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La rosa secreta & Leyendas de Hanrahan el Rojo

Resumen del libro:

William Butler Yeats (1865-1939) fue un destacado dramaturgo, ensayista y poeta irlandés, considerado por muchos como el más grande de su tiempo, incluso el renombrado T. S. Eliot lo afirmó. Yeats fue un ferviente partidario de la independencia de Irlanda y quedó fascinado por los cuentos y leyendas del pueblo de Sligo, donde pasó parte de su juventud. Este contacto temprano con las historias populares irlandesas estimuló su interés por explorar la historia y mitología de su país, y combinando este conocimiento con influencias de la teología y filosofía orientales, logró crear una obra literaria que transmite la dramática belleza del mundo y su profunda conexión con lo mágico y lo espiritual.

En su obra “La Rosa Secreta” y “Leyendas de Hanrahan el Rojo”, Yeats nos presenta una amalgama de mitos y leyendas populares de Irlanda, donde lo real y lo místico se entrelazan de manera inseparable. Estas obras son un reflejo de su capacidad para absorber y reinterpretar el folclore irlandés, llevándolo a un plano literario en el que la razón y la fantasía convergen en una narrativa cautivadora.

“La Rosa Secreta” es una colección de poemas que exploran temas como el amor, la muerte, la espiritualidad y el misticismo, todos ellos envueltos en una atmósfera de misterio y simbolismo. Yeats utiliza el lenguaje poético para crear imágenes evocadoras que transportan al lector a un mundo donde lo cotidiano se entrelaza con lo sobrenatural.

Por otro lado, “Leyendas de Hanrahan el Rojo” nos sumerge en las historias del legendario Hanrahan, un personaje mítico del folclore irlandés. A través de estos relatos, Yeats nos presenta un mundo lleno de magia, criaturas místicas y héroes legendarios, todo ello impregnado de un profundo sentido de la tradición y la identidad cultural irlandesa.

En resumen, tanto “La Rosa Secreta” como “Leyendas de Hanrahan el Rojo” son obras que reflejan la genialidad de William Butler Yeats para combinar la riqueza del folclore irlandés con su propia visión poética y filosófica. Estas obras no solo nos transportan a un mundo de fantasía y misterio, sino que también nos invitan a reflexionar sobre la naturaleza del alma humana y su conexión con lo divino.

LA ROSA SECRETA

Tocante a vivir, nuestros domésticos se encargarán de hacerlo por nosotros.

Villiers de l’Isle-Adam.

Helena, cuando se miraba en el espejo y veía en él las arrugas de la edad, lloraba y se preguntaba si podía ser verdad que fue raptada dos veces…

Cita de Ovidio en uno de los cuadernos de notas de Leonardo da Vinci.

A LA ROSA SECRETA

Remota e inviolada rosa, la más secreta,
envuélveme en mi hora de horas; allí donde
los que te buscaron en el Santo Sepulcro,
o en la cuba de vino, habitan más allá del tumulto
y la agitación de los sueños derrotados, y en lo hondo
de pálidos párpados, pesadamente sueñan con el sueño
que los hombres llaman belleza. Tus grandes pétalos envuelven.
las ancianas barbas, los yelmos de oro y rubí
de los magos coronados; al rey cuyos ojos
vieron las Manos Atravesada y la Cruz de antaño elevarse
en vapores druídicos que debilitaron las antorchas; hasta que el vano frenesí le despertó y murió;
y al que encontró a Fand caminando entre el rocío llameante
junto a una playa gris donde nunca sopló el viento,
y por un beso perdió al mundo y a Emer;
y al que apartó a los dioses de su paz,
y que hasta que florecieron rojas cien mañanas,
se deleitó y lloró los túmulos de sus muertos;
y al orgulloso rey soñador que lejos tiró
corona y pesar, y tras llamar a bardo y bufón,
habitó entre los vagabundos manchados de vino en profundos bosques;
y al que vendió labranza, y casa, y bienes,
y buscó por tierras e islas innumerables años,
hasta que halló, con carcajada y con llanto,
una mujer de hermosura tan deslumbrante
que los hombres trillaban a medianoche por un rizo,
un ricillo robado. Yo, también, espero
la hora de tu gran viento de amor y odio.
¿Cuándo saltarán las estrellas por el cielo,
como las chispas de una herrería y morirán?
¿Ha llegado, sin duda, tu hora, sopla ya tu gran viento, remota e inviolada rosa, la más secreta?

1. LA CRUCIFIXIÓN DEL PROSCRITO

Un hombre de finos cabellos negros y de rostro blanco, medio marchaba y medio corría a lo largo del camino que va desde el sur hacia la ciudad de Sligo. Muchos lo llamaban Cumhal, hijo de Cormac, y muchos otros lo llamaban «el Ágil Caballo Salvaje». Era coplero de profesión e iba vestido con una corta saya de diferente color en sus dos mitades; calzaba calzas puntiagudas y llevaba una abultada zamarra al hombro. También era del linaje de los Ernnans, y su lugar de nacimiento era el campo del oro; pero los lugares donde solía comer y dormir estaban en la región de los cinco reinos de Eri, y el lugar donde pudiese albergarse definitivamente no existía en toda la corteza de la tierra.

Llevaba los ojos errantes entre la torre de lo que más tarde fue la Abadía de los Frailes Blancos y una hilera de cruces que se destacaban contra el firmamento, sobre la cima de una colina, un poco hacia el este de la ciudad, y cerró los puños y los agitó en dirección de las cruces. Sabía que esas cruces no estaban vacías, porque los pajarracos andaban revoloteando a su alrededor, y se acordaba de cómo otro vagabundo de la misma especie que él —como si no fuera nada la cosa— acababa de montar en una de ellas, y murmuró: «Si al menos se tratara de ser colgado, o traspasado por las flechas, o lapidado o decapitado, ya sería bastante malo. ¡Pero tener a los pájaros sacándote los ojos y a los lobos royéndote los pies! ¡Ojalá que el vino rojo de los druidas hubiera podrido en su cuna al soldado de Dathi que importó ese árbol de la muerte desde las tierras de los bárbaros; o que el rayo, cuando pulverizó a Dathi al pie de la montaña, lo hubiera pulverizado a él también, o que su tumba hubiera sido excavada por las sirenas de verde pelaje y de verdes dientes, bien profunda en lo más hondo de los mares!».

Mientras hablaba tuvo un escalofrío desde la cabeza a los pies, y el sudor le invadió el rostro, y no supo por qué, ya que en su vida le había ocurrido muchas veces el quedarse mirando a muchas cruces. Atravesó dos colinas y pasó por debajo de un monumental pórtico, y luego dio la vuelta por un sendero hacia la izquierda, hasta la puerta de la Abadía. Era una puerta rematada con gruesos clavos, y cuando llamó levantó al hermano lego que estaba de portero y le pidió un sitio en la habitación de los huéspedes. El hermano lego tomó entonces un tizón encendido recogido en una paleta y le fue mostrando el camino hasta una casita exterior, grande y desnuda, alfombrada en su interior con unas esteras verdaderamente sucias; encendió una bujía colocada entre dos piedras de la pared y colocó el tizón encendido en medio del atrio de la chimenea, arrimándole dos tarugos de madera y unas briznas de paja, y también le mostró una manta colgada de un clavo y un estante donde había un trozo de pan y un jarro de agua, y la jofaina instalada en un rincón. Entonces el hermano lego le dejó y volvió a su puesto junto a la puerta.

Y Cumhal, el hijo de Cormac, comenzó a soplar el tizón encendido para que llegase a prender fuego en los dos tarugos y en las briznas de paja; pero ni los leños ni la paja quisieron prenderse, pues estaban mojadísimos. En vista de ello se quitó sus puntiagudas calzas y acercó la jofaina al centro de la habitación con la idea de lavarse los pies de todo el polvo acumulado en la carretera; pero el agua estaba tan sucia que no alcanzaba a divisar el fondo del cacharro. Y estaba realmente hambriento porque no había comido nada en todo el día, de modo que no malgastó su cólera contra el cacharro de lavarse, sino que alcanzó el bollo de pan negro y lo mordió con fuerza, pero enseguida hubo de escupir el pedazo, pues el mendrugo estaba durísimo y rancio. Y aún no dio libre curso a su rabia, porque desde hacía muchísimas horas no había bebido. Con la esperanza de que al final del día podría tener cerveza o vino, había pasado junto a fuentes sin alterarse para que el momento de la cena le resultase así más sabroso. Ahora se llevó la jarra a los labios, pero inmediatamente expulsó el agua de la boca, pues el agua estaba amarga y apestosa.

“La rosa secreta & Leyendas de Hanrahan el Rojo” de William Butler Yeats

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