La pasión según G. H.
Resumen del libro: "La pasión según G. H." de Clarice Lispector
La obra maestra introspectiva de Clarice Lispector, “La pasión según G. H.”, se adentra en las profundidades de la psique humana a través de la experiencia transformadora de su protagonista anónima. Esta mujer, identificada solo como G. H., es una escultora de renombre en los círculos artísticos y sociales de Río de Janeiro. Un encuentro aparentemente trivial con una cucaracha en su ático desencadena una serie de eventos que la sumergen en una odisea de autoexploración.
El repudio visceral hacia el insecto desencadena un torrente de emociones y reflexiones que revelan un abismo de sentimientos previamente desconocidos para G. H. La narrativa oscila entre la realidad tangible y el mundo abstracto de la conciencia, creando una atmósfera intensamente introspectiva. Lispector teje magistralmente la trama, llevando al lector a través de los recuerdos de la infancia de G. H. hasta sus inquietudes y angustias más arraigadas.
La novela es un fascinante estudio sobre la naturaleza de la existencia y la identidad, explorando los límites de la percepción y la realidad. A través de la lente de esta experiencia aparentemente trivial, Lispector invita al lector a contemplar los miedos universales y a enfrentarlos con valentía.
Clarice Lispector, con su prosa evocadora y penetrante, se establece como una de las voces literarias más influyentes del siglo XX. Su habilidad para desentrañar los matices de la experiencia humana y su profunda comprensión de la psicología la sitúan en el panteón de los grandes escritores.
En “La pasión según G. H.”, Lispector nos brinda una obra que trasciende lo superficial para explorar las profundidades de la condición humana, ofreciendo al lector una experiencia literaria que perdura mucho después de haber cerrado el libro.
… Estoy buscando, estoy buscando. Intento comprender. Intento dar a alguien lo que he vivido y no sé a quién, pero no quiero quedarme con lo que he vivido. No sé qué hacer con ello, tengo miedo de esa desorganización profunda. Desconfío de lo que me ocurrió. ¿Me sucedió algo que quizá, por el hecho de no saber cómo vivir, viví como si fuese otra cosa? A eso querría llamarlo desorganización, y tendría yo la seguridad para aventurarme, porque sabría después a dónde volver: a la organización primitiva. A eso prefiero llamarlo desorganización, porque no quiero confirmarme en lo que viví: en la confirmación de mí perdería el mundo tal como lo tenía, y sé que no tengo capacidad para otro.
Si me confirmo y me considero verdadera, estaré perdida, porque no sabría dónde encajar mi nuevo modo de ser; si avanzase en mis visiones fragmentarias, el mundo entero tendría que transformarse para que ocupase yo un lugar en él.
He perdido algo que era esencial para mí, y que ya no lo es. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me impedía caminar, pero que hacía de mí un trípode estable. He perdido esa tercera pierna. Y he vuelto a ser una persona que nunca fui. He vuelto a tener lo que nunca tuve: solo dos piernas. Sé que únicamente con dos piernas es como puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta y me asusta; era ella la que hacía de mí algo hallable por mí misma, y sin necesitar siquiera inquietarme por ello.
¿Estoy desorganizada porque he perdido lo que no necesitaba? En esta mi nueva cobardía —la cobardía es lo más nuevo que me acontece, es mi mayor aventura, esa mi nueva cobardía es un campo tan amplio, que solo una gran valentía me lleva a aceptarla—, en mi nueva cobardía, que es como despertarse por la mañana en casa de un desconocido, no sé si tendré valor para simplemente marchar. Es difícil perderse. Es tan difícil, que probablemente prepararé deprisa un modo de hallarme, incluso aunque hallarme sea nuevamente la mentira de que vivo. Hasta ahora hallarme era ya tener una idea de persona en la que insertarme: en esa persona organizada me encarnaba, y en lo mismo sentía el gran esfuerzo de construcción que era vivir. La idea que me hacía de la persona procedía de mi tercera pierna, de la que me sujetaba al suelo. Pero ¿y ahora? ¿Seré más libre?
No. Sé que aún no siento libremente, que pienso de nuevo porque mi objetivo es hallar, y que por seguridad denominaría hallar al momento de descubrir un medio de salida. ¿Por qué no tengo valor para hallar al menos un medio de entrada? Oh, sé que he entrado, sí. Pero me asusté porque no sé a dónde conduce esa entrada. Y nunca antes me había yo dejado llevar, a menos que supiese hacia qué.
Ayer, sin embargo, perdí durante horas y horas mi montaje humano. Si tuviese valor, me dejaría seguir perdida. Pero temo lo que es nuevo y temo vivir lo que no entiendo; quiero siempre tener la garantía de, al menos, pensar que entiendo, no sé entregarme a la desorientación. ¿Cómo explicar que mi mayor miedo esté precisamente relacionado con el ser? Y, no obstante, es el único camino. ¿Cómo se explica que mi mayor miedo sea precisamente el de ir viviendo lo que vaya sucediendo? ¿Cómo se explica que no soporte yo ver, solo porque la vida no es la que pensaba sino otra?, ¡como si antes hubiese sabido lo que era! ¿Por qué el ver produce una desorganización tal?
Y una desilusión. Pero, desilusión, ¿de qué? ¿Si, sin ni siquiera sentir, yo soportaría mal mi organización apenas construida? Tal vez la desilusión sea el miedo a no pertenecer más a un sistema. A pesar de ello, se debería decir así: él es muy feliz porque finalmente se desilusionó. Lo que yo era antes no era bueno para mí. Pero de ese no-bueno yo había organizado lo mejor: la esperanza. De mi propio mal había creado un bien futuro. El miedo ahora ¿es que mi nuevo modo carezca de sentido? Pero ¿por qué no me dejo guiar por lo que vaya ocurriendo? Tendré que correr el sagrado riesgo del azar. Y sustituiré el destino por la probabilidad.
Pese a ello, los descubrimientos en la infancia, ¿se producirían como en un laboratorio donde se encuentra lo que debía encontrarse? ¿Fue entonces en la edad adulta cuando tuve miedo y creé la tercera pierna? Mas como adulto, ¿tendré el valor infantil de perderme? Perderse significa ir hallando y no saber qué hacer con lo que se va descubriendo. Con las dos piernas que andan, pero sin la tercera que asegura. Y quiero estar cautiva. No sé qué hacer con la aterradora libertad que puede destruirme. Pero, cuando estaba presa, ¿estaba contenta? ¿O había, y había, algo falso e inquieto en mi feliz rutina de prisionera? O había, y había, algo palpitante, a lo que estaba tan habituada que pensaba que latir era ser una persona. ¿Lo es? También, también…
Me siento tan asustada cuando me doy cuenta de que durante horas he perdido mi formación humana… No sé si tendré alguna otra para sustituir la perdida. Sé que habré de andarme con cuidado para no utilizar subrepticiamente una nueva tercera pierna que me brota tan fácilmente como el capín, y para no llamar a esa pierna protectora «una verdad».
Pero es que tampoco sé qué forma dar a lo que me ha ocurrido. Y sin dar una forma, nada existe para mí. ¡¿Y… y si en realidad nada ha existido?! ¿Quién sabe si nada me ha ocurrido? Solo puedo comprender lo que me ocurre, mas solo sucede lo que comprendo, ¿qué sé de lo demás? Lo demás no existe. ¡Quién sabe si nada ha existido! ¿Quién sabe si he sufrido solamente una lenta y gran disolución? ¿Y que mi lucha contra esa desintegración sea esta: la de intentar ahora darle una forma? Una forma circunscribe el caos, una forma da estructura a la sustancia amorfa; la visión de una carne infinita es la visión de los locos, pero si cortase yo la carne en pedazos y los distribuyese a lo largo de los días y según los apetitos, entonces no sería ya la perdición y la locura: sería nuevamente la vida humanizada.
La vida humanizada. Yo había humanizado demasiado la vida.
…
Clarice Lispector. Chaya Pinjasivna Lispector, conocida como Clarice Lispector, nació el 10 de diciembre de 1920, en Chechelnik, Ucrania. De origen judío, emigró a Brasil con su familia en 1922, adoptando el nombre portugués Clarice. Tras la pérdida de su madre a los diez años, inició su fascinante viaje literario.
En su adolescencia, Lispector se trasladó a Río de Janeiro, donde se sumergió en la lectura de autores destacados y comenzó a explorar su pasión por la escritura. Su debut literario llegó con "Cerca del corazón salvaje" a los veintiún años, obteniendo el premio Graça Aranha en 1943.
La vida de Lispector estuvo marcada por mudanzas constantes debido al trabajo diplomático de su esposo. Durante la Segunda Guerra Mundial, prestó servicios de enfermería en hospitales para soldados brasileños heridos. Tras separarse en 1959, regresó a Río de Janeiro y retomó su carrera periodística para independizarse.
A pesar de un trágico incidente en 1966 que la dejó con graves quemaduras, Lispector continuó escribiendo, publicando obras maestras como "La pasión según G. H." en 1963. Su original estilo, descrito como un "no-estilo," fusiona lírica, introspección y complejidad emocional.
Clarice Lispector falleció el 9 de diciembre de 1977, dejando un legado literario que despierta análisis y admiración. Su influencia se extiende más allá de las fronteras brasileñas, siendo comparada con figuras como Virginia Woolf y James Joyce. Su obra continúa inspirando ensayos y análisis críticos, y su impacto perdura, consolidándola como una de las autoras latinoamericanas más leídas y reconocidas en todo el mundo.