Resumen del libro:
“La red oculta de la vida” de Merlin Sheldrake es un libro que explora el fascinante mundo de los hongos y su papel en la naturaleza y la sociedad. Sheldrake es un biólogo y micólogo que ha pasado años estudiando los hongos y sus diversas interacciones con el medio ambiente y los seres vivos que los rodean.
El libro presenta una visión holística de la vida en la Tierra, en la que los hongos son vistos como organismos clave en la creación y mantenimiento de ecosistemas saludables y prósperos. Sheldrake explica cómo los hongos son responsables de la descomposición y reciclaje de materia orgánica, así como de la creación de suelos ricos en nutrientes.
El autor también examina la capacidad de los hongos para comunicarse y colaborar con otros organismos, incluyendo plantas y animales, a través de redes subterráneas llamadas micorrizas. Estas redes permiten la transferencia de nutrientes y la comunicación entre individuos de diferentes especies.
Además de su importancia ecológica, Sheldrake también explora el papel de los hongos en la cultura humana, desde su uso en la medicina tradicional hasta su valor gastronómico y la reciente investigación en su potencial como fuente de biocombustibles y materiales sostenibles.
En general, “La red oculta de la vida” ofrece una visión fascinante y accesible del mundo de los hongos y su papel vital en la naturaleza y la sociedad.
PRÓLOGO
Miré hacia la copa del árbol. Su tronco, del que brotaban helechos y orquídeas, desaparecía en el dosel arbóreo entre una maraña de lianas. Encima de mí, un tucán alzó el vuelo con un graznido, y una manada de monos aulladores soltó un bramido quejumbroso. Aunque dejó de llover, las hojas que tenía encima vertieron gruesas gotas de agua formando lluvias repentinas. Una neblina baja levitaba sobre el suelo.
De la base del tronco sobresalían las raíces que, enseguida, desaparecían bajo la tupida hojarasca del suelo de la selva. Lo tanteé con un palo por si salían serpientes, pero solo se escabulló una tarántula. Me arrodillé y avancé a tientas por el tronco y por una de sus raíces hasta un mullido montón de detritos donde las raíces más finas se enroscaban en una espesa maraña colorada y parda. Me invadió un olor intenso. Las termitas treparon por el laberinto y un milípedo se enroscó haciéndose el muerto. Mi raíz desapareció bajo tierra pero con una palita despejé la zona. Con las manos y una cuchara aparté la capa superficial de tierra y cavé con delicadeza para descubrir cómo salía del árbol y se retorcía debajo de la tierra.
En una hora solo avancé un metro. Mi raíz empezó a ser más fina que un cordel y se ramificaba descontroladamente. Era difícil seguirle la pista porque se enredaba con sus vecinas, así que me tumbé para acercar la cara a la zanja superficial que había hecho. Algunas raíces olían intensamente a nuez y otras a madera amarga, pero al arañar las raíces del árbol en cuestión, estas desprendieron una picante nota resinosa. Durante horas avancé a paso de tortuga, raspando y oliendo cada palmo para no perderle el rastro.
A lo largo del día destapé más filamentos que brotaban de la raíz y seguí algunos hasta las cofias, que escarbaban en trocitos de hoja o ramitas podridas. Sumergí los extremos en un vial de agua para limpiarlos de barro y los observé con lupa. Era como un arbolito con raicillas cubiertas por una película pegajosa que parecía reciente. Allí estaban las delicadas estructuras que quería examinar. A partir de estas raíces se teje una red fúngica por el suelo y alrededor de las raíces de los árboles cercanos. Sin esta malla de hongos mi árbol no existiría. Sin estas redes, ninguna planta existiría. Toda la vida terrestre, también la mía, dependía de estos sistemas. Tiré delicadamente de mi raíz y el suelo se movió.
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