La mujer desnuda
Resumen del libro: "La mujer desnuda" de Armonía Somers
La mujer desnuda es una novela deslumbrante, no sólo por su exquisita y a la vez rara prosa, sino por su capacidad de conjugar lo fantástico con una perspectiva feminista y filosófica en torno al eros. La protagonista, Rebeca Linke, se despierta en su treinta cumpleaños; se arranca la cabeza, se la vuelve a poner y se interna desnuda en el bosque. A partir de entonces irá encontrándose hombres, poblados, violencia, deseo, hambre, en una historia apoteósica, publicada en 1950, que roza el delirio. Muy adelantada a su tiempo, algunos la juzgaron obscena, no tanto por su tratamiento de la sexualidad como por la rabiosa crítica social, que lleva a cabo a través de los tabús. Somers es una de las grandes escritoras del siglo xx que fueron pasadas por alto o, mejor dicho, ignoradas por el mundillo literario. Al final de su vida logró lectores fieles y buenas críticas, pero recién ahora su obra está traduciéndose y valorándose por lo que realmente es: original, desafiante, experimental, poética y plástica. Hay que leerla. Lo digo sin miedo: es un clásico que descubrir. Mónica Ojeda.
PRÓLOGO
La cabeza, el cuerpo y el bosque
Que nadie se sienta incapaz de leer esta novela. Al revés, que todo el mundo se atreva a acercarse a ella. Saldríamos ganando.
Siempre he odiado los prólogos y también esas pequeñas introducciones de diez o quince minutos a cargo de los críticos con las que se presenta en la televisión la emisión de determinadas películas. Considero que la buena ficción, tanto literaria como audiovisual, merece que nos adentremos en el universo que recrea completamente desarmados, como si se tratara de un sueño en el que nos reconociéramos de pronto, sin protección ni antecedentes, al habernos quedado dormidos. Esa es la única manera de que el mensaje de la obra impacte en nosotros y nos hiera, para devolvernos después a la realidad que habitamos mínimamente transformados.
Pocas cosas hay más valientes que enfrentarnos a la mentira sin armadura.
Así que bienvenidos a este sueño, el que en La mujer desnuda, publicada por primera vez en 1950, Armonía Somers (Uruguay, 1914-1994) describe para el lector; un viaje a medio camino entre el erotismo y el terror, tanto el uno como el otro nada maniqueos, mimbres de un ejercicio que no persigue enseñar, sino descubrir, y que para ello impone una condición no negociable: la supresión de todos los filtros de percepción adquiridos.
Rebeca Linke acaba de cumplir treinta años y, para celebrarlo e interrogarse acerca de lo que el acontecimiento supone, decide pasar la noche en una finca que linda con un inmenso y oscuro bosque. Allí, nada más llegar y ante la dificultad para conciliar el sueño, mientras contempla el paisaje nocturno a través del estor que ciega a medias la ventana de su habitación, decide cortarse la cabeza y, tras colocársela de nuevo sobre los hombros, aventurarse desnuda al exterior.
Este es el planteamiento de partida de una historia cimentada sobre tres conceptos que adquieren entre sus páginas la categoría de símbolos: la cabeza, el cuerpo y el bosque; tres estrellas brillantes que, como los mechones bien cepillados de una trenza, Somers entreteje con un notable sentido del ritmo y una interesante influencia de su tiempo —la lectura nos remitirá desde el inicio al estilo onírico de los relatos de Clarice Lispector y a El bosque de la noche (1936), de Djuna Barnes, pero también a la crudeza del cine más experimental de Buñuel, que tiene su máximo exponente en El perro andaluz (1929), y al terror que William Hope Hodgson supo ligar como nadie a las formas y colores de la naturaleza en La casa del confín de la tierra (1908).
Empecemos por la cabeza y esa decapitación casi involuntaria, más instintiva que consciente, y al fin y al cabo reversible, sin la que Rebeca no hubiera podido comenzar su periplo. ¿Qué significa? ¿No representa acaso una especie de bautismo, el rito con el que Armonía Somers le regala a su personaje —y por extensión a su mirada de autora y a la nuestra de indiscretos voyeurs— un nuevo principio limpio de connotaciones y experiencias previas?
Y es que esa es, sin duda, una de las pretensiones más loables de La mujer desnuda, su ansia de «desaprender», de vaciar nuestro cerebro (y no hay manera más gráfica de hacerlo que la decapitación) para permitir luego, al recuperarlo, que lo previamente percibido nos impresione otra vez, desintoxicado del conocimiento anterior y el prejuicio, incluido el propio cuerpo, como le sucede a Rebeca al reencontrarse con él tras la traumática y reparada amputación: «Cuando la caricia llegó hasta los pechos tuvo la sensación de descubrirse después de una inmensidad de olvido».
Encierran las primeras páginas de la novela de Somers un interés por dejar en la puerta de la ficción, sin permiso para participar de la misma, todo atisbo de convención social, porque esa es la única estrategia para liberar al lector de las ataduras morales, los miedos y la culpa y regalarle la historia como un campo de pruebas donde experimentar sin autocensurarse interpretaciones no previstas, en este caso sobre el sexo, el odio y las fronteras del deseo no solo físico, sino también mental.
Es en este punto de la narración cuando el cuerpo entra en escena, la figura desnuda y libre de Rebeca Linke se adentra en el bosque y se convierte en una provocación para todo aquel que se cruza en su camino y, a diferencia de la mirada de la protagonista y de nuestra propia mirada, no ha sido bendecido con la bula de la autora para percibir la humanidad sin tamiz. Ante estos perfiles encadenados a la realidad, construida con un peso de milenios, Rebeca se rebela y adopta una actitud que interpela y provoca, que desafía: «Ven, toca, estoy desnuda. Tomé mi libertad y salí. He dejado los códigos atrás, las zarzas me arañaron por eso».
¿Por qué nos cuesta aceptar a quien, a pesar de no hacer daño a nadie, se niega a actuar según unas reglas a menudo incomprensibles, asumidas simplemente por la costumbre y la conveniencia de la imitación?
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Armonía Somers. (Pando, 7 de octubre de 1914 - Montevideo, 1 de marzo de 1994), fue una novelista y cuentista feminista uruguaya. Junto a la escritora Cristina Peri Rossi, es una de las cuentistas contemporáneas más destacadas de Uruguay a partir de la década de 1950.
En varios de sus trabajos se puede observar una mirada transgresora, visión que comparte con otras literatas como la chilena María Luisa Bombal o la brasileña Clarice Lispector. Armonía Somers incursionó en temas generalmente inéditos para su época adscritos al «realismo tenso y exasperado» que incluyó elementos dicotómicos entre lo marginal y privilegiado con acercamientos al postmodernismo y feminismo. Adicionalmente, es incluida junto a Silvina Ocampo, Luisa Mercedes Levinson, Gloria Alcorta, Griselda Gámbaro, Luisa Valenzuela, Amalia Jamilis, Elena Garro o Cristina Peri Rossi, dentro de aquellas escritoras que abordan lo «insólito-absurdo-extraño».