buscan una combinación de suspense, humor y reflexiones sobre la condición humana.
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Escribo esto a la luz de un nuevo día, con papel y lápiz, a la vieja usanza. Aquí no hay posibilidad de correcciones pulcras. Quiero ver mis primeros pensamientos, las palabras que tacho y las que escojo para sustituirlas. Los primeros pensamientos suelen ser mentiras. Vicino dice: «Escribe algo sobre ti mismo, y después escribe lo contrario. Luego contempla la posibilidad de que la segunda afirmación sea cierta.»
No soy mala persona. Soy mala persona.
No quise matar al hombre de la biblioteca. Quise matar al hombre de la biblioteca.
Lo que sucedió después no fue culpa mía, no me responsabilicen. Fue culpa mía. Responsabilícenme.
***
Así pues, ésta es la historia de cómo cambió todo. No voy a decirles mi nombre. Si quieren un nombre, usen el suyo.
Empecemos por un día elegido al azar, sin recordarlo retrospectivamente. Debo esforzarme por lograr que comprendan lo que yo era, porque sólo así entenderán en qué me he convertido. La operación ha sido un rotundo éxito, pero, como suele decirse, el paciente ha fallecido.
Ese día cualquiera de hace tanto tiempo, mucho antes de ayer, estoy sentado solo en mi cuarto, con la persiana bajada y la puerta cerrada con llave. Tengo puesta una música que no escucho. La televisión está encendida, sin sonido. No la miro. Sólo está ahí, como la franja de luz que entra por debajo de la persiana y la presión en mi vejiga, que me indica que tengo que ir a mear. Puede que no tarde mucho en hacerlo. No hago nada en concreto. La mayor parte de los días no hago nada. Podría decirse que me dedico a eso, como si fuera mi profesión. No me supone ningún problema. No quiero nada. Tengo las mismas necesidades animales que todos ustedes: comer y defecar, copular y dormir, pero en cuanto esas necesidades son satisfechas, desaparecen, y todo vuelve a ser como antes. Son cosas imprescindibles. Nada que ver con el deseo.
Ni siquiera ambiciono dinero. ¿Para qué? Ves algo que quieres comprar, te entusiasmas con la idea de poseerlo, lo compras, y el entusiasmo se desvanece y todo vuelve a ser como antes. Conozco el juego. Te inducen a anhelar cosas para obtener tu dinero. Después lo toman y ya es suyo. ¿Y qué hacen con él? Lo utilizan para comprar cosas que otros, a su vez, les inducen a anhelar. Durante unos breves instantes se creen felices, y después todo se esfuma y vuelve a ser como antes. ¡Mira que podemos llegar a ser tontos! Como los peces. Los peces se pasan el día nadando en busca de comida que les dé fuerzas para seguir nadando el resto del día. Me dan risa todas esas personas que corren de un lado a otro ganando dinero para comprarse cosas unas a otras. Cualquiera con dos dedos de frente podría explicarles que sus vidas no tienen sentido y que así no consiguen ser más felices.
Mi vida no tiene sentido. No consigo ser más feliz.
Mi difunto padre me comenta:
—Tu madre dice que te pasas el día encerrado en tu cuarto.
—No miente —contesto.
—Ahí fuera el mundo es enorme —sigue—. Encerrado en tu cuarto no irás a ninguna parte.
—No hay ningún sitio al que ir —le aclaro.
Él detesta eso. Mi actitud negativa. Podría decirle que él tampoco va a ninguna parte. Pero ¿para qué aguarle la fiesta?
Me gusta mi cuarto. Antes he dicho que no quiero nada, pero no es del todo cierto. Quiero mi habitación. No me importa lo que haya en ella, siempre y cuando tenga una puerta que pueda cerrar con llave para que la gente no venga a pedirme que haga cosas. Espero poder pasar el resto de mi vida en mi cuarto y al final morirme aquí y que nadie me encuentre. Con eso me conformo.
El gran y ancho mundo: para empezar, no es ni tan grande ni tan ancho. En realidad es tan grande como la experiencia que se tiene de él, que no es que sea muy grande. ¿Y qué clase de mundo es? Yo lo calificaría de remoto, indiferente, impredecible, peligroso e injusto. De pequeño pensaba que era como mis padres, sólo que mayor. Pensaba que me observaba y aplaudía cuando yo bailaba. Pero no es así. El mundo no mira, y nunca aplaude. Mi padre no lo entiende, y sigue bailando. Me da mucha pena verlo.
Cat dice que a mi visión del mundo le falta profundidad y le sobra amargura. Yo disiento. Lo mío no es amargura. Yo veo las cosas como son. La naturaleza es egoísta. Todas las criaturas matan para sobrevivir. El amor es un mecanismo para propagar la especie. La belleza es un truco que se desvanece. La amistad es un acuerdo de provecho mutuo. La bondad nunca es recompensada, y la maldad jamás recibe su castigo. La religión es superstición. La muerte es aniquilación. Y en cuanto a Dios, si de verdad existe, hace siglos que dejó de velar por la humanidad. ¿No habrían hecho ustedes lo mismo?
De modo que ¿para qué abandonar mi cuarto?
…