Resumen del libro:
Zoe Valdés, una de las voces más contundentes de la literatura cubana contemporánea, nos presenta en “La nada cotidiana” una cruda y mordaz exploración de la vida en Cuba bajo el régimen castrista. Nacida en La Habana en 1959, Valdés ha desarrollado una prolífica carrera literaria que abarca desde la poesía hasta la novela, siendo una crítica incisiva de la realidad sociopolítica de su país natal. Su estilo, caracterizado por una prosa ágil y penetrante, combina la denuncia social con un profundo sentido del humor y una sensibilidad poética que capta la esencia de la cotidianidad cubana.
“La nada cotidiana” sigue la vida de Patria, conocida como Yocandra, una mujer que se enfrenta a la desilusión y al desencanto de un sistema que prometió una utopía revolucionaria pero que, en la práctica, se ha convertido en una pesadilla de precariedad y corrupción. A través de Yocandra, Valdés desenmascara uno de los mitos más celebrados de la revolución castrista: el sistema educativo. La protagonista obtiene un título en educación física no por asistir a clases o pasar exámenes, sino simplemente pagándolo. Este acto de corrupción no es un caso aislado, sino una muestra de cómo la economía cubana, tan empobrecida, ha normalizado la compraventa de títulos y favores.
La novela no se limita a la crítica política; Valdés construye un relato lleno de detalles cotidianos que revelan las luchas diarias del pueblo cubano. Las experiencias de Yocandra, desde las más triviales hasta las más significativas, reflejan la desesperanza y la resiliencia de una sociedad atrapada en un sistema fallido. Valdés aborda temas como la falta de libertades, la censura y la escasez con una narrativa que evita la arenga política directa, prefiriendo contar una historia rica en matices y personajes vívidos.
“La nada cotidiana” es una obra que trasciende la mera crítica social para convertirse en un testimonio humano de la vida en Cuba. La maestría de Valdés radica en su capacidad para transformar lo personal en universal, haciendo que las experiencias de Yocandra resuenen con cualquier lector que haya sentido alguna vez la frustración de vivir en un sistema opresivo. A través de su protagonista, la autora nos invita a reflexionar sobre la resiliencia y la esperanza, aun en medio de la nada cotidiana.
En resumen, “La nada cotidiana” de Zoe Valdés es una lectura esencial para entender la complejidad de la vida en Cuba durante el período revolucionario. Con su estilo incisivo y su aguda observación de la realidad, Valdés ofrece una visión honesta y conmovedora de las luchas diarias de su pueblo, convirtiendo lo cotidiano en una poderosa denuncia social.
1
Morir por la patria es vivir
Avoir peur de l’avenir, cela nous facilite la mort.
Tener miedo del futuro, eso nos facilita la muerte.
Marguerite Yourcenar.
Ella viene de una isla que quiso construir el paraíso. El fuego de la agresividad devora su rostro. Los ojos casi siempre húmedos, la boca suplicante como la de una estatua de bronce, la nariz afilada.
Ella es como cualquier mujer, salvo que abre los ojos a la manera de las mujeres que habitan las islas: hay una tranquila indiferencia en sus párpados. También tiene el cuerpo tenso, en contradicción con sus pupilas demasiado fluidas. No es verdaderamente bella, pero tiene algo… no sabríamos qué, quizás un rictus de ironía o bien un miedo extraordinario. Ella no cambia nunca, no cambiará. Morirá joven y con todos sus deseos.
—¿Cómo te llamas? —pregunta el Querubín.
Ella cree escuchar la voz de un angelote. Y no responde. El mar informe está detrás de sus pensamientos. De pronto había olvidado su nombre. Y también borra al angelote.
Todo se ha vuelto opaco alrededor de su cuerpo. Sus piernas no responden a la orden de avanzar. Ella levita. Sus piernas no existen. ¿Y ella, ella existe?
Tiene hambre y nada qué comer. Su estómago comprende muy bien que debe resistir. En su isla, cada parte del cuerpo debía aprender a resistir. El sacrificio era la escena cotidiana, como la nada. Morir y vivir: el mismo verbo, como por ejemplo reír. Sólo que se reía para no morir a causa del exceso de vida obligatoria.
El espacio se transforma en nube blanca, pura. Podríamos imaginar un muro que acaba de ser pintado con lechada. Nadie se acerca a ella. Además, no hay nadie. Ni siquiera un espíritu. Salvo ella. Creyendo todavía que existe.
Muy ligera, siempre levitando, encuentra un espejo redondo y, para pasar el tiempo, refleja su sexo en el azogue. Ciertamente es una hembra. Por una pequeña cicatriz de seis puntos entre la vulva y el ano ha comprendido, recuerda, haber tenido hijos. ¿Cuántos? No sabe. Su memoria es un gigantesco jardín de péndulos, los tics-tacs y las campanadas impiden que tenga recuerdos. Ideas, ideas muy raras, malsanas, pasan por el hilo del pensamiento. Ideas y sensaciones creadas al instante. Un abanico de imágenes la obliga a aspirar, está gravemente drogada. Ella ama el gusto de la fuga, del viaje al vacío.
Cuando regresa al estado normal llora sin lágrimas, pero su mirada tiene un brillo hidráulico. El líquido salado no corre por sus mejillas. Ella lloriquea acariciando sus manos congeladas. En el momento que cree que debe partir pierde las fuerzas… Siempre habrá que partir y perder la fuerza, la esperanza… Perderse… Nosotros mismos… Uno debe partir… Allá habrá eternamente un sitio, un país que nos espera… Una nada que nos espera… Una nada enternecedora.
…