La princesa de Babilonia

La princesa de Babilonia - Voltaire

Resumen del libro: "La princesa de Babilonia" de

La princesa de Babilonia vive en un mundo en el cual la realidad se confunde con la magia y el presente se une al pasado; protagonista de una magistral farsa, donde la ironía y el cinismo de Voltaire aparecen disfrazados por el fascinante escenario oriental de Las mil y una noches. Pero tras el mítico esplendor de los unicornios y los fastuosos jardines de Babilonia surge la triste realidad del presente histórico y social de la Europa del siglo XVIII, una realidad que sólo el genio del gran escritor francés fue capaz de transformar en fábula.

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El problema de la fidelidad en los tiempos heroicos

Los héroes de la antigüedad, aquellos que ocuparon el discurso épico, azoraban por su valentía y su sumisión a los dioses. Sufrían, como sufren los simples mortales, pero se levantaban de su pesadumbre para torcer los designios funestos del destino. Y para conseguir lo que buscaban —un reino, una mujer, un objeto preciado— debían sortear infinitos peligros, realizar numerosas hazañas y burlarse de la muerte cientos de veces.

Los héroes de la antigüedad eran capaces de sentir los sentimientos más nobles, capaces de renegar de sus más hondas pasiones en virtud de conseguir lo que anhelaban, o de ser fieles a su objetivo.

La princesa de Babilonia es un extenso relato maravilloso que recrea las características mágicas de la Antigüedad. Voltaire, ese memorable escritor y filósofo francés del siglo XVIII que fue autor de estas páginas, debió encontrar en la Mesopotamia remota una cuna fecunda para desarrollar esta ficción que tanto parece un relato para niños, como un complejo tratado sobre la fidelidad.

La primera parte del texto donde tres reyes se disputan la mano de la princesa Formosanta sirve para poner de relieve las verdaderas características del héroe en contraposición con los rasgos de aquellos que detentan el poder. El faraón de Egipto, el Sha de las Indias y el gran Khan de los escitas son vulnerables ante la destreza y el talento de un joven desconocido que dice ser hijo de un pastor.

Luego comienza un largo peregrinaje de la princesa detrás de este mancebo, Amazán, cuyo amor incorruptible lo lleva a rechazar a las doncellas más dignas de la tierra y a huir de ella misma por creerla infiel: “Hermosa princesa del linaje de China, merecéis un corazón que no haya sido jamás más que vuestro; he jurado a los dioses inmortales no amar a nadie más que a Formosanta, princesa de Babilonia, y enseñarle cómo se pueden vencer las pasiones durante los viajes; ella tuvo la desgracia de sucumbir ante el indigno rey de Egipto; soy el más desgraciado de los hombres; he perdido a mi padre y al fénix, y la esperanza de ser amado por Formosanta; he dejado a mi madre en la aflicción, a mi patria, ya no podía vivir ni un momento en los lugares donde supe que Formosanta amaba a otro que no era yo; he jurado recorrer la tierra y serle fiel.

Lo curioso de este sacrificio de fidelidad que se impone el héroe, es que luego de recorrer numerosas: provincias, su constancia llega a la capital de los galos, y se tuercen los designios. Allí los hombres son ociosos y viven únicamente para el placer. La frivolidad y la, alegría los asisten. Amazán piensa desde la perspectiva de Voltaire que «La libertad era decorosa, la alegría no era estridente, la ciencia nada tenía de engorroso, ni el genio de áspero. Se dio cuenta de que el término buena sociedad no es un término vano, aunque a menudo sea usurpado». Será en ese sitio donde Amazán olvidará su promesa y se rendirá a la belleza de una joven.

Sin embargo, es la debilidad del héroe la que lo vuelve más humano. Esta caída de Amazán no destruye su caracterización previa, la afianza. No desbarata su amor por Formosanta, lo incrementa con nuevas promesas.

Lejos de ser simplemente una fábula sorprendente sobre tiempos heroicos, La princesa de Babilonia desarrolla temas universales. Sin duda fue mayor en Voltaire la intención de retratar las costumbres de sus contemporáneos, que historiar los amores de los tiempos remotos.

La princesa de Babilonia – Voltaire

Voltaire. (1694-1778), cuyo nombre real fue François-Marie Arouet, fue un filósofo, escritor, historiador y figura clave del movimiento de la Ilustración en Francia. Nacido en París el 21 de noviembre de 1694, creció en un ambiente burgués que le permitió acceder a una educación sólida en el Colegio Louis-le-Grand, donde destacó por su habilidad en las letras y la retórica. Desde joven, mostró una inclinación hacia las ideas progresistas y un espíritu crítico que lo enfrentó con las autoridades políticas y religiosas de su tiempo.

Su pluma afilada y su sátira lo convirtieron en un personaje controversial. En 1717, tras ser acusado de escribir versos críticos hacia la monarquía, fue encarcelado en la Bastilla. Esta experiencia marcó su vida y reforzó su lucha por la libertad de expresión. Tras su liberación, adoptó el seudónimo de Voltaire, que se convertiría en sinónimo de lucha contra la intolerancia y el fanatismo.

A lo largo de su carrera, Voltaire escribió obras de teatro, ensayos, poesía, panfletos y textos históricos. Entre sus obras más destacadas se encuentra Cándido o el optimismo (1759), una novela satírica que critica las teorías del optimismo filosófico y aborda temas como la guerra, la injusticia y el sufrimiento humano. También escribió tratados históricos como El siglo de Luis XIV y Ensayo sobre las costumbres, donde buscó reinterpretar la historia desde una perspectiva más racionalista.

Voltaire fue un defensor apasionado de los derechos humanos, el libre pensamiento y la separación entre iglesia y estado. Su correspondencia, que abarca más de 20,000 cartas, revela su influencia en la política y la cultura de la época, así como su compromiso con causas como la reforma judicial y la defensa de las víctimas de la intolerancia religiosa, como en el caso del comerciante Jean Calas.

A pesar de los constantes enfrentamientos con la iglesia y el gobierno, Voltaire gozó de un reconocimiento considerable en vida. Pasó sus últimos años en su finca de Ferney, en la frontera franco-suiza, donde continuó escribiendo y reuniendo a intelectuales. Murió en París el 30 de mayo de 1778, dejando un legado que sigue siendo fundamental para el pensamiento moderno. Su espíritu crítico y su defensa de la razón y la libertad lo consolidan como una de las mentes más influyentes de la historia.