La revolución electrónica
Resumen del libro: "La revolución electrónica" de William S. Burroughs
“La Revolución Electrónica” de William S. Burroughs, un conjunto de ensayos impactantes y provocadores, publicado originalmente en 1970 y ahora disponible en español por primera vez, trasciende los límites literarios. Burroughs, con su estilo panfletario, introduce su teoría sobre la naturaleza viral del lenguaje y desvela una serie de audaces experimentos sonoros y visuales diseñados para desencadenar el terrorismo psíquico.
En este libro, Burroughs destaca cómo el sistema viral del lenguaje se propaga fácilmente, moldeando la actividad humana y condicionando comportamientos. La palabra-virus, amplificada por los medios de comunicación de masas, puede ser tanto una herramienta de control mental como un arma de subversión. “La Revolución Electrónica” explora la dimensión subversiva de la técnica del cut-up, que Burroughs utilizó para estructurar sus experimentales novelas de los años sesenta. Emplea dispositivos electrónicos como grabadoras de cinta abierta y cámaras de video para liberar el potencial del virus contenido en las palabras y así fomentar el caos social.
En última instancia, “La Revolución Electrónica” se revela como un manual de sabotaje urbano y un compendio de experiencias audiovisuales dirigidas a intervenir en el campo de batalla cultural. Burroughs plantea que la cultura misma es un terreno de conflicto y propone una estrategia disruptiva para liberar el potencial creativo y caótico contenido en el lenguaje. Este libro desafía las convenciones literarias y sociales, ofreciendo una perspectiva única sobre la influencia de la palabra y la tecnología en la sociedad moderna.
En el principio era la palabra y la palabra era Dios y desde entonces ha permanecido como uno de los misterios. La palabra era Dios y la palabra era carne se nos dice. ¿En el principio de qué exactamente se encontraba esta palabra inicial? En el principio de la historia escrita. Por lo general se presupone que la palabra hablada vino antes que la palabra escrita. Sugiero que la palabra hablada como la conocemos vino después que la palabra escrita.
En el principio era la palabra y la palabra era Dios y la palabra era carne… Carne humana… En el principio de la escritura. Los animales hablan y transmiten información. Pero no escriben. No pueden hacer que la información esté disponible para las generaciones futuras o para los animales que están fuera del alcance de su sistema comunicativo. Ésta es la diferencia fundamental entre los hombres y otros animales. La escritura. Korzybski, que desarrolló el concepto de Semántica General, el significado del significado, ha señalado esta distinción humana y ha descrito al hombre como «el animal que articula el tiempo». Puede hacer que la información esté disponible para otros hombres a través del tiempo gracias a la escritura. Los animales hablan. No escriben. Una vieja y astuta rata puede saber mucho sobre tramperas y venenos pero no puede escribir un manual titulado «Tramperas mortales en su almacén» para el Reader’s Digest con estrategias para agruparse contra los excavadores y los hurones y cuidarse de los tipos listos que tapan nuestros agujeros con viruta de acero. Es improbable que la palabra hablada hubiera podido evolucionar más allá de la fase animal sin la palabra escrita. La palabra escrita se infiere del habla humana. A nuestra vieja y astuta rata no se le ocurriría reunir a las ratas jóvenes y transmitirles su conocimiento auditivamente porque la misma idea de articular el tiempo no puede ocurrir sin la palabra escrita. La palabra escrita es por supuesto símbolo de algo y en el caso de un lenguaje jeroglífico como el egipcio puede ser un símbolo en sí misma, es decir, una figura de lo que representa. Esto no es cierto para un lenguaje alfabético como el inglés. La palabra «pierna» no tiene semejanza pictórica con una pierna. Se refiere a la palabra hablada «pierna». Así que podríamos olvidar que una palabra escrita es una imagen y que las palabras escritas son secuencias de imágenes, es decir imágenes en movimiento. Así que cualquier secuencia jeroglífica nos da inmediatamente una definición funcional de las palabras habladas. Las palabras habladas son unidades verbales que se refieren a esta secuencia pictórica. ¿Y qué es entonces la palabra escrita? Mi teoría fundamental es que la palabra escrita fue literalmente un virus que hizo posible la palabra hablada. La palabra no ha sido reconocida como un virus porque alcanzó un estado de simbiosis estable con el huésped… (Esta relación simbiótica se está rompiendo ahora por razones que señalaré más tarde).
Cito de Mechanisms of Virus Infection editado por Mr. Wilson Smith, un científico que realmente piensa en su tema en lugar de correlacionar información. Él piensa, pues, en las intenciones esenciales del organismo viral. En un artículo titulado «Virus Adaptability and Host Resistance» [Adaptabilidad del virus y resistencia del huésped] de G. Belyavin, las especulaciones sobre el objetivo biológico de las especies virales aumentan… «Los virus son obligatoriamente parásitos celulares y por ende son totalmente dependientes de la integridad de los sistemas celulares que parasitan para su supervivencia en un estado activo. Es algo paradójico que muchos virus a la larga destruyan las células en las que están viviendo…».
Y yo agregaría: y que destruyan también el ambiente necesario para cualquier estructura celular que podrían parasitar para sobrevivir. ¿El virus es, entonces, una simple bomba de tiempo dejada en este planeta para ser activada por control remoto? ¿Un programa de exterminio? ¿Sobrevivirá alguna criatura humana en el camino que va de la total virulencia a la última meta de simbiosis? ¿Está la raza blanca, que pareciera hallarse más bajo el control viral que la negra, la amarilla y la cobriza, dando indicios de una posible simbiosis?
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William S. Burroughs. William Seward Burroughs, nacido en San Luis, Misuri, el 5 de febrero de 1914, y fallecido en Lawrence, Kansas, el 2 de agosto de 1997, fue mucho más que un simple novelista: fue un visionario, un outsider, un renovador radical del lenguaje y una figura clave de la contracultura del siglo XX. Aunque rehuía la etiqueta, su nombre resuena con fuerza junto a la Generación Beat, un movimiento que definió una época.
Nacido en el seno de una familia acomodada —su abuelo fue el inventor de la máquina de sumar Burroughs—, su vida estuvo marcada por la experimentación, tanto con las palabras como con las sustancias. Estudió en Harvard, donde ya se manifestaron sus inclinaciones homosexuales y su fascinación por las armas, dos constantes que lo acompañarían a lo largo de su vida. Tras una primera incursión en la literatura pulp con Yonqui, los años cincuenta fueron un período de profunda autodestrucción, un descenso a los infiernos de la adicción que marcaría profundamente su obra.
A partir de los sesenta, Burroughs se dedicó a la escritura con una intensidad casi febril. Su obra, profundamente autobiográfica, es un testimonio crudo y honesto de sus experiencias con las drogas, pero también una exploración de los límites del lenguaje y la conciencia. El surrealismo, la sátira mordaz y la experimentación formal son sellos distintivos de su estilo. Su contacto con figuras como Allen Ginsberg, Gregory Corso, Jack Kerouac y Herbert Huncke cimentó su lugar en la Generación Beat. Con Ginsberg, mantuvo una profunda amistad y un intercambio epistolar que dio como fruto Las cartas de la ayahuasca.
Un trágico incidente en México, la muerte accidental de su esposa Joan Vollmer durante un juego con un arma, marcó un antes y un después en su vida y en su obra, como él mismo reconoce en el prólogo de Queer. Este suceso, lejos de sumirlo en el silencio, lo impulsó a una búsqueda aún más profunda de la verdad a través de la escritura.
En la década de 1960, Burroughs se acercó a la Cienciología, aunque su relación con la organización fue breve y conflictiva. Si bien reconoció el valor de algunas de sus técnicas, su espíritu crítico lo llevó a distanciarse de una institución que consideraba dogmática.
La obra de Burroughs evolucionó desde un estilo relativamente convencional en sus inicios, con obras como Yonqui y Queer, hacia una experimentación radical con técnicas como el cut-up, que aprendió de su amigo Brion Gysin. Esta técnica, consistente en recortar y reorganizar textos para crear nuevas narrativas, se convirtió en una herramienta fundamental en obras como la trilogía Nova express, La máquina blanda y El ticket que explotó.
Para Burroughs, el lenguaje era un virus, un parásito que controlaba la mente humana. Su objetivo era liberar a la humanidad de esta tiranía a través de la destrucción de las convenciones lingüísticas. En sus últimas obras, como la trilogía Ciudades de la noche roja, El lugar de los caminos muertos y Tierras del occidente, Burroughs logró un equilibrio magistral entre experimentación y accesibilidad, creando un lenguaje único capaz de evocar imágenes y mundos nunca antes vistos. Su ingreso en la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras en 1984 fue un reconocimiento a su inmensa contribución a la literatura del siglo XX. William Burroughs, un escritor que desafió los límites de la palabra y exploró los confines de la conciencia, dejó un legado imborrable en la cultura contemporánea.