Resumen del libro:
La Receta del Tiranosaurio de Isaac Asimov es una obra que explora, con la profundidad y el ingenio característicos del autor, nuestro papel y nuestro futuro como habitantes del planeta Tierra. En esta antología, Asimov selecciona personalmente una treintena de artículos en los que despliega su vasto conocimiento científico y sus inquietudes filosóficas sobre el porvenir de la humanidad. Esta obra, de estructura flexible y tono accesible, puede leerse de forma lineal, al azar, o saltando entre capítulos, invitando a una experiencia de lectura tan dinámica como sus temas.
En cada capítulo, Asimov aborda temas que van desde la evolución y la biología hasta la inteligencia artificial y el impacto del hombre en el medio ambiente. Con su inimitable estilo, el autor plantea preguntas provocativas y ofrece respuestas claras, sin caer en tecnicismos innecesarios, manteniendo siempre un equilibrio entre la divulgación científica y la reflexión ética. La obra explora las paradojas de la tecnología moderna y se sumerge en el análisis de los posibles escenarios futuros, abarcando desde la manipulación genética hasta las complejidades de la inteligencia artificial, temas que, aunque escritos en el siglo XX, resuenan con fuerza en el siglo XXI.
Asimov tiene un talento especial para sintetizar complejos conceptos científicos y exponerlos de una manera comprensible y entretenida, haciendo que temas aparentemente áridos se vuelvan fascinantes. Su tono irónico y directo hace de esta antología una lectura amena, que no solo enseña sino que también estimula el pensamiento crítico sobre nuestra relación con la ciencia y la tecnología. La Receta del Tiranosaurio, con su propuesta de un viaje intelectual, logra despertar una curiosidad natural sobre el mundo y el futuro que nos espera.
Isaac Asimov, uno de los escritores más prolíficos del siglo XX, es ampliamente reconocido por sus contribuciones a la ciencia ficción y la divulgación científica. Con más de 500 libros publicados, Asimov ha sabido combinar su rigor científico con una narrativa atrapante, consolidándose como una figura emblemática que ha acercado la ciencia a millones de lectores. La Receta del Tiranosaurio es una prueba de su capacidad para convertir la ciencia en una aventura accesible y cautivadora, un legado que sigue influyendo en generaciones de lectores y en el debate sobre el futuro de la humanidad.
A mi adorada esposa, Janet, que hace de cada día un día feliz.
Isaac Asimov
Introducción
Hasta donde concierne a mi literatura de no-ficción se me conoce mejor como «futurista», así que una buena proporción de las solicitudes que me llegan son por cierta perspicacia hacia uno u otro aspecto del futuro.
No pretendo que mi enfoque del futuro sea necesariamente correcto. De hecho, si los reveses de los futuristas del pasado sirven de guía, mi visión comprobará que es visiblemente incorrecta. Sin embargo, estoy atorado con ella y, quien sabe, quizá no esté tan lejos del blanco.
A propósito, quienes quieren que yo escriba sobre el futuro generalmente quieren que exponga temas que son interesantes para ellos. Nunca tengo éxito para convencerlos de que no conozco lo suficiente respecto a un tema en particular para escribir sobre él. En primer lugar, se niegan a creerme (probablemente sospechan que estoy dificultando las cosas para subir mis honorarios… cosa que yo nunca hago, ¡de verdad!). Y en segundo lugar, ¿cómo puedo proclamar mi ignorancia con fuerza suficiente cuando yo mismo odio atacar mi propia reputación de alguien que «sabe todo»? Finalmente, vivo a cuenta de tal concepto erróneo.
Como resultado, permito que me conduzcan a ensayos sobre el futuro de la artesanía o el futuro de la ingeniería química, a pesar de mi loable lamento de que no sé nada, ni siquiera del presente de la ingeniería química (lo más aterrador de todo fue contemplar el futuro del matrimonio).
Cualquiera de ustedes, a propósito, está en libertad de criticar cualquier cosa que yo diga. Si lo hacen quizá yo aprenda algo.
El ensayo sobre el futuro de la ingeniería química es, por cierto, el más largo del libro: tiene una longitud de 5 000 palabras. Quizá yo no lo hubiera incluido si no me hubiera agradado tanto que yo pudiera, por lo menos, escribir algo sobre el tema (también le agradó a las personas para quienes lo escribí).
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Nuestro futuro en la educación
¿Cómo podemos imaginarnos lo que será la educación pública en el año 2076, cuando nuestro país cumpla su tercer centenario? Primero tratemos de imaginarnos lo que será la sociedad.
Quizá para entonces nuestra civilización ya se haya derrumbado bajo el peso de un aterrador aumento de la población y de insuficiencias fatales de alimentos y energía. Habría hambre y miseria. Morirán miles de millones y los sobrevivientes se verían forzados a vivir en un medio ambiente dañado, total y quizá permanente, por la agonía de la cavilación. No habría educación pública, con la excepción de lo que algunos pudieran entresacar de atesorados libros rescatados de las ruinas de las ciudades.
Pero a diferencia, supongamos que la civilización sobrevive. ¿Cuáles son los requisitos para esta supervivencia? Primero y ante todo, debemos aprender a limitar nuestro número por medios diferentes a una elevación en el nivel de muerte y destrucción. La humanidad debe disminuir su tasa de natalidad al mismo nivel que el de mortalidad, o todavía menos.
Si se logra esto, y si se resuelven otros problemas menores, el siglo veintiuno debe ver a la civilización desplazándose al frente, al mismo tiempo que la ciencia y la tecnología continúan avanzando.
Sin embargo, una sociedad de un bajo nivel de natalidad producirá un enorme cambio de aquello a que la humanidad siempre ha estado acostumbrado, podemos esperar la combinación de una baja tasa de natalidad junto con una mayor duración de la vida. Será obvio que, en el siglo veintiuno, tendremos una población de personas de edad media y ancianas que nunca antes en la historia. De hecho, el siglo veintiuno seré la primera época en la historia en que los ancianos superarán en número a los jóvenes.
Éste es el cambio que ya, desde ahora, podemos ver cómo se aproxima. En Estados Unidos el porcentaje de ancianos, en constante aumento, ha logrado que los mayores de sesenta y cinco años tenga una formidable fuerza de votación. Lo que es más, nos estamos convirtiendo en una nación que organiza sus finanzas alrededor de pensiones, asistencia médica y seguridad social que disfrutan tantos y que tantos otros desean.
Según indican algunos, parece que hay más y más ancianos improductivos que son mantenidos por la labor de una reserva cada vez más disminuida de jóvenes productivos. Este hecho ha sido usado por quienes están en contra de la disminución de la tasa de natalidad.
El argumento indica que se debe conservar el abasto de jóvenes o la civilización se derrumbará bajo el peso de los ancianos.
Pero si se conserva el abasto de jóvenes, la civilización de todas maneras se derrumbará. Entonces, ¿cuál es la solución? ¿No podría ser la educación?
Tradicionalmente, la educación pública está limitada a los jóvenes. Esto lo entienden los niños, y si existe algún inconveniente contra la escuela, ellos lo atribuyen a su delito de tener poca edad. Se dan cuenta que la gran recompensa del crecimiento es la liberación de la prisión escolar. Su meta no es que los eduquen, sino salir, que los echen.
Del mismo modo, los adultos están seguros de asociar a la educación con la niñez, con algo a lo que han tenido la fortuna de sobrevivir y de lo que ya se han escapado. La libertad de la edad adulta se mancillaría si tuvieran que volver a los hábitos educativos asociados con la infancia. Como resultado, muchos adultos se hunden en una ignorancia vegetativa. No les da absolutamente ninguna vergüenza haber olvidado la poca álgebra y geografía que alguna vez aprendieron, como tampoco la sienten por haber dejado de usar pañales.
En una sociedad donde los que pasan de los cuarenta años superan a los que todavía no llegan, no debe permitirse que continúe esta ignorancia vegetativa. La educación ya no debe limitarse a los jóvenes. Éstos no deben desear que se termine, ni los ancianos deben volver la vista atrás agradecidos porque ya se acabó. Para todos, la educación debe parecer un requisito de la vida humana, durante tanto tiempo como la vida dure. El vigor mental y creativo debe acompañar al vigor físico que permitirá el avance médico. Entonces, los seres humanos podrán permanecer «productivos», según nuestra comprensión actual del mundo, hasta edad avanzada.
Sin embargo, ¿es esto posible? ¿Llegará el tiempo en que la gente disfrute tanto que la instruyan que deseará comprometerse con la educación, yendo y viniendo, durante toda su vida? ¿Por qué no, si pueden aprender lo que les interese y no lo que alguna autoridad diga que es lo que deben aprender, les guste o no? Significará que debemos cambiar la educación de programas fijos a una dirección de gusto personal.
Después de todo, según pasa el tiempo (si la civilización sobrevive), el mundo estará cada vez más automatizado y computarizado. El trabajo monótono y repetitivo del mundo —tanto físico como mental— será realizado por dispositivos mecánicos, y a los seres humanos les quedará la tarea de la creación. El mundo será, cada vez más, un mundo de tiempo libre. La educación tendrá que orientarse al ocio.
Cada vez más el mundo se administrará a sí mismo, y se deteriorará la misma idea de seres humanos «productivos» e «improductivos». Entonces, naturalmente, la gente podrá seguir su propio camino. Siempre habrá quienes quieran aprender tecnología de computación, o involucrarse en investigación científica, o diseñar nuevos procedimientos educativos. Si algo sucede, supongo que habrá más gente de la necesaria que voluntariamente desee ayudar a complementar el manejo mecánico del mundo.
¿Y los demás? Habrá quienes estén interesados en escribir, componer, pintar o esculpir; algunos otros preferirán los deportes o viajes; otros se dedicarán a los espectáculos de uno u otro tipo; algunos desearán dormir todo el día en hamaca, si pueden aguantar el aburrimiento.
La labor de la educación será ayudar a cada individuo a que se encuentre, dentro de sí, la actividad que le proporcione la mayor felicidad, que llene su vida de interés, y que —entonces— seguramente contribuirá a la felicidad e interés de los demás.
En la educación personalizada, una cosa puede conducir perfectamente a la otra. Un infante que desee aprender béisbol, y nada más, quizá llegue a interesarse en la lectura para poder leer sobre béisbol. O quizá le interese aprender aritmética para calcular las estadísticas de este deporte y, a la larga, descubra que le gustan más las matemáticas que el béisbol.
Es más, ¿no podemos esperar que los intereses cambien con la edad, como algo rutinario? A los sesenta años, ¿por qué no puede haber alguien que repentinamente decida estudiar ruso, empezar con la química, aventurarse en el ajedrez, la arqueología o pegar tabiques? ¿Por qué no puede haber alguien de edad avanzada que se cambie de una colección de timbres a la física nuclear, o viceversa? Y a través de todos estos virajes y cambios, ¿por qué no debe existir el derecho inherente, siempre, de recibir ayuda del sistema de educación pública?
Sin embargo, ¿cómo debemos administrar un sistema educativo que sea tan individual y unipersonal que permita que cada persona reciba educación de acuerdo a su propia inclinación y deseo, sin que importe lo que sea?
Bien, suponga que los satélites de comunicación son cada vez más numerosos, polifacéticos y poderosos que hoy en día. Suponga que no son las microondas, sino os rayos láser, más capaces, los que se usen para llevar mensajes de la tierra al satélite y de vuelta a la tierra.
Bajo estas circunstancias, habría lugar para muchos millones de canales separados para voz e imagen. Y puede imaginarse fácilmente que cada ser humano sobre la tierra podría tener una longitud de onda, asignada para su uso particular, del mismo modo que ahora puede tener asignado un número telefónico particular.
Podemos imaginar que cada persona tiene un canal privado al cual puede añadirse, cuando lo desee, una máquina personal de enseñanza más polifacética e interactiva que cualquier cosa que pudiéramos ensamblar hoy en día, ya que durante el intervalo también habrá avanzado la tecnología de la computación.
Razonablemente podemos tener la esperanza de que la máquina de enseñanza, programada para algún campo particular de estudio, será —sin embargo— lo suficientemente flexible y versátil para tener la capacidad para modificar su propio programa (es decir, «aprender») como resultado de las órdenes del estudiante. En otras palabras, el estudiante puede hacer preguntas que la máquina puede contestar, o responder preguntas en una forma que la máquina pueda evaluar. Como resultado de lo que la máquina obtenga como contestación, puede ajustar la velocidad e intensidad de su curso instructivo, y hasta puede cambiar en cualquier dirección que indique el interés del estudiante.
No hay necesidad de que supongamos que la máquina de enseñanza sea un objeto contenido en sí mismo, finito (por ejemplo, como la televisión). Razonablemente podemos suponer que la máquina tendrá a su disposición cualquier libro, publicación seriada o documento en la amplia biblioteca central, codificada, computarizada y global.
La máquina puede utilizar esta información para modificar su programa. Lo que tiene la máquina lo tiene el estudiante, ya sea colocado directamente o en una pantalla, o reproducido en papel para un estudio más cómodo.
Naturalmente, podemos suponer que ningún ser humano tendrá que ser tan sólo un receptáculo pasivo de información. Cualquier ser humano, alguna vez guiado por su interés, cualquiera que sea, tiene muchas posibilidades de avanzar por sí mismo, por lo que puede retroalimentar a la máquina y, por medio de ella a la biblioteca global, de tal forma que cada estudiante también se convertirá en maestro.
Entonces, para el tercer centenario (suponiendo que sobreviva la civilización) la humanidad y la máquina podrían estar desarrollando una profunda simbiosis. La humanidad podría llevar una vida más rica y comprensiva de lo que jamás hubiera logrado el sólo cerebro del hombre sin ayuda alguna. La máquina de enseñanza computarizada se convertirá en el telescopio mental a través del cual se verán mayores glorias de las que ahora podemos imaginar.
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