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La novela de Genji

La novela de Genji, un libro de Murasaki Shikibu

La novela de Genji, un libro de Murasaki Shikibu

Resumen del libro:

La novela de Genji transcurre a lo largo de medio siglo, con infinidad de personajes y aventuras, muchas galantes, en que el protagonista, hijo del emperador a quien han alejado del poder desde su infancia, pugna por recuperar sus derechos. Una vida repleta de luces y sombras, de maquinaciones de poder y de erotismo, que llenan el clásico más notable de cuantos quedaban por traducir a nuestra lengua. La novela de Genji preludia toda la gran literatura universal posterior, con un conocimiento extraordinario del alma humana, de su esencia trágica y cómica.

PRÓLOGO

Cuando toco el koto para mi propio solaz, bastante mal, por cierto, en la brisa fresca del anochecer, me preocupa que alguien pueda oírme y advertir que no hago más que «sumarme a la tristeza general». ¡Ay de mí! De modo que ahora mis dos instrumentos, el de trece cuerdas y el de seis, permanecen en un cuartucho miserable y negro de hollín, pero siempre con las cuerdas a punto. Debido a mi negligencia —olvidé, por ejemplo, hacer retirar los puentes en los días lluviosos—, han acumulado polvo y reposan entre el armario y un pilar.

Hay, también, dos armarios grandes llenos hasta los topes. Uno de ellos contiene viejos poemas y cuentos, convertidos hoy en refugio de incontables insectos que se mueven de un lado a otro de un modo tan desagradable que nadie se molesta ya en mirarlos; el otro rebosa de libros chinos olvidados desde que aquel que los atesoró abandonó este mundo. Cuando la soledad amenaza con abrumarme, saco uno o dos libros para ojearlos; pero mis sirvientas se reúnen a mis espaldas para murmurar:

—¿Qué clase de mujer lee libros chinos? ¡Ahí está la causa de sus desgracias! —repiten—. Antes ni siquiera estaba bien visto leer los sutras.

«Sí», quisiera replicarles, «¡pero no he conocido nunca a nadie que viviera más años por creer en tantas supersticiones como vosotras!» De todos modos, sería desconsiderado por mi parte, pues hay algo de verdad en lo que dicen.

Tanto en su Diario como en La novela de Genji, Murasaki lleva a cabo una búsqueda casi proustiana del tiempo perdido muy propia de una escritora que fue, por encima de todo, el «genio del deseo». Paradójicamente, el «resplandeciente» Genji es destruido por su propio anhelo incesante de la experiencia renovada del enamoramiento. Cuando la que, significativamente, ha sido llamada Murasaki, el verdadero amor de su vida, fallece como una reacción involuntaria al hecho de haber sido reemplazada en su corazón, Genji la sobrevive muy poco tiempo.

La novela de Genji está muy alejada de Proust en el tiempo, pero me pregunto si el «anhelo que no cesa» de Murasaki no constituye una analogía válida de la «búsqueda» de Proust. En Proust, el amor perece, pero los celos son eternos, y, por ello, el narrador sigue indagando en todos y cada uno de los afectos lésbicos de Albertine, aunque sus recuerdos de la amada difunta se hayan vuelto muy tenues. En Murasaki los celos deben ser reprimidos, pues la posesión exclusiva de un hombre por parte de una mujer es imposible.

Dudaría en afirmar que la perspectiva de La novela de Genji sea completamente femenina por la forma tan firme con que Murasaki se identifica con su héroe, el «resplandeciente Genji». Sin embargo, la exaltación del deseo por encima de su satisfacción a lo largo de la novela puede ser un indicio de que la visión masculina del amor sexual es esencialmente secundaria.

El auténtico triunfo de Murasaki, como el de Proust, reside en lo que podría llamarse un anhelo aglutinante, gracias al cual una nostalgia a la vez espiritual y estética ocupa el lugar de un orden social en total decadencia. Quien quiera ser un genio del deseo deberá ser, también, un maestro en la paciencia narrativa, y es asombroso con qué destreza varía la autora sus historias. (…)

La vasta narración romántica de Murasaki forma parte de la cultura inglesa desde que Arthur Waley completó su versión en 1933. Leí el Genji de Waley hace medio siglo, y he guardado de él impresiones muy vívidas, pero no había leído hasta ahora la traducción, muy distinta, de Edward Seidensticker, aunque data de 1976. Releer a Waley cotejándolo con Seidensticker resulta muy instructivo: el Genji es una obra tan espléndida y rica en matices que uno desearía disponer de muchas traducciones más. La alemana de Oscar Benl (1966) proporciona otra imagen del inmenso cuento de Murasaki, y enriquece al lector que desconozca tanto el japonés medieval como el moderno. Uno acaba por descubrir que el lenguaje de Murasaki es, para los japoneses contemporáneos, como para nosotros el inglés entre antiguo y medieval. Ni tan distante como el Beowulf, ni tan cercano como Chaucer; y de ahí que las traducciones modernas sean esenciales para los lectores corrientes.

La novela de Genji nos resulta sin duda más lejana culturalmente de lo que Waley, Seidensticker y Benl la hacen parecer, pero el genio literario tiene una capacidad única para la universalidad, y mientras leo sus versiones respectivas, experimento la ilusión poderosa de que Murasaki resulta tan accesible a mi comprensión como Jane Austen, Marcel Proust o Virginia Woolf. Austen es una novelística laica como Murasaki; a medida que se va desarrollando, la narración, un tanto ingenua y desmañada al principio, se parece cada vez más a una novela en el sentido más moderno del término, con una importante plétora de protagonistas. Hay casi cincuenta personajes principales, y no resulta fácil recordar quién se ha casado y cuándo, quién ha mantenido una relación sexual con tal o cual dama o caballero, o quién es el padre o la hija secretos de alguien. Al leer la versión de Seidensticker, de casi setecientas páginas (más fiel y completa que la de Waley, aunque no tan hermosa), el interés no decae nunca, pero resulta difícil no perderse. Genji, un príncipe imperial condenado al exilio interior entre plebeyos, es un personaje exuberante y apasionado, cuyos deseos, cambiantes e impacientes, no cesan jamás de encadenarse ni admiten obstáculos. Quizás sea más preciso hablar de «deseo» que de «deseos». Genji es un estado de deseo permanente, irresistible para las mujeres, extraordinariamente variadas, de la corte y de las provincias.

Y, sin embargo, no debemos considerar a Genji un don Juan, aunque ciertamente manifieste lo que lord Byron llamaba «movilidad del afecto». La propia Murasaki, a través de su narrador, demuestra claramente que encuentra a Genji más que simpático. El protagonista es un personaje que irradia luz, y que está destinado a ser emperador. Con todo, el eros de Murasaki, y de las principales autoras Heian que fueron sus contemporáneas, no era exactamente lo que nosotros entendemos por «amor romántico», pero en lo tocante a la obsesión, a la autodestrucción y a la determinación, o aparente inexorabilidad, las diferencias en la práctica eran muy pocas. Aunque todos los personajes de La novela de Genji son budistas, y, en consecuencia, han sido instruidos en la doctrina que condena el deseo por antonomasia, casi todos tienden a caer bajo sus efectos, y Genji más que ninguno. Todas y cada una de sus mujeres recurren a la renuncia, esa «virtud dolorosa», como la llamaba Emily Dickinson, después del desastre, mientras que el eternamente apasionado Genji lo hará sólo después de muchos desastres.

Genji, que nunca llegará a ser emperador, tiende a sentir un afecto repentino (y luego duradero) por mujeres de condición mediocre, repitiendo así la pasión de su padre imperial por su madre, que les llevó a ser expulsados de la corte por las intrigas de consortes más aristocráticas. Rota por esta experiencia, la madre de Genji muere cuando él es todavía un niño, y el anhelo con que el héroe busca la intimidad amorosa está claramente relacionado con esta pérdida prematura. Pero Murasaki, al igual que Cervantes, al que se anticipa en más de quinientos años, posee una ironía afilada. Su delicioso segundo capítulo, Hahaki-gi, nos presenta un coloquio pragmático entre Genji y tres cortesanos:

Huyendo de la lluvia, entraron en la estancia dos jóvenes más: el oficial de la guardia Una no Kami y el funcionario del Gabinete de los Ritos Shikibu no Yo. To no Chujo les dio la bienvenida pues sabía que ambos eran buenos aficionados a las intrigas amorosas y les puso al corriente del asunto que se debatía, al que se lanzaron acaloradamente. Aquella tarde se escucharon historias sorprendentes.

La novela de Genji – Murasaki Shikibu

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