La máquina de follar

Resumen del libro: "La máquina de follar" de

Charles Bukowski se dio a conocer en España con sus «relatos de locura cotidiana», publicados en dos tomos: Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y La máquina de follar, que le valieron una inmediata popularidad. Su obra ha provocado, entre otros, los siguientes comentarios:

«Un maestro de la sátira anarquista. Una leyenda viviente» (New York Review of Books).

«Los más honestos, directos, iluminadores e importantes relatos publicados en este país en los últimos 20 años» (San Francisco Chronicle).

«Un humor sardónico que a veces da la impresión de que W. C. Fields se haya reencarnado como escritor» (Rolling Stone Magazine).

«Bukowski. Considerado por muchos como el mejor escritor americano. Y por otros posiblemente el peor. Yo estoy entre los primeros» (Jim Christy, Toronto Hobe).

«Un profeta de nuestro tiempo» (The New York Times Book Review).

«Ha dejado a Jack Kerouac muy lejos… Escribiendo se parece a Charlie Parker tocando jazz» (Die Welt).

«Chirriantes exposiciones de un escéptico revolucionario… Es el cam­peón mundial de los escritores peso pesado» (Der Spiegel).

«Corred enseguida a comprarlo, sin duda tendréis uno de los mejores impactos de vuestra vida» (Cavanna, Charlie Hebdo).

Libro Impreso EPUB

Tres mujeres

Linda y yo vivíamos justo frente al parque McArthur, y una noche que estábamos bebiendo vimos por la ventana que caía un hombre. una visión extraña, parecía un chiste, pero no era ningún chiste pues el cuerpo se estrelló en la calle. «dios mío», le dije a Linda, «¡se espachurró como un tomate pasado! ¡no somos más que tripas y mierda y material pegajoso! ¡ven! ¡ven! ¡míralo!». Linda se acercó a la ventana, luego corrió al baño y vomitó. luego volvió. me volví y la miré. «te lo digo de veras, querida, es exactamente igual que un gran cuenco de espaguettis y carne podrida, aderezado con una camisa y un traje rotos!». Linda volvió corriendo al baño y vomitó otra vez.

me senté y seguí bebiendo vino. pronto oí la sirena. lo que necesitaban en realidad era el departamento de basuras. bueno, qué coño, todos tenemos nuestros problemas. yo no sabía nunca de dónde iba a venir el dinero del alquiler y estábamos demasiado enfermos de tanto beber para buscar trabajo. cuando nos preocupábamos, lo único que podíamos hacer para eliminar nuestras preocupaciones era joder. esto nos hacía olvidar un rato. jodíamos mucho y, para suerte mía, Linda tenía un polvo magnífico. todo aquel hotel estaba lleno de gente como nosotros, que bebían vino y jodían y no sabían después qué. de vez en cuando, uno de ellos se tiraba por la ventana. pero el dinero siempre nos llegaba de algún sitio; justo cuando todo parecía indicar que tendríamos que comernos nuestra propia mierda, una vez trescientos dólares de una tía muerta, otra un reembolso fiscal demorado. otra vez, iba yo en autobús y en el asiento de enfrente aparecen aquellas monedas de cincuenta centavos. yo no sabía, ni lo sé todavía, qué significaba aquello, quién lo había dejado allí. me cambié de asiento y empecé a guardarme las monedas. cuando llené los bolsillo, apreté el timbre y bajé en la primera parada. nadie dijo nada ni intentó detenerme. en fin, cuando estás borracho, sueles ser afortunado; aunque no seas un tipo de suerte, puedes ser afortunado.

pasábamos siempre parte del día en el parque mirando los patos. te aseguro que cuando andas mal de salud por darle sin parar a la botella y por falta de comida decente, y estás cansado de joder intentando olvidar, no hay como irse a ver los patos. quiero decir, tienes que salir del cuarto, porque puedes caer en la tristeza profunda profunda y puedes verte en seguida saltando por la ventana. es más fácil de lo que te imaginas. así que Linda y yo nos sentábamos en un banco a mirar los patos. a los patos les da todo igual, no tienen que pagar alquiler, ni ropa, tienen comida en abundancia, les basta con flotar de aquí para allá cagando y graznando. picoteando, mordisqueando, comiendo siempre. de cuando en cuando, de noche, uno de los del hotel captura un pato, lo mata, lo mete en su habitación, lo limpia y lo guisa. nosotros lo pensamos pero nunca lo hicimos. además es difícil cogerlos; en cuanto te acercas ¡SLUUUSCH! una rociada de agua y el cabrón se fue… nosotros solíamos comer pastelitos hechos de harina y agua, o de vez en cuando robábamos alguna mazorca de maíz (había un tipo que tenía un plantel de maíz) no creo que llegase a conseguir comer ni una mazorca, y luego robábamos siempre algo en los mercados al aire libre… me refiero a las tiendas que tienen mercancías expuestas a la puerta; esto significaba un tomate o dos o un pepino pequeño de cuando en cuando, pero éramos ladronzuelos, raterillos, y nos basábamos sobre todo en la suerte. los cigarrillos era más fácil, te dabas un paseo de noche y siempre alguien dejaba la ventanilla de un coche sin subir y un paquete o medio paquete de cigarrillos en la guantera. en fin nuestros auténticos problemas eran la bebida y el alquiler. y jodíamos y nos preocupábamos por esto.

y como siempre llegan los días de desesperación total, llegaron los nuestros. no había vino, no había suerte, ya no había nada. no había crédito de la casera ni de la bodega. decidí poner el despertador a las cinco y media de la mañana y bajar al Mercado de Trabajo Agrícola, pero ni siquiera el despertador funcionó bien. se había estropeado y yo lo había abierto para arreglarlo. tenía un muelle roto y el único medio que se me ocurrió de arreglarlo fue romper un trozo y enganchar de nuevo el resto, cerrarlo y darle cuerda. ¿queréis saber lo que les pasa a los despertadores, y supongo que a toda clase de relojes, si les pones un muelle más pequeño? os lo diré: cuanto más pequeño sea el muelle, más deprisa andan las manecillas. era una especie de reloj loco, os lo aseguro, y cuando nos cansábamos de joder para olvidar las preocupaciones, solíamos contemplar aquel reloj e intentar determinar la hora que era realmente. y veías correr aquel minutero… nos reíamos mucho.

luego, un día, tardamos una semana en adivinarlo, descubrimos que el reloj andaba treinta horas por cada doce horas reales de tiempo. y había que darle cuerda cada siete u ocho, porque si no se paraba. a veces despertábamos y mirábamos el reloj y nos preguntábamos qué hora sería.

—¿te das cuenta, querida? —decía yo— el reloj anda dos veces y media más deprisa de lo normal. es muy fácil.

—sí, pero ¿qué hora era cuando pusiste el reloj por última vez? —me preguntó ella.

—que me cuelguen si lo sé, nena, estaba borracho.

—bueno, será mejor que le des cuerda porque si no se parará.

—de acuerdo.

le di cuerda, luego jodimos.

así que la mañana que decidí ir al Mercado de Trabajo Agrícola no conseguí que el reloj funcionase. conseguimos en algún sitio una botella de vino y la bebimos lentamente. yo miraba aquel reloj, sin entenderlo, temiendo no despertar. simplemente me tumbé en la cama y no dormí en toda la noche. luego me levanté, me vestí y bajé a la calle San Pedro. había demasiada gente por allí, paseando y esperando. vi unos cuantos tomates en las ventanas y cogí dos o tres y me los comí. había un gran cartel: SE NECESITAN RECOGEDORES DE ALGODON PARA BAKERSFIELD. COMIDA Y ALOJAMIENTO. ¿qué demonios era aquello? ¿algodón en Bakersfield, California? pensé en Eli Whitney y el motor que había eliminado todo aquello. luego apareció un camión grande y resultó que necesitaban recogedores de tomates. bueno, mierda, me fastidiaba dejar a Linda en aquella cama tan sola. no la creía capaz de dormir sola mucho tiempo. pero decidí intentarlo. todos empezaron a subir al camión. yo esperé y me aseguré de que todas las damas estaban a bordo, y las había grandes. cuando todos estaban arriba, intenté subir yo. un mejicano alto, evidentemente el capataz, empezó a subir el cierre de la caja: «¡lo siento, señor, completo»! y se fueron sin mí.

eran casi las nueve y el paseo de vuelta hasta el hotel me llevó una hora. me cruzaba con mucha gente bien vestida y con expresión estúpida. estuvo a punto de atropellarme un tipo furioso con un Caddy negro. no sé por qué estaba furioso. quizás el tiempo. hacía mucho calor. cuando llegué al hotel, tuve que subir andando porque el ascensor quedaba junto a la puerta de la casera y ella andaba siempre jodiendo con el ascensor, limpiándolo y frotándolo, o simplemente allí sentada espiando.

eran seis plantas y cuando llegué oí risas en mi habitación. la zorra de Linda no había esperado mucho. en fin, le daré una buena zurra y también a él. abrí la puerta.

eran Linda, Jeannie y Eve.

—¡querido! —dijo Linda. se acercó a mí. estaba toda elegante, con zapatos de tacón alto. me dio un montón de lengua cuando nos besamos.

—¡Jeannie acaba de recibir su primer cheque del desempleo y Eve está en la ayuda a los desocupados! ¡estamos celebrándolo!

había mucho vino de Oporto. entré y me di un baño y luego salí con mis pantalones cortos. me gusta mucho enseñar las piernas. nunca he visto unas piernas de hombre tan grandes y vigorosas como las mías. el resto de mi persona no vale demasiado. me senté con mis raídos pantalones cortos y posé los pies en la mesita de café.

—¡mierda! ¡mirad esas piernas! —dijo Jeannie. —sí, sí —dijo Eve.

Linda sonrió.

me sirvieron un vaso de vino.

La máquina de follar – Charles Bukowski 

Charles Bukowski. Escritor americano, fue uno de los autores más influyentes en la literatura americana del siglo XX gracias a su estilo personal, transgresor y cargado de sentimientos en estado puro.

Nacido en Alemania y criado en la ciudad de Los Ángeles, Bukowski estudió periodismo sin llegar a terminar sus estudios. Tras esta etapa comenzó a escribir al tiempo que viajaba por los Estados Unidos realizando todo tipo de trabajos. Fue después de sufrir un colapso debido a una úlcera sangrante que comenzó a escribir poesía. La mayor parte de esta época (años 50) fue descrita por Bukowski en varios de sus relatos autobiográficos.

Durante la década de los 60, Bukowski trabajó como cartero y comenzó a publicar sus escritos en revistas como The Outsider y a colaborar para medios independientes como Open City o Los Ángeles Free Press.

En 1969 decidió dedicarse en exclusiva a la escritura gracias a la confianza mostrada por su editor John Martin. Su primera obra, El Cartero, fue publicada ese mismo año. A esa novela seguirían otras tan famosas como Factótum, Hollywood o Pulp, además de numerosas antologías como La máquina de follar o Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones; también hay que destacar las recopilaciones de sus artículos en prensa como Lo que más me gusta es rascarme los sobacos.

La obra de Bukowski influyó tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo y su obra fue traducida a más de doce idiomas. Su vida inspiró la película Ordinaria locura y también Barfly, cuyo guión fue escrito por el propio autor.

Charles Bukowski murió en San Pedro el 9 de marzo de 1994.