La maldición de Hill House

Resumen del libro: "La maldición de Hill House" de

“La maldición de Hill House” es una obra maestra del género de terror psicológico escrita por Shirley Jackson. Publicada por primera vez en 1959, la novela ha dejado una huella duradera en la literatura contemporánea y ha influido en numerosos autores del género desde entonces.

La historia sigue a Eleanor Vance, una mujer solitaria y emocionalmente frágil, que acepta una invitación para pasar un tiempo en Hill House, una mansión antigua y supuestamente encantada. Junto a Eleanor, están el doctor Montague, un investigador del fenómeno paranormal, y otros dos personajes, Theodora y Luke, quienes también han sido convocados para explorar los misterios de la casa.

Desde el momento en que Eleanor pone un pie en Hill House, la atmósfera se carga con una sensación palpable de malestar. Jackson emplea una prosa excepcional para crear una tensión constante a través de descripciones evocadoras y diálogos cargados de doble sentido. Los eventos sobrenaturales se suceden de manera sutil pero inquietante, mientras los límites entre la realidad y la fantasía se desdibujan gradualmente.

La verdadera fuerza de la novela radica en su habilidad para explorar los aspectos más oscuros de la mente humana. Eleanor, atormentada por sus propios demonios internos, se convierte en el centro de la historia. A medida que los sucesos paranormales se intensifican, el lector se sumerge en los pensamientos y las emociones de Eleanor, experimentando su creciente desesperación y su lucha por aferrarse a la cordura.

La maldición de Hill House es un tour de force narrativo que desafía las convenciones del género de terror. A diferencia de muchas historias de casas encantadas, la novela no se apoya únicamente en el miedo y los sustos superficiales. En cambio, Shirley Jackson utiliza el entorno tenebroso de Hill House para explorar temas más profundos, como el aislamiento, la soledad y la fragilidad mental.

La construcción de la trama es magistral. La tensión aumenta gradualmente hasta llegar a un clímax desgarrador que dejará a los lectores con la piel de gallina. Sin embargo, lo más impactante de “La maldición de Hill House” es su capacidad para perdurar en la mente del lector mucho después de haber cerrado el libro. Shirley Jackson logra sembrar una semilla de inquietud que germina y se expande en la imaginación del lector, dejando una marca indeleble.

En conclusión, “La maldición de Hill House” es una novela que trasciende el género del terror, convirtiéndose en una exploración profunda de la psicología humana y una obra maestra de la literatura. Shirley Jackson demuestra su maestría en la creación de una atmósfera inquietante y en la construcción de personajes complejos y fascinantes. Esta novela sigue siendo un referente indiscutible para los amantes del género y una lectura obligada para aquellos que buscan una historia que los haga cuestionar su propia percepción de la realidad.

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Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo durante mucho tiempo en unas condiciones de realidad absoluta; incluso las alondras y las chicharras, suponen algunos, sueñan. Hill House, nada cuerda, se alzaba en soledad frente a las colinas, acumulando oscuridad en su interior; llevaba así ochenta años y así podría haber seguido otros ochenta años más. En su interior, las paredes mantenían su verticalidad, los ladrillos se entrelazaban limpiamente, los suelos aguantaban firmes y las puertas permanecían cuidadosamente cerradas; el silencio empujaba incansable contra la madera y la piedra de Hill House, y lo que fuera que caminase allí dentro, caminaba solo.

John Montague era doctor en filosofía; se había especializado en antropología, intuyendo vagamente que dicho campo sería el que mejor le permitiría acercarse a su verdadera vocación: el análisis de manifestaciones sobrenaturales. Se mostraba escrupuloso en el uso de su título pues, al ser la suya una investigación pronunciadamente acientífica, esperaba al menos que su educación le brindase cierto aire de respetabilidad, cuando no de autoridad académica. Ya que no era hombre dado a pedir, le había resultado costoso, tanto en dinero como en orgullo, alquilar Hill House por un período de tres meses, pero esperaba que el revuelo que pretendía causar con la publicación de su obra definitiva acerca de las causas y efectos de las perturbaciones psíquicas que afectan lo que comúnmente conocemos como casas «encantadas», recompensara plenamente sus sinsabores. Llevaba toda la vida buscando una genuina casa encantada. Cuando oyó hablar por primera vez de Hill House, se mostró en principio cauteloso; luego, esperanzado; y finalmente, infatigable; una vez la hubo encontrado, no estaba dispuesto a permitir que se le escapase.

En lo que a la casa se refiere, las intenciones del doctor Montague estaban inspiradas en los métodos empleados por los intrépidos cazafantasmas del siglo XIX; sencillamente se alojaría en Hill House, a ver qué pasaba. Su intención, en un primer momento, había sido seguir el ejemplo de aquella anónima dama que se trasladó a Ballechin House y organizó una fiesta continua para creyentes y escépticos que se prolongó durante todo un verano y cuyas principales atracciones fueron jugar al cróquet y buscar espectros. Hoy en día, sin embargo, resulta bastante más difícil encontrar creyentes, escépticos y buenos jugadores de cróquet, por lo que el doctor Montague se vio obligado a contratar ayudantes. Quizá las ociosas costumbres de la vida victoriana se plegaran mejor a las necesidades de la investigación psíquica, o quizá la meticulosa documentación de fenómenos como método para determinar una realidad fuese un sistema prácticamente desaparecido; el caso es que el doctor Montague no sólo tuvo que contratar ayudantes, sino que además tuvo que buscarlos antes.

Ya que se tenía a sí mismo por hombre cuidadoso y concienzudo, dedicó un considerable período de tiempo a dicha búsqueda. Peinó los archivos de sociedades psíquicas, los ficheros de periódicos sensacionalistas, los informes de parapsicólogos, y acabó confeccionando un listado de nombres de individuos que se hubieran visto implicados, de un modo u otro, en uno u otro momento, en algún tipo de fenómeno paranormal, sin importar lo breve o dudoso del caso. De esta lista, eliminó en primer lugar los nombres de los fallecidos. Cuando hubo tachado asimismo los nombres de aquellos individuos que le parecieron de inteligencia por debajo de lo normal, los de los cazadores de publicidad y los de aquellos sencillamente inadecuados debido a su evidente tendencia a ser el centro de atención, le quedaba quizá una docena de nombres. A continuación, cada una de estas personas recibió una carta del doctor Montague en la que este le extendía una invitación a pasar todo el verano, o parte de él, en una cómoda casa de campo, vieja, pero perfectamente equipada con agua corriente, electricidad, calefacción central y ropa de cama limpia. El propósito de su estancia, exponía claramente la carta, era observar y analizar ciertas habladurías desagradables que llevaban circulando prácticamente durante los ochenta años de existencia de la casa. Las cartas del doctor Montague no afirmaban abiertamente que Hill House estuviera encantada, porque el doctor Montague era hombre de ciencia y no pensaba fiarse demasiado de su suerte sin haber experimentado antes una genuina manifestación psíquica. En consecuencia, sus cartas tenían cierta dignidad ambigua, calculada para capturar la imaginación de un tipo muy determinado de lector. A su docena de cartas, el señor Montague recibió cuatro respuestas; presumiblemente los otros ocho candidatos debían de haberse mudado sin dejar una nueva dirección a la que remitirles la correspondencia o posiblemente hubieran perdido el interés por lo sobrenatural; quizá ni siquiera hubieran existido jamás. El doctor Montague volvió a escribir a los cuatro que respondieron, indicándoles un día específico en el que la casa quedaría oficialmente lista para ser ocupada, e incluyendo instrucciones detalladas sobre cómo llegar hasta ella, pues, tal y como se vio obligado a explicarles, era complicado obtener información acerca del paradero de la casa, particularmente entre la comunidad rural que la rodeaba. El día antes de partir para Hill House, el doctor Montague fue persuadido para que aceptara entre su selecta compañía a un representante de la familia propietaria de la casa, y recibió un telegrama de uno de sus candidatos, que se echaba atrás con una excusa claramente inventada. Otro de ellos nunca llegó a presentarse ni a escribir, quizá debido a la intervención de algún ineludible problema personal. Los otros dos sí que aparecieron.

La maldición de Hill House: Shirley Jackson

Shirley Jackson. Nació el 14 de diciembre de 1916 en San Francisco y murió el 8 de agosto de 1965. Fue una escritora de cuentos y novelista estadounidense especializada en el género de terror. Influyó grandemente en autores como Stephen King, Nigel Kneale y Richard Matheson.

Hija de Leslie y Geraldine Jackson. En 1939 se mudaron a Rochester, Nueva York. Shirley asistió a la universidad de dicha ciudad. Luego se graduó en la Universidad de Syracuse, en 1940. En esta universidad había estado muy involucrada en las revistas estudiantiles. Allí conoció a su futuro marido, Stanley Edgar Hyman, quien llegaría a ser notable crítico literario.

Su relato más conocido es posiblemente The LotteryLa lotería», 1948, publicado en castellano por Ed. Edhasa, 1991), que sugiere la existencia de un tétrico y estremecedor submundo en las pequeñas ciudades de la América profunda. El cuento fue publicado el 28 de junio de 1948 en la revista The New Yorker y dio origen a cientos de conmocionadas cartas por parte de los lectores.

Aparte de sus novelas para adultos, Jackson escribió libros para niños: Nine Magic Wishes, y una obra teatral basada en el clásico Hansel y Gretel y titulada The Bad Children. En una serie de relatos breves (Life Among the Savages and Raising Demons) la autora presentó su vida familiar y la experiencia de criar a cuatro niños, modalidad que sería muy imitada entre amas de casa estadounidenses con veleidades literarias en los años 50 y 60.

En 1965, Shirley Jackson murió de un ataque al corazón mientras dormía, a la edad de 48 años. Se considera que el tratamiento que recibió durante toda su vida para remediar sus neurosis y enfermedades psicosomáticas pudo influir en este desenlace.

Cine y Literatura

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