Resumen del libro:
La mujer y el pelele es una novela erótica del escritor francés Pierre Louÿs. La obra transcurre en Sevilla a finales del siglo XIX y narra el amor de Don Mateo por Conchita, personaje que forma parte de esa estirpe de mujeres fatales y casi diabólicas.
La novedad que presenta La mujer y el pelele es la crueldad con que es tratado el hombre que sucumbe ante una joven de la cual el lector también se enamora rápidamente. Conchita Pérez es la representación de la mujer que con absoluta libertad elige con qué hombre quiere estar y cuándo.
La obra es considerada uno de los grandes clásicos de la narrativa erótica del siglo xx.
INTRODUCCIÓN
Un Ángel pasa…
Dedico esta introducción a aquellos alumnos que supieron entender que la literatura, contrariamente a lo que se suele transmitir en las aulas, mucho tiene que ver con la vida.
I. PIERRE LOUŸS Y EL CONTEXTO «FIN DE SIGLO»
POR su ambientación en la España del XIX, el relato titulado La Femme et le pantin (1898) [La mujer y el pelele] parece más próximo al exotismo romántico de Carmen (Mérimée, 1845) que a las búsquedas formales parnasianas, cuya huella se hace, por el contrario, patente en las obras de Louÿs de perfil más clasicista, como sugieren los títulos de Astarté, Los cantos de Bilitis, Afrodita, Byblis… Sin embargo, una lectura analítica de La mujer y el pelele, revelará la presencia de rasgos que vinculan esta «novela española» no sólo al realismo experimental del naturalismo, sino también a idearios tan alejados del exotismo popular y costumbrista como pueden ser el decadente y el simbolista. Incluso podría decirse que, concebida en la encrucijada de las estéticas finiseculares, esta obra se alimenta de la riqueza y contradicciones del momento histórico que la ve nacer para bucear en el abismo de la naturaleza misma de la relación amorosa, adelantándose, con sombría lucidez, a las teorías del deseo que abrirán el siglo XX.
De igual modo, el lector se percatará muy pronto de la actualidad de La mujer y el pelele, no tanto por el tema, que al fin y al cabo es eterno, como por un enfoque que incita a reflexionar sobre los grandes interrogantes que, hoy en día, plantea la llamada «violencia de género».
Pero para comprender el alcance de la originalidad de Pierre Louÿs, se hace necesario recordar el contexto en el que nace y se desarrolla su producción literaria.
1. La crisis de 1870 y su complejo legado
Al igual que Paul Claudel, André Gide, Paul Valéry o Marcel Proust, Pierre Louÿs pertenece a una generación, la de 1870, que crece en un contexto de crisis profundamente marcado por los dramáticos sucesos acontecidos a principios de la década de los setenta: caída del Segundo Imperio tras la derrota de Sedan frente a los prusianos; sitio de París; firma del armisticio por el que Francia pierde los territorios de Lorena y Alsacia; sangrienta represión de la Comuna de París. Con este nombre se designa el efímero gobierno federalista —de 73 días de vida— instaurado en la capital francesa a raíz de la insurrección popular del 18 de marzo de 1871. Hostil a la capitulación ante al enemigo invasor, la Comuna se enfrentó a la Asamblea nacional, que se había refugiado en Versalles después de la firma del armisticio. Pero desorganizada y falta de disciplina, sucumbió ante las fuerzas lideradas por Thiers, reforzadas por las tropas artilleras de Mac-Mahon. Durante la «semana sangrienta» del 21 al 27 de mayo, murieron 877 «versalleses» y 25.000 federados (en combate o fusilados); hubo, además, 40.000 prisioneros que, en su mayoría, fueron deportados a Nueva Caledonia mientras que algunos tuvieron que esperar a 1880 para ser amnistiados por el Ministerio de Jules Ferry. Puede, por tanto, decirse que esta represión alcanzó proporciones terribles y sin precedentes. El movimiento revolucionario de la Comuna de París fue enarbolado por Marx y Lenin como uno de los símbolos del levantamiento del proletariado contra la burguesía capitalista. En el ambiente artístico francés, la Comuna suscitó violentas oposiciones pero también apasionadas adhesiones, como la del pintor Gustave Courbet, presidente de un movimiento de intelectuales federalistas del que formaron parte insignes artistas de la talla de Manet, Daumier, Corot o Millet. En cuanto a los escritores, las reacciones son diversas, desde los indiferentes o más apegados al Arte que a la política, como Flaubet, Gautier o De Lisle, hasta los republicanos, como Anatole France o Zola, los monárquicos como Barbey d’Aurevilly o Alphonse Daudet… Entre las obras que se inspirarán en los acontecimientos de 1871 destacan La Débâcle (1892) de Zola o Contes du lundi, de Alphonse Daudet (1873). Los más comprometidos —Jules Vallès y Victor Hugo— enarbolarán la bandera de los vencidos y de la rebelión.
Tras los episodios sangrientos, la promulgación definitiva de la Tercera República parece aportar cierta estabilidad a pesar de algunas incertidumbres en el mundo de las finanzas o crisis políticas tan notorias como el Boulangisme (1888-1889), ligado al nacionalismo antiparlamentario, el escándalo de Panamá (1892) y, sobre todo, el penoso «caso Dreyfus» (1897-1899), uno de los acontecimientos políticos más graves de la Tercera República que dividió a los franceses en dos facciones: por un lado, la derecha nacionalista, conservadora, antisemita y clerical (Liga de la patria francesa) y, por el otro, una izquierda que aglutinó a socialistas, republicanos moderados, radicales, intelectuales o antimilitaristas (Liga de los Derechos Humanos). En el plano económico, los vientos no parecen ser muy favorables, sobre todo a partir de 1860, de modo que la Francia industrializada conoce una de sus depresiones más graves, si bien la situación mejora hacia 1895 y se mantiene hasta 1914.
En este ambiente de inestabilidad política, económica y social, el papel del escritor o del intelectual cobra gran relevancia, como en el caso de Victor Hugo y de Émile Zola, convertidos en notables ejemplos del compromiso ideológico. Enemigo acérrimo de Napoleón III, al que ridiculiza con el apelativo de «Napoleón el pequeño», Hugo ha conocido las amarguras del exilio, pero a su regreso, y hasta su muerte acontecida en 1885, seguirá ejerciendo una gran influencia en el cada vez más complejo panorama literario. Por su parte, Zola hace público su compromiso defendiendo a Dreyfus —injustamente condenado por espionaje a favor de Alemania— en la célebre carta-panfleto J’accuse [Yo acuso] que le valió una condena de un año de prisión y una multa considerable. La carta de Zola será publicada en L’Aurore en 1898, año en el que Louÿs da a conocer La mujer y el pelele.
El escenario de crisis e incertidumbres en el que se gestan las obras de Pierre Louÿs coincide con el período denominado «fin de siècle» [fin de siglo] que, sin que exista unanimidad en su delimitación temporal1, puede ser considerado como privilegiado testigo del estallido que afecta a las formas artísticas y literarias, y cuya sorprendente fertilidad conceptual dejará una huella indeleble en la creación:
¿Cómo definir, cómo captar esta época en la que todo se mezcla, todo acaba, todo comienza a nacer? Es una serie de propuestas sin un después, una explosión, un hervidero, una ruptura y un respiro. Ya nada se mantiene cohesionado, todo se desagrega e intenta surgir2.
Lo cierto es que este «fin de siglo» aglutina los sentimientos más contrapuestos, tanto los negativos, engendrados en gran medida por la filosofía pesimista de Schopenhauer, como los entusiastas, inmersos en el mito del progreso, privilegiado signo de la modernidad. Sin embargo, de la crisis heredada de 1870 y del rechazo del positivismo, nace, en el dolor y el hastío, la conciencia de un declive, de un final próximo y, en especial, de la degeneración que amenaza a las razas occidentales con las leyes inexorables de taras y enfermedades hereditarias que afectan tanto al cuerpo como al espíritu o la mente. En el arte y la literatura, el gusto por los excesos y la exageración característicos del naturalismo y de la decadencia coexistirá no sólo con la emergencia de un nuevo fantástico que subvierte los límites de la realidad y de la razón sin recurrir necesariamente al mundo de lo sobrenatural, sino también con una nueva espiritualidad atraída por el más etéreo misterio. A su vez, ésta no tardará en dar paso a un vitalismo regenerador.
Si bien la vida de Louÿs se prolonga de 1870 a 1925, su producción literaria más conocida y difundida abarca tan sólo una década, entre 1890 y 1901, año en el que inicia su retiro, a las puertas de la despreocupada Belle Époque. A partir de entonces, su escritura adquiere una dimensión privada e incluso secreta. Puede, por tanto, decirse que su obra pertenece de lleno a este periodo «fin de siglo» que, en su profusión misma, es uno de los más fascinantes de la historia de la literatura francesa.
2. Culto a la forma y «nueva mujer»
Alrededor de 1870, irrumpe con fuerza un grupo de poetas detractores de las efusiones del sentimentalismo romántico y defensores de la perfección formal como premisa del verso innovador. Impulsado por Catulle Mendès (anticomunero partidario del orden) y por Louis-Xavier de Ricard, nace Le Parnasse contemporain (El Parnaso contemporáneo), título de los tres volúmenes de poemas editados por Lemerre (1866, 1871, 1876). El Parnaso, que toma el relevo de la Revue Fantaisiste, está destinado a ser un importante foro, en el tránsito del romanticismo al simbolismo, ya que acoge a escritores como Théophile Gautier, Leconte de Lisle, Théodore de Banville, José María de Heredia, Léon Dierx, François Coppée, Catulle Mendès, Sully Prudhomme… y, también, Baudelaire, Verlaine, Mallarmé…
El culto a la forma, concebida como la esencia misma del arte, parece ser la principal vocación de la poesía parnasiana que sus opositores consideran demasiado fría e impersonal. Con Petit traité de poésie française de 1872 (Pequeño tratado de poesía francesa), Banville ensalza una rima contraria a los excesos del romanticismo y a la expresión de las pasiones, la moral o las doctrinas sociales y políticas.
Théophile Gautier (1811-1872) es, sin duda, el precursor teórico del ideario parnasiano. Sienta las bases del «arte por el arte», dando prioridad a lo artificial al defender, en el famoso Prefacio a su novela Mademoiselle de Maupin (1835), el carácter «inútil» del arte: «No es realmente bello sino aquello que no sirve para nada; todo lo que es útil es feo, ya que es la expresión de alguna necesidad y las del hombre son innobles y repugnantes, como su pobre y enferma naturaleza». Y añadirá: «Sólo lo superfluo es necesario». Con Mademoiselle de Maupin, Gautier suscitará grandes elogios entre los decadentes mientras que su poética sintonizará con las propuestas estéticas de Baudelaire y con los artificios de finales de siglo. En este sentido, puede considerarse Émaux et Camées (1852; 1872) [Esmaltes y camafeos] como un conjunto de preciosas joyas poéticas que erigen al Poeta como escultor y orfebre. De la obra de este autor, conviene también citar los escritos inspirados de su interés por España: el relato Tras los montes (1843) o los poemas de España (1845), entre los que destaca el titulado Carmen, escrito bajo la influencia de la inmortal obra de Mérimée:
Delgada es Carmen, trazo oscuro
Rodea sus ojos de gitana.
Negros, siniestros sus cabellos
La piel curtida por el diablo
[…] Brota en el centro de su blancura
Una boca de risa triunfante;
Rojo pimiento, flor escarlata,
Toma su púrpura de la sangre.
…